Alegato en contra de los animadores infantiles

Alegato en contra de los animadores infantiles

Señores del jurado, inicio esta exposición aún a riesgo de ser sometido a una lapidación pública en el próximo cumpleaños infantil al que asista. Pero es hora que alguien ponga blanco sobre negro en el escabroso asunto de los festejos para los más pequeños.

¿Quién no estuvo a punto de dar bocado a una empanada 'de piernas abiertas' y un chillido más agudo que el maullido de un gato le perforó los tímpanos, poniendo en riesgo su integridad física? "¡Chiiicooos canten fuerte fuerte el Cumpleaños Feliz!" "¿Cómo? No se escucha! ¡Más fuerte!". Vamos, aceptemos que la presencia de estos jóvenes en una celebración obedece más a una imposición del mercado de consumo que a una necesidad real. "Atienden a los chicos y nosotros nos desocupamos para disfrutar del cumple", es la frase preferida de aquellas madres/padres a la hora de justificar la contratación de animadores. Es la mentira más grande después del mito del "Viejo de la Bolsa", y quien haya organizado un festejo infantil, va a coincidir conmigo. Nunca en el cumpleaños de un hijo se descansa, por más animadores que se contraten.

Vamos. Cuando muchos de nosotros éramos niños no había silbato ni chillido, pero bastaba un alarido (con voz grave, por supuesto) de nuestros padres para que todos (sin excepción) hagamos un alto en la pilladita, la escondida o el fulbito para soplar la velita o comer torta. Ese es uno de los graves problemas del fenómeno que hoy juzgamos. Por qué siempre, cuando los niños más divertidos están en el pelotero o la cama elástica, y por ende los grandes disfrutamos de charlas gastronómicas, estas personas pegan un grito, apagan la música y sacan a los niños de los lugares de juego, cual reclusos a los que se terminó su hora de distracción. Obvio, ninguno de los pequeños acude a su llamado, sino que van a las mesas de los padres para pedir gaseosas y alimento. ¿Miento si digo que antes jugábamos a rabiar bajo el sol o la lluvia y, sólo minutos antes de partir, gritábamos un "alto taquito" para empanzarnos de jugo? Nadie, por cierto, salía herido.

Para el último de mi exposición dejé un tema que, como padre, me preocupa demasiado. La moda de que nuestros hijos sean pintarrajeados -por estos jovencitos- en sus rostros cual miembros de los SEAL norteamericanos antes de una invasión a Afganistán. "Mirá papi la mariposa que me dibujé"… ¿Alguien identificó correctamente alguna vez qué representaban esas manchas de tinta sobre la piel de los niños? Lo dudo. Y aún no agregué, claro está, que demora días y días de refriegue y llantos de los pequeños quitar ese bodypaint casero. Para ese trabajo, por supuesto, los animadores ya no están.

Señores del jurado. Para cerrar mi alegato quiero que tengan en cuenta que alzo la voz por los desprotegidos padres, que nos sentimos invadidos en nuestras propias celebraciones. De la defensa de los animadores hoy juzgados ya se encargarán nuestros hijos, únicos seres capaces de soportar el chillido agudo de los hoy enjuiciados. Será justicia. Muchas gracias.

Temas Afganistán
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