06 Diciembre 2013
MANOS A LA OBRA. Villafañe, Casanova, Sosa y Antonini, en el taller.
Confeccionar un icono bizantino no es una tarea sencilla. “No sólo se requiere concentración y el dominio de la técnica, sino que también se precisa entrar en oración con el icono que se está creando. Porque los iconos representan la verdadera palabra de Dios”, señala Marta de Casanova.
El taller sigue el canon estricto de la iconografía bizantina. Antes de empezar a pintar las artistas hacen el signo de la cruz y oran en silencio. Trabajan con cuidado cada detalle del icono como si estuviesen trabajando delante del mismo Dios. Durante el trabajo rezan a fin de fortalecerse física y espiritualmente. Oran especialmente al santo que están pintando y no mantienen su mente distraída para que el santo esté cerca de ellas. Cuando tienen que elegir un color, extienden sus manos a Dios y le piden consejo. Y cuando han terminado el icono, dan gracias a Dios porque su misericordia les ha concedido la gracia de pintar su santa imagen.
“Los iconos encierran mucho misterio. Desde la más lejana antigüedad, estos trabajos comenzaron a hacerse en cofradías, en comunidades de oración. Y hoy se siguen haciendo de la misma manera. Además, nosotras no nos consideramos artistas; somos meros instrumentos de Dios. Es el Espíritu Santo el que se expresa a través de nuestro arte. Por eso nuestros trabajos no llevan firma”, aclara.
Un arte caro
Cada obra involucra un proceso milenario muy complejo que comienza con la selección de la tabla en la que se plasmará la imagen. “Usamos tablas de madera maciza, para evitar que con el tiempo y la humedad se doblen. Una vez preparada la madera, se comienza con el dibujo, en sus líneas principales. Después llega la etapa del color y, al final, viene la iluminación que se hace con láminas de oro y plata”, relata Eusebia Jerez de Sosa.
Para la preparación de los colores se usan pigmentos importados ya que no se fabrican en la Argentina. “Estos pigmentos son caros porque son de origen vegetal y mineral. Para el azul, por ejemplo, se usa lapislázuli auténtico”, agrega Paula Paz de Villafañe.
Para el dorado a la hoja, a su vez, se usa un preparado hecho con yema de huevo, vino y agua trabajado en forma artesanal. “Hasta en los materiales hay una simbología precisa: trabajamos con la esencia de la vida”, finaliza Casanova.
El taller sigue el canon estricto de la iconografía bizantina. Antes de empezar a pintar las artistas hacen el signo de la cruz y oran en silencio. Trabajan con cuidado cada detalle del icono como si estuviesen trabajando delante del mismo Dios. Durante el trabajo rezan a fin de fortalecerse física y espiritualmente. Oran especialmente al santo que están pintando y no mantienen su mente distraída para que el santo esté cerca de ellas. Cuando tienen que elegir un color, extienden sus manos a Dios y le piden consejo. Y cuando han terminado el icono, dan gracias a Dios porque su misericordia les ha concedido la gracia de pintar su santa imagen.
“Los iconos encierran mucho misterio. Desde la más lejana antigüedad, estos trabajos comenzaron a hacerse en cofradías, en comunidades de oración. Y hoy se siguen haciendo de la misma manera. Además, nosotras no nos consideramos artistas; somos meros instrumentos de Dios. Es el Espíritu Santo el que se expresa a través de nuestro arte. Por eso nuestros trabajos no llevan firma”, aclara.
Un arte caro
Cada obra involucra un proceso milenario muy complejo que comienza con la selección de la tabla en la que se plasmará la imagen. “Usamos tablas de madera maciza, para evitar que con el tiempo y la humedad se doblen. Una vez preparada la madera, se comienza con el dibujo, en sus líneas principales. Después llega la etapa del color y, al final, viene la iluminación que se hace con láminas de oro y plata”, relata Eusebia Jerez de Sosa.
Para la preparación de los colores se usan pigmentos importados ya que no se fabrican en la Argentina. “Estos pigmentos son caros porque son de origen vegetal y mineral. Para el azul, por ejemplo, se usa lapislázuli auténtico”, agrega Paula Paz de Villafañe.
Para el dorado a la hoja, a su vez, se usa un preparado hecho con yema de huevo, vino y agua trabajado en forma artesanal. “Hasta en los materiales hay una simbología precisa: trabajamos con la esencia de la vida”, finaliza Casanova.
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