11 Diciembre 2013
Desolación, destrozos, incertidumbre, convulsión social, agobio y una tensión colectiva acumulada por más de un día y una noche entera de asaltos, muertes, heridos y enfrentamientos fueron la imagen dolorosa y trágica de nuestra provincia, que seguramente perdurará en la memoria de muchos tucumanos. La lenta y angustiante reacción del Gobierno provincial para encontrar una salida con menores daños al autoacuartelamiento de parte de la Policía, que ya horadaba la credibilidad en la gestión y el alarmante y dañino oportunismo de los grupos de saqueadores y asaltantes que aprovecharon el abandono de la vía pública por parte de la Policía han sido las caras de una crisis que hasta no hace mucho parecía insospechada y alejada de la realidad.
Los anuncios formulados por el gobernador cerca del mediodía de ayer destinados a acotar la protesta policial no surtieron los efectos esperados; los efectivos alzados contra la autoridad institucional rechazaron la oferta salarial y se juramentaron a continuar su exigencia. Ha sido la conciliadora gestión del arzobispo de Tucumán el gesto que acercó las esperanzas de un acuerdo entre el Gobierno y los amotinados.
¿No imaginaron las autoridades gubernamentales encarar un pedido de ayuda un día antes al arzobispo si es que habían decidido mantener práctica y legítimamente alzados los puentes para atender todo el reclamo? ¿Cual es el fin central de una manifestación social que busca respuestas a sus reivindicaciones sectoriales sino el manejo de márgenes realistas en las negociaciones? ¿Nadie atinó a pensar que la vida, los bienes y patrimonios de los tucumanos quedaban a merced de vandálicos individuos que han hecho de la transgresión ordinaria y la delincuencia prácticamente un hábito de vida?
Una intolerable, incompetente y dramática ausencia del Estado en la gestión política de un caso de crisis institucional y la revulsiva aparición de una serie de disvalores personales, culturales y sociales entre saqueadores, han terminando conformando un panorama desolador y triste. La reacción de comerciantes y trabajadores armándose para repeler un ataque de los vándalos contra empresas y lugares de trabajo, como la de los vecinos que levantaron barricadas en las calles de sus barrios para contener las agresiones vandálicas, mostraron precisamente el cuadro de desolación, hartazgo y desamparo en el que estaba sumida gran parte de la población a raíz de un trance injusto, irrazonable y fuera de toda lógica y sensatez. La furia saqueadora ha provocado muertes irreparables y graves heridos, pero que podían haberse evitado, pero para el Gobierno, lo ocurrido debería ser motivo para una profunda autoctríca interna y la asunción de una responsabilidad ineludible. Un rápido cambio de perfil y perspectiva no debiera ser desdeñado. La actitud espontánea de cientos de vecinos que salieron a golpear “cacerolas” como una manera de exteriorzar su disgusto y bronca ante el cuadro de violencia y abandono es otro llamado de atención en el sentido que la sociedad espera mucho más de sus gobernantes y que no está dispuesta a tolerar el vandalismo.
El reclamo que derivó en una pelea campal en la plaza Independencia con la Policía ha sido la última gota de esas horas de tensión y desgobierno. Aunque el acuerdo anunciado implique la superación del trance, las secuelas y efectos de estos días dolorosos deben ser evaluados seriamente para sacar las conclusiones que permitan evitar otros dilemas, otras crisis.
Los anuncios formulados por el gobernador cerca del mediodía de ayer destinados a acotar la protesta policial no surtieron los efectos esperados; los efectivos alzados contra la autoridad institucional rechazaron la oferta salarial y se juramentaron a continuar su exigencia. Ha sido la conciliadora gestión del arzobispo de Tucumán el gesto que acercó las esperanzas de un acuerdo entre el Gobierno y los amotinados.
¿No imaginaron las autoridades gubernamentales encarar un pedido de ayuda un día antes al arzobispo si es que habían decidido mantener práctica y legítimamente alzados los puentes para atender todo el reclamo? ¿Cual es el fin central de una manifestación social que busca respuestas a sus reivindicaciones sectoriales sino el manejo de márgenes realistas en las negociaciones? ¿Nadie atinó a pensar que la vida, los bienes y patrimonios de los tucumanos quedaban a merced de vandálicos individuos que han hecho de la transgresión ordinaria y la delincuencia prácticamente un hábito de vida?
Una intolerable, incompetente y dramática ausencia del Estado en la gestión política de un caso de crisis institucional y la revulsiva aparición de una serie de disvalores personales, culturales y sociales entre saqueadores, han terminando conformando un panorama desolador y triste. La reacción de comerciantes y trabajadores armándose para repeler un ataque de los vándalos contra empresas y lugares de trabajo, como la de los vecinos que levantaron barricadas en las calles de sus barrios para contener las agresiones vandálicas, mostraron precisamente el cuadro de desolación, hartazgo y desamparo en el que estaba sumida gran parte de la población a raíz de un trance injusto, irrazonable y fuera de toda lógica y sensatez. La furia saqueadora ha provocado muertes irreparables y graves heridos, pero que podían haberse evitado, pero para el Gobierno, lo ocurrido debería ser motivo para una profunda autoctríca interna y la asunción de una responsabilidad ineludible. Un rápido cambio de perfil y perspectiva no debiera ser desdeñado. La actitud espontánea de cientos de vecinos que salieron a golpear “cacerolas” como una manera de exteriorzar su disgusto y bronca ante el cuadro de violencia y abandono es otro llamado de atención en el sentido que la sociedad espera mucho más de sus gobernantes y que no está dispuesta a tolerar el vandalismo.
El reclamo que derivó en una pelea campal en la plaza Independencia con la Policía ha sido la última gota de esas horas de tensión y desgobierno. Aunque el acuerdo anunciado implique la superación del trance, las secuelas y efectos de estos días dolorosos deben ser evaluados seriamente para sacar las conclusiones que permitan evitar otros dilemas, otras crisis.
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