30 Noviembre 2013
En los siete meses que lleva de papado, Francisco ha sensibilizado a una buena parte del mundo con sus pensamientos y con sus actitudes, haciendo realidad aquello de predicar con el ejemplo. Sus comentarios sobre los temas más acuciantes de la realidad han provocado una suerte de revolución en todos los ámbitos de la sociedad. El martes pasado, el pontífice dio a conocer la exhortación apostólica "La alegría del Evangelio", en la que aborda a través de 142 páginas, varios asuntos de actualidad con una mirada crítica.
Refiriéndose a las desigualdades, el jefe de la Iglesia Católica, dijo que "así como el mandamiento de 'no matar' pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir: 'no, a una economía de la exclusión y la inequidad'. Esa economía mata". Apuntó sus dardos a los que "todavía defienden las teorías que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo"; afirmó que "vivimos en la idolatría del dinero" y que padecemos "una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales".
El ex cardenal Jorge Bergoglio fustigó el sistema neoliberal que conduce una buena parte del mundo y señaló que mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. "Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas", dijo. Consideró que la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. "El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta", aseveró el prelado.
Sería interesante que estos y otros pensamientos referidos a la dignidad, a la pobreza, a la exclusión social que viene expresando Francisco despertaran un debate en el seno de la sociedad y en nuestra clase dirigente en particular, que una vez que llega al poder se muestra, en una mayoría, afecta a anteponer sus intereses personales al bien común. Antes de pensar en resolver los problemas del pueblo, se ubica a los familiares y amigos en la administración pública. Las recientes elecciones del 27 de octubre han resucitado una vez más prácticas denigrantes como comprar el voto ciudadano a cambio de un bolsón, poniendo en evidencia el uso deplorable de las personas, en especial aquellas de escasos recursos económicos o que viven en la marginalidad.
La política exige del dirigente vocación de servicio; no se llega a una situación de poder para enriquecerse o hacer leyes para favorecer a los amigos, sino para trabajar por el bienestar de la comunidad. Son ellos los que tienen que dar el ejemplo.
Refiriéndose a las desigualdades, el jefe de la Iglesia Católica, dijo que "así como el mandamiento de 'no matar' pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir: 'no, a una economía de la exclusión y la inequidad'. Esa economía mata". Apuntó sus dardos a los que "todavía defienden las teorías que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo"; afirmó que "vivimos en la idolatría del dinero" y que padecemos "una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales".
El ex cardenal Jorge Bergoglio fustigó el sistema neoliberal que conduce una buena parte del mundo y señaló que mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. "Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas", dijo. Consideró que la deuda y sus intereses alejan a los países de las posibilidades viables de su economía y a los ciudadanos de su poder adquisitivo real. A todo ello se añade una corrupción ramificada y una evasión fiscal egoísta, que han asumido dimensiones mundiales. "El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta", aseveró el prelado.
Sería interesante que estos y otros pensamientos referidos a la dignidad, a la pobreza, a la exclusión social que viene expresando Francisco despertaran un debate en el seno de la sociedad y en nuestra clase dirigente en particular, que una vez que llega al poder se muestra, en una mayoría, afecta a anteponer sus intereses personales al bien común. Antes de pensar en resolver los problemas del pueblo, se ubica a los familiares y amigos en la administración pública. Las recientes elecciones del 27 de octubre han resucitado una vez más prácticas denigrantes como comprar el voto ciudadano a cambio de un bolsón, poniendo en evidencia el uso deplorable de las personas, en especial aquellas de escasos recursos económicos o que viven en la marginalidad.
La política exige del dirigente vocación de servicio; no se llega a una situación de poder para enriquecerse o hacer leyes para favorecer a los amigos, sino para trabajar por el bienestar de la comunidad. Son ellos los que tienen que dar el ejemplo.