Por Guillermo Monti
22 Noviembre 2013
CÉSAR CUENCA. Está invicto en 45 peleas. Les ganó a todos. Ya tiene 32 años y sigue esperando su chance.
Aquello de "el arte de pegar y no dejarse pegar", el ABC del boxeo, constituye la mejor definición de César Cuenca. No hay en el país un pugilista con las condiciones técnicas del chaqueño. Tampoco con un récord extraordinario de 45 victorias y ninguna derrota. Quiere decir que les ganó a todos los welter juniors de la Argentina y alrededores. Pero, digan lo que digan, será casi imposible que alcance la consagración internacional.
Cuenca conecta todos los golpes imaginables: jabs, directos, uppercuts, cross. Al cuerpo y a la cabeza. Saca las manos con precisión y elegancia. Enloquece a sus adversarios a base de desplazamientos armónicos y veloces. Pega retrocediendo. Hace de la defensa una religión. Sabe bloquear y trabar en los momentos justos. Jamas se desordena ni se expone. Mantiene un buen estado físico.
El estigma de Cuenca, el imperdonable pecado que jamás pasará el filtro de las grandes cadenas de TV, es su incapacidad para lastimar. Cuando el mundo exige noqueadores Cuenca ofrece pinceladas del más fino pugilismo. Se reclama sangre y él entrega flores. Eterno número uno de los rankings, a los organismos internacionales se les agotan las excusas al momento de responder la gran pregunta: ¿por qué no pelea por un título mundial?
Mañana Cuenca enfrentará a Patricio Pedrero en Bariloche. Es, por supuesto, amplio favorito. Un combate más para una foja que apenas registra dos éxitos por la vía rápida (sobre Andrés Villafañe y Diego Ponce). Cada pelea es una mecánica e incesante sumatoria de puntos en favor del chaqueño, a quien apodaron "Fred Astaire" en honor al célebre bailarín. Las tarjetas son su permanente pasaporte al éxito y al mismo tiempo un certificado de incapacidad noqueadora.
Tres superpeleas animarán el sábado pugilístico en el mundo: Manny Pacquiao-Brandon Ríos; Carl Froch-George Groves y Yoan Hernández-Alexander Alekseev. Batallas que despiertan pasiones. En ese escenario, un exquisito del boxeo como Cuenca pasa inadvertido. Le tocó vivir en una época que suele darle la espalda al talento.
Cuenca conecta todos los golpes imaginables: jabs, directos, uppercuts, cross. Al cuerpo y a la cabeza. Saca las manos con precisión y elegancia. Enloquece a sus adversarios a base de desplazamientos armónicos y veloces. Pega retrocediendo. Hace de la defensa una religión. Sabe bloquear y trabar en los momentos justos. Jamas se desordena ni se expone. Mantiene un buen estado físico.
El estigma de Cuenca, el imperdonable pecado que jamás pasará el filtro de las grandes cadenas de TV, es su incapacidad para lastimar. Cuando el mundo exige noqueadores Cuenca ofrece pinceladas del más fino pugilismo. Se reclama sangre y él entrega flores. Eterno número uno de los rankings, a los organismos internacionales se les agotan las excusas al momento de responder la gran pregunta: ¿por qué no pelea por un título mundial?
Mañana Cuenca enfrentará a Patricio Pedrero en Bariloche. Es, por supuesto, amplio favorito. Un combate más para una foja que apenas registra dos éxitos por la vía rápida (sobre Andrés Villafañe y Diego Ponce). Cada pelea es una mecánica e incesante sumatoria de puntos en favor del chaqueño, a quien apodaron "Fred Astaire" en honor al célebre bailarín. Las tarjetas son su permanente pasaporte al éxito y al mismo tiempo un certificado de incapacidad noqueadora.
Tres superpeleas animarán el sábado pugilístico en el mundo: Manny Pacquiao-Brandon Ríos; Carl Froch-George Groves y Yoan Hernández-Alexander Alekseev. Batallas que despiertan pasiones. En ese escenario, un exquisito del boxeo como Cuenca pasa inadvertido. Le tocó vivir en una época que suele darle la espalda al talento.
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