Por Miguel Velardez
29 Noviembre 2013
A la ciudad le falta música. Hay ruido por todos lados. Ensordecedores sonidos se mezclan en las peatonales o en cualquier esquina. Pero no hay música en la capital tucumana, a excepción de algunos intérpretes callejeros que se instalan de manera ocasional para pasar la gorra.
La música es efímera en la ciudad. Peor aún, el tramo final del año parece exacerbar los ánimos de la gente. Es habitual observar que si algún automovilista se demora apenas unos segundos en un semáforo, de inmediato, se desata un estruendo de bocinazos. A esta altura del año, muchos tucumanos salen a la calle como si se hubieran dado una ducha de nervios; otros parecen haber tomado un desayuno de trastornos sin manteca ni dulce de leche.
Una ciudad sin música no tiene vida. Es como un rostro sin sonrisa. Quizás sería conveniente imitar las buenas acciones de otras ciudades, donde la música tiene su tiempo y lugar. A principios de este mes, en un viaje relámpago por Santiago de Chile, descubrí pianos en las peatonales, y en las plazas. Los instrumentos habían sido instalados en distintos puntos con el solo fin de que cualquiera pudiera sentarse a tocar.
La intervención, creada por el artista británico Luke Jerram, llegó a Santiago de Chile y permanecerá hasta el 15 de diciembre. La iniciativa, bautizada "Play Me, I'm Yours" (Tócame, soy tuyo), incentivó a los chilenos de todas las edades a buscar una pausa en su rutina para animarse al teclado. Al caminar por paseo Huérfanos o la Plaza de Armas, frente a la Catedral, puede verse el círculo de oyentes alrededor de un improvisado o virtuoso músico ocasional, que despierta aplausos, cambia la mirada de la gente y sobre todo contagia sonrisas.
La música es efímera en la ciudad. Peor aún, el tramo final del año parece exacerbar los ánimos de la gente. Es habitual observar que si algún automovilista se demora apenas unos segundos en un semáforo, de inmediato, se desata un estruendo de bocinazos. A esta altura del año, muchos tucumanos salen a la calle como si se hubieran dado una ducha de nervios; otros parecen haber tomado un desayuno de trastornos sin manteca ni dulce de leche.
Una ciudad sin música no tiene vida. Es como un rostro sin sonrisa. Quizás sería conveniente imitar las buenas acciones de otras ciudades, donde la música tiene su tiempo y lugar. A principios de este mes, en un viaje relámpago por Santiago de Chile, descubrí pianos en las peatonales, y en las plazas. Los instrumentos habían sido instalados en distintos puntos con el solo fin de que cualquiera pudiera sentarse a tocar.
La intervención, creada por el artista británico Luke Jerram, llegó a Santiago de Chile y permanecerá hasta el 15 de diciembre. La iniciativa, bautizada "Play Me, I'm Yours" (Tócame, soy tuyo), incentivó a los chilenos de todas las edades a buscar una pausa en su rutina para animarse al teclado. Al caminar por paseo Huérfanos o la Plaza de Armas, frente a la Catedral, puede verse el círculo de oyentes alrededor de un improvisado o virtuoso músico ocasional, que despierta aplausos, cambia la mirada de la gente y sobre todo contagia sonrisas.
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