Por Marcelo Aguaysol
17 Noviembre 2013
La mano viene dura. Y parece que el que reparte sólo tira cuatros, sotas y caballos. No hay puntos ni para el envido. Pero, eso sí, los jugadores siguen jugando al truco. Total, gana el más pícaro, el que se tira a la pileta aún sabiendo que no hay agua con tal de sumar porotos.
Funcionarios (provinciales y municipales), empresarios (de la FET y los autodenominados independientes) y gremialistas (los que responden al Sivara y los otros también) siguen jugando al truco. Y todos pierden de vista el objetivo. Es verdad, la salida no es sencilla. Nadie quiere una batahola en el microcentro, durante semanas previas al mes de las mayores ventas. La cuestión de fondo es el mensaje. ¿Quién pudo haber creído que, después de siete años de vigencia de un fallo que dispone la erradicación de la venta callejera y mil intentos logre hacerlo en pocas semanas?
No se pueden seguir ocultando las cartas. No puede ser que haya choque de intereses políticos detrás de una medida que tiene una clara definición judicial.
Es indudable que no se aprendió de experiencias anteriores. Y que el problema es más profundo que un traslado hacia otras zonas para crear nuevas ferias. Nadie quiere demonizar a los vendedores ambulantes. Ellos (en su mayoría) sólo tratan de ganarse el pan de cada día, que sustente al grupo familiar que pertenecen y que le impidan formar parte del ejército de pobres que el Indec prefiere no calcular.
Pero también es necesario que prevalezca el orden -jurídico y social-. Es allí donde debería apuntar la solución, de que las partes sientan que eso que denominan "inclusión" sea algo concreto. Y que no todo se reduzca a simples peleas políticas por espacios de poder con vistas a 2015.
Funcionarios (provinciales y municipales), empresarios (de la FET y los autodenominados independientes) y gremialistas (los que responden al Sivara y los otros también) siguen jugando al truco. Y todos pierden de vista el objetivo. Es verdad, la salida no es sencilla. Nadie quiere una batahola en el microcentro, durante semanas previas al mes de las mayores ventas. La cuestión de fondo es el mensaje. ¿Quién pudo haber creído que, después de siete años de vigencia de un fallo que dispone la erradicación de la venta callejera y mil intentos logre hacerlo en pocas semanas?
No se pueden seguir ocultando las cartas. No puede ser que haya choque de intereses políticos detrás de una medida que tiene una clara definición judicial.
Es indudable que no se aprendió de experiencias anteriores. Y que el problema es más profundo que un traslado hacia otras zonas para crear nuevas ferias. Nadie quiere demonizar a los vendedores ambulantes. Ellos (en su mayoría) sólo tratan de ganarse el pan de cada día, que sustente al grupo familiar que pertenecen y que le impidan formar parte del ejército de pobres que el Indec prefiere no calcular.
Pero también es necesario que prevalezca el orden -jurídico y social-. Es allí donde debería apuntar la solución, de que las partes sientan que eso que denominan "inclusión" sea algo concreto. Y que no todo se reduzca a simples peleas políticas por espacios de poder con vistas a 2015.
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