Más que terremoto, un regreso al centro

Más que terremoto, un regreso al centro

Con todo lo que Francisco dice y -sobre todo- hace, ¿está produciéndose un vuelco hacia la izquierda de la barca vaticana? Para nada. El Papa remarcó que no es un hombre de derecha, pero tampoco comulga con el socialismo. Lo suyo es la doctrina social de la Iglesia, lo que parecería una perogrullada. Pero no lo es. La cuestión es que el crucero navegaba netamente orientado a la derecha mientras al timón permanecieron Juan Pablo II (el moralista dogmatizador, al decir de Juan Masiá Clavel) y Benedicto XVI. Lo que se nota es un reencauzamiento por las aguas del centro, las que surcaron Juan XXIII y Pablo VI con el motor fuera de borda del Concilio Vaticano II.

El carismático Karol Wojtyla fue un Papa político, un cruzado contra el comunismo al que le tocó protagonizar un período histórico -el del fin de la Guerra Fría- y se erigió como uno de los mariscales del bando vencedor. Durante los años de Juan Pablo II los temas que Francisco está poniendo sobre la mesa fueron tabú.

La jerarquía que viene de los tiempos de Wojtyla, la misma que -literalmente- consumió las fuerzas del teólogo Ratzinger, frunce el ceño cada mañana. Ayer rodó la cabeza del cardenal Mauro Piacenza, desplazado por Bergoglio del comando de la Congregación para el Clero, dicasterio responsable (nada menos) que de los seminaristas y sacerdotes de todo el mundo. Piacenza, admirador del ultraconservador Giuseppe Siri, trabajaba codo a codo con Tarcisio Bertone, el secretario de Estado al que el Papa reemplazó por Pietro Parolin (ex nuncio en Venezuela y públicamente dispuesto a discutir todo lo concerniente al celibato de los curas).

El vaticanista Marco Tosatti dice que está produciéndose un terremoto en la Curia romana. Veremos. A fin de cuentas, todo esto huele a preámbulo de lo trascendente. El 1 de octubre empezará a reunirse la comisión de ocho cardenales que convocó el Papa para que hundan el cuchillo a fondo y la renovación de la conducción de la Iglesia sea profunda. Esto es ni más ni menos que la desarticulación del poder vertical para sustituirlo por las decisiones colegiadas.

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