Por Alicia Liliana Fernández
20 Septiembre 2013
LUJO. El artista fue ovacionado por el público. LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO
Sacó sonidos hasta los floripones naïf de su camisa. Anoche, en el teatro San Martín, entró un duende de sombrero de cuero, bajito y albino, de 77 años, que desplegó la rara sabiduría del sonido convertido en música. Como un chamán, condujo una ceremonia de creatividad desbordante, de magia y de juegos.
Hermeto Pascoal paseó, explosivo, barroco y gozoso, por la música de su país -forró, sertao, samba...- en un vuelo permanente hacia el bossa y el jazz. Frenéticos, los ritmos calientes, al borde -o en- disonancia, llevaron al Brasil más visceral. Los oyentes -apiñados hasta la galería- vibraron, impotentes en sus butacas, durante poco más de una hora y media de baile frenético, que de tan intenso que pareció un suspiro.
Pascoal, ante su teclado rojo, en la melódica o el acordeón gaúcho, controlaba hasta el más mínimo detalle o dialogaba en portugués con el público. La banda seguía pie juntillas los secretos órdenes de improvisación y despliegue, en alianzas fructíferas. Su mujer, la soprano Aline Morena, ensambló su scat con la solidez jazzera de Vinicius Morin y sus saxos, alto y barítono, clarinete -y diversas flautas-.
El piano Steinway sonó bello con André Marques y con Pascoal. El bajo del siempre sonriente Iteberé Zwarg dio clase, tanto como Marcio Bahía en la batería. Y en la percusión, el hijo de Hermeto, Fabio, hizo música con incontables instrumentos y objetos de percusión (incluidos chanchitos y pollitos chifles).
Todos los músicos, en contagioso disfrute de la ceremonia musical. El detalle de que el programa indique que cada uno de ellos, además de sus instrumentos, hacen percusión, da una idea de lo que llega a producirse en cada concierto. Al final nadie quería irse, en el convencimiento de que Pascoal puede seguir sacando música hasta de abajo de las piedras. Y hasta el infinito.
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