Por Magena Valentié
26 Noviembre 2013
DON PASCUAL RADINO. Sentado en su cama, con una pequeña imagen, de espaldas a su hija mayor Antonia, que fue catequista y gran devota. LA GACETA / FOTOS DE INéS QUINTEROS ORIO
Ha contado la misma historia más de 99 veces, que son los años que tiene. Y siempre rompe a llorar en el mismo punto: cuando le posan la pequeña imagen de la Virgen Morenita sobre la coronilla, sobre su cabeza de niño, de sólo nueve años. De nuevo cierra los ojos como aquella vez. Se le humedece la frente, el corazón le galopa. Las lágrimas se le escapan solas por los surcos de las mejillas.
Don Pascual Radino es el último testigo de una historia de devoción que comenzó hace 90 años, en el entonces paraje de La Reducción, en Lules, en el sur tucumano. Cuenta la tradición que el 26 de noviembre de 1923, una imagen de Nuestra Señora del Valle fue hallada de un modo prodigioso por un campesino mudo, Luis Delgado, mientras realizaba la cosecha. Desde entonces, el pueblo la saca en procesión cada 8 de diciembre, en el Día de la Inmaculada Concepción.
Hasta aquí todas las voces coinciden. Pero en el relato oral, la historia tiene sus matices. Cada uno la cuenta como le han transmitido sus abuelos. La versión de don Pascual, que el 14 de julio de 2014 cumplirá 100 años, proviene de primera fuente, del propio "mudito", como le apodó la tradición, que entre señas y sonidos guturales trataba de explicar cómo había sido aquel histórico hallazgo.
El mudito salvador
"El mudito le contaba la historia a mi papá y a un vecino que me habían llevado hasta su casa para que la Virgen me curara", cuenta con voz débil pero entusiasmada, desde su lecho de enfermo. "Yo tenía nueve años. Sufría mucho de las piernas y un día dejé de caminar. ¡Qué no había hecho mi madre para que se me pasaran aquellos dolores! ¡Hasta me frotaba con kerosén ... y nada! Tenía las piernas tan flacas como las patas de esta silla", señala don Pascual en su pequeño cuarto, lleno de recuerdos.
Vuelve a levantar la vista, esos ojos que ya solo ven figuras que se mueven, y viaja al pasado para reencontrarse con un Lules alborotado por la extraña aparición. "Don José ¿porqué no lo hace ver al chico con la Virgen? ¡Dicen que es tan milagrosa!", escuchaba Pascual desde el catre donde lo habían sentado, a la sombra de un viejo sauce. "Ya no podía ir a la escuela. Desde hacía dos semanas, el pueblo no hablaba más que de la imagen encontrada" .
"El mudito le contaba a mi papá que él estaba arando para sembrar maíz junto con otras familias en la finca de don Felipe Auvieux cuando sintió que había tocado algo, pero siguió. En la segunda vuelta se le cayó el perchero a la mula, se paró para arreglarlo y vio un bulto enterrado. No lo podía sacar, entonces se fue a su casa y trajo un cuchillo para desenterrarlo. Eran dos imágenes de la Virgen morenita. A una la limpió y la puso al pie de una tusca. La otra dice que subió al cielo, en medio de un refucilo. El cielo estaba negro de nubarrones", dice.
"En eso llega el dueño del campo y le comienza a gritar a la gente que levante todo lo que pueda porque se venían la tormenta y la piedra (el granizo). Eran como 12 personas las que quedaban en el campo", relata Pascual, dejando tirantes las arrugas de sus ojos. "La gente le decía: '¡Dios es grande, capaz que le salva la quinta!'. Pero él no quería saber nada. 'No, no, no creo nada ... salgan ya'! ¿No ven que la piedra ya está chicoteando hasta la caña hueca?"
"Al otro día, encuentran la finca en perfecto estado. La piedra ni siquiera la había tocado", dice acariciando con su mano venosa un campo imaginario.
Levántate y anda
Atraídos por el relato de don Pascual, alrededor de su cama se han ido juntando algunos de sus hijos y nietos. "Mi cabeza es como un museo histórico, está lleno de viejos recuerdos ... pero usted entiende ... no se puede botar así nomás las cosas viejas, máxime si son buenas", se disculpa don Pascual. "Espero que me crea, porque no le puedo contar esto a todo el mundo...", agrega.
Como si hubiera estado esperando mucho tiempo para contar su historia, el anciano retoma el relato. Su hija, Antonia, que cumplió 70 años, lo invita a serenarse. "El papá se emociona mucho..." explica. "Él vivió toda su vida para la Virgen, así como todos nosotros, sus hijos. Ayudaba al párroco y fue uno de los que más trabajó en la construcción del santuario, que se inauguró en 1966", dice la ex catequista.
"Mi padre y un vecino me llevaron cada uno de un brazo y me hicieron subir al tren, porque aunque La Reducción quedaba cerca de Lules, a unos cuatro kilómetros, yo apenas podía caminar. La estación quedaba al frente de la casa del 'mudito'. La Virgen estaba en un galpón que le habían hecho con suncho y techo de paja", recuerda.
"Sale la madre del mudito a recibirme. Me acercan sosteniéndome siempre hasta cerca de donde estaba la Virgencita. -¿Usted sabe rezar?, me pregunta la señora. Sí, pero me he olvidado, le digo. Bueno no importa, dice, y empieza a rezar. A mí se me caían las lágrimas", dice don Pascual cortando el relato por los sollozos. De ahí, en más, el niño ya no necesitó volverse en tren. Lo hizo de a pie, jugando y saltando en medio del campo. No imaginaba que la Virgen le había regalado además de su salud, casi 100 años de vida para poder contar lo sucedido.
Don Pascual Radino es el último testigo de una historia de devoción que comenzó hace 90 años, en el entonces paraje de La Reducción, en Lules, en el sur tucumano. Cuenta la tradición que el 26 de noviembre de 1923, una imagen de Nuestra Señora del Valle fue hallada de un modo prodigioso por un campesino mudo, Luis Delgado, mientras realizaba la cosecha. Desde entonces, el pueblo la saca en procesión cada 8 de diciembre, en el Día de la Inmaculada Concepción.
Hasta aquí todas las voces coinciden. Pero en el relato oral, la historia tiene sus matices. Cada uno la cuenta como le han transmitido sus abuelos. La versión de don Pascual, que el 14 de julio de 2014 cumplirá 100 años, proviene de primera fuente, del propio "mudito", como le apodó la tradición, que entre señas y sonidos guturales trataba de explicar cómo había sido aquel histórico hallazgo.
El mudito salvador
"El mudito le contaba la historia a mi papá y a un vecino que me habían llevado hasta su casa para que la Virgen me curara", cuenta con voz débil pero entusiasmada, desde su lecho de enfermo. "Yo tenía nueve años. Sufría mucho de las piernas y un día dejé de caminar. ¡Qué no había hecho mi madre para que se me pasaran aquellos dolores! ¡Hasta me frotaba con kerosén ... y nada! Tenía las piernas tan flacas como las patas de esta silla", señala don Pascual en su pequeño cuarto, lleno de recuerdos.
Vuelve a levantar la vista, esos ojos que ya solo ven figuras que se mueven, y viaja al pasado para reencontrarse con un Lules alborotado por la extraña aparición. "Don José ¿porqué no lo hace ver al chico con la Virgen? ¡Dicen que es tan milagrosa!", escuchaba Pascual desde el catre donde lo habían sentado, a la sombra de un viejo sauce. "Ya no podía ir a la escuela. Desde hacía dos semanas, el pueblo no hablaba más que de la imagen encontrada" .
"El mudito le contaba a mi papá que él estaba arando para sembrar maíz junto con otras familias en la finca de don Felipe Auvieux cuando sintió que había tocado algo, pero siguió. En la segunda vuelta se le cayó el perchero a la mula, se paró para arreglarlo y vio un bulto enterrado. No lo podía sacar, entonces se fue a su casa y trajo un cuchillo para desenterrarlo. Eran dos imágenes de la Virgen morenita. A una la limpió y la puso al pie de una tusca. La otra dice que subió al cielo, en medio de un refucilo. El cielo estaba negro de nubarrones", dice.
"En eso llega el dueño del campo y le comienza a gritar a la gente que levante todo lo que pueda porque se venían la tormenta y la piedra (el granizo). Eran como 12 personas las que quedaban en el campo", relata Pascual, dejando tirantes las arrugas de sus ojos. "La gente le decía: '¡Dios es grande, capaz que le salva la quinta!'. Pero él no quería saber nada. 'No, no, no creo nada ... salgan ya'! ¿No ven que la piedra ya está chicoteando hasta la caña hueca?"
"Al otro día, encuentran la finca en perfecto estado. La piedra ni siquiera la había tocado", dice acariciando con su mano venosa un campo imaginario.
Levántate y anda
Atraídos por el relato de don Pascual, alrededor de su cama se han ido juntando algunos de sus hijos y nietos. "Mi cabeza es como un museo histórico, está lleno de viejos recuerdos ... pero usted entiende ... no se puede botar así nomás las cosas viejas, máxime si son buenas", se disculpa don Pascual. "Espero que me crea, porque no le puedo contar esto a todo el mundo...", agrega.
Como si hubiera estado esperando mucho tiempo para contar su historia, el anciano retoma el relato. Su hija, Antonia, que cumplió 70 años, lo invita a serenarse. "El papá se emociona mucho..." explica. "Él vivió toda su vida para la Virgen, así como todos nosotros, sus hijos. Ayudaba al párroco y fue uno de los que más trabajó en la construcción del santuario, que se inauguró en 1966", dice la ex catequista.
"Mi padre y un vecino me llevaron cada uno de un brazo y me hicieron subir al tren, porque aunque La Reducción quedaba cerca de Lules, a unos cuatro kilómetros, yo apenas podía caminar. La estación quedaba al frente de la casa del 'mudito'. La Virgen estaba en un galpón que le habían hecho con suncho y techo de paja", recuerda.
"Sale la madre del mudito a recibirme. Me acercan sosteniéndome siempre hasta cerca de donde estaba la Virgencita. -¿Usted sabe rezar?, me pregunta la señora. Sí, pero me he olvidado, le digo. Bueno no importa, dice, y empieza a rezar. A mí se me caían las lágrimas", dice don Pascual cortando el relato por los sollozos. De ahí, en más, el niño ya no necesitó volverse en tren. Lo hizo de a pie, jugando y saltando en medio del campo. No imaginaba que la Virgen le había regalado además de su salud, casi 100 años de vida para poder contar lo sucedido.
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