Por Gustavo Martinelli
21 Septiembre 2013
UN LUJO. El pianista fue ovacionado en el teatro San Martín. LA GACETA / FOTO DE
Jamás un piano cantó tanto. Anoche, en un concierto de altísimo vuelo emocional, el pianista Nelson Goerner ofreció una clase magistral con la Fantasía en fa menor, op. 49 y la Balada Nº 3 de Frederich Chopin; el primer cuaderno de Imágenes y La isla de la alegría de Claude Debussy y la Sonata de Franz Schubert como obra de fondo.
Fue el mismo programa con el que dos días antes había deslumbrado a los críticos porteños en el Teatro Coliseo. Y, anoche, en Tucumán, la reacción no fue distinta. No son frecuentes las veces en las que el público tucumano deja de aplaudir entre los movimientos de cada obra.
Es casi una convención que los iniciados respetan a rajatabla pero que el gran público a veces pasa por alto. Sin embargo anoche, Goerner consiguió generalizar esa convención. Porque el pianista argentino radicado en Ginebra, es un artista de enorme concentración que otorga a sus interpretaciones un contenido dramático que va más allá de los matices sonoros. Y el silencio casi ceremonial del público entre cada movimiento así lo ratificó.
Nada en él fue puramente decorativo. Sus delicados y precisos movimientos expusieron exquisitamente los contrastes de Schubert y Debussy. Goerner llevó a los tucumanos de la mano por un universo de sensaciones impecablemente trazado. El cierre, con la Sonata, fue una de las interpretaciones más ovacionadas que se recuerdan en estas latitudes. Y no pudo ser mejor la versión de Goerner, quien con su capacidad para lograr intensidades diversas, lució, además, su inefable técnica de digitación, que deslumbra por su sabiduría para controlar el peso sobre el teclado y, de ese modo, lograr una total y saludable relajación.
Ahí se aprecia la solidez de una excelente escuela pianística adquirida desde su más tierna infancia y que ahora él mismo transmite también como docente en Ginebra. Goerner fue, en definitiva, un regalo; un privilegio.
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