Por años no tuvo nombre, sino un número. Era el preso 46664, con la bíblica Marca de la Bestia (Satanás) encerrada en el centro. Para sus carceleros, Nelson Mandela era el diablo personificado, la imagen de la soterrada población negra que peleaba por sus derechos, por un futuro digno, por la libertad. Y en esos lejanos años 50 y 60 del siglo XX, la lucha era violenta, con manifestaciones reprimidas a sangre y fuego, en una confrontación desigual entre los militantes del Umkhonto we Sizwe (la Lanza de la Nación, en castellano), el brazo armado del Congreso Nacional Africano (CNA), y una Policía entrenada para golpear a destajo.
En 1962, Mandela fue condenado a cadena perpetua por sabotaje y actos de insurbordinación civil, asimilados al terrorismo y a la traición. Por 27 años fue 46664, en especial en el confinamiento en la aislada prisión de la isla de Robben (luego estuvo en no menos temibles cárceles Pollsmoor y Víctor Verster), que se hizo célebre gracias a su preso más famoso internacionalmente.
En prisión realizaba trabajos forzados en una cantera de cal y, por ser un detenido político, le daban menos comida que a los delincuentes comunes y sólo podía recibir una visita y una carta cada seis meses, tras pasar por el control y la censura del penal. El Gobierno organizó en 1969 una falsa fuga con el verdadero objetivo de asesinarlo, pero Gran Bretaña se enteró y frustró la operación.
De a poco, recuperaba letras de su nombre, hasta que Mandela fue más que Nelson dentro y fuera de su suelo. El 2 de febrero de 1990, un abuelo de 72 años volvió a pisar las calles con el orgullo del hombre libre después de casi 10.000 días de cárcel.
Era, también, un hombre nuevo, que inauguró la Sudáfrica contemporánea con el diálogo y el acuerdo con los blancos, impensado décadas antes. Por eso, el día de su libertad, sus seguidores lanzaron al vuelo 46664 palomas. Un número que se resignificaba, tanto como su accionar político.
“Siempre he atesorado el ideal de una sociedad libre y democrática, en la que las personas puedan vivir juntas en armonía y con igualdad de oportunidades. Es un ideal para el que he vivido. Es un ideal por el que espero vivir, y si es necesario, es un ideal por el que estoy dispuesto a morir”, había dicho en su alegato final ante los jueces, que desistieron de ordenar la pena de muerte en su contra.
La prisión de Robben ya no funciona como tal; fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y se convirtió en un popular destino turístico, al que se arriba desde Ciudad del Cabo. Allí se filmó una escena clave de la película Invictus (ver “En la pantalla...”). En la relación entre Mandela y su carcelero blanco en esa cárcel, James Gregory, se inspiró el filme Adiós Bafana (niño en el dialecto original de la etnia xhosa, a la que pertenecía el gran líder africano).
PUNTO DE VISTA - Atilio Castagnaro (Asamblea Permanente por los DD-HH de Tucumán)
Una Nación se conoce por sus cárceles
“Os saludo a todos en nombre de la paz, la democracia y la justicia universal”, fueron las palabras de Nelson Mandela a su pueblo de Qunu luego de ser libertado de prisión en 1990. Cuatro años después, se convirtió en el primer Presidente negro de Sudáfrica, en el primer proceso electoral democrático con sufragio universal.
El mayor reconocimiento a Mandela se debe a la tenacidad de su lucha contra el apartheid, el sistema de segregación racial impuesto por la minoría blanca de su país, lucha que le costó largos años de prisión. Pese a los golpes, nunca perdió de vista el objetivo de lograr la paz y la justicia, lo que lo llevó a diseñar un novedoso proceso de Justicia Transicional, con la creación de la Comisión para la Verdad y la Reconciliación, para investigar las violaciones a los derechos humanos cometidas durante el régimen segregacionista y a reparar a las víctimas.
Fue también un referente en pos de la igualdad de género, de los derechos de lo/as niños/as, de la liberación racial, de la promoción y protección de los derechos humanos en general y de la justicia humanitaria, lo que le valió el Nobel de la Paz de 1993. Su fuerte e incansable compromiso lo convierten en símbolo mundial.
Desde la APDH buscamos día a día, a través de nuestra militancia por la ampliación de derechos, convertir en realidad los postulados que sirvieron de guía a la vida de Mandela: la paz, la democracia y la justicia universal. Especialmente, nos interesa su reflexión sobre las cárceles, a las que conoció personalmente.
En su libro autobiográfico afirma: “nadie conoce realmente cómo es una Nación hasta haber estado en una de sus cárceles. Una Nación no debe ser juzgada por el modo en que trata a sus ciudadanos de más alto rango, sino por la manera en la que trata a los de más bajo rango. El aporte que las prisiones pueden hacer a la reducción permanente de la tasa de criminalidad está basada en la manera en que tratan a los reclusos. Nunca podremos insistir demasiado en la importancia de un alto nivel profesional y del respeto de los derechos humanos”.
El reto pendiente de nuestras democracias en seguridad y justicia social está en garantizar la vigencia y el respeto de los derechos humanos de los/as ciudadanos/as alojados en nuestras prisiones.