"Los pintores somos manos, mirada y corazón"

"Los pintores somos manos, mirada y corazón"

En su taller de Yerba Buena, Aníbal Fernández creó algunos de sus cuadros y murales más elogiados. La labor de un artista que sólo busca ser auténtico

LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA LA GACETA / FOTOS DE FRANCO VERA
Su casa está ubicada justo donde la ciudad deja atrás la tiranía del cemento para dar lugar al imperio los jardines. En Ituzaingó al 1.700 de Yerba Buena, el verde reina casi tanto como el amarillo de los lapachos o el rosado de las azaleas. La propiedad, con amplias galerías y un jardín enorme y misterioso, tiene ese toque artístico que le han dado sus propietarios: los artistas Aníbal Fernández y María Florencia Ortiz Mayor.

"El jardín es obra de un paisajista amigo con el que hicimos un trueque: clases de pintura a cambio de arreglos en el jardín. Pero es María Florencia la que básicamente se esmera en mantenerlo impecable y siempre florido", asegura Aníbal.

La entrevista será con él. Con él y en su taller. Por eso, el artista recibe a LA GACETA con varios caballetes estratégicamente distribuidos y con algunos cuadros a cuestas, como si fuera una muestra improvisada e íntima. Casi exclusiva.

El taller es grande y abigarrado. Tan lleno de obras que uno no sabe a dónde mirar primero. Cuadros, murales y lienzos sin terminar; cientos seguramente. Y un mobiliario que consiste en un cómodo sillón de madera, una mesa de trabajo y varias sillas. La luz del mediodía entra por la amplia pared vidriada y produce un efecto casi mágico en las telas. Se diría que el mismo sol juega con los colores, acaricia las imágenes y corona las obras con un aura dorada y exquisita. "Antes que nada, decime qué querés tomar. Aquí es casi una tradición acompañar las clases o el trabajo con un poco de café o de té", dice con amabilidad. La opción es finalmente un café.

Mientras lo sirve, un enorme mural atrapa todas las miradas. Es una escena en la que prevalece el color azul. Un azul tan potente que da vida a las figuras humanas que deambulan por el lienzo junto a varios corceles. "Esta obra tiene más de 20 años. La hice para un amigo que lo tiene en su casa. Pero ahora lo estamos arreglando y restaurando un poco", cuenta.

Fernández, entrerriano de nacimiento, se radicó en Tucumán en 1973. Vivió en distintas partes de la ciudad, pero finalmente se afincó en Yerba Buena, donde desarrolló una fecunda labor artística. "Esta es una ciudad de artistas; un lugar ideal para la creación. Su belleza y exuberancia son realmente motivadoras. Aunque mucha gente no tiene conciencia de eso. Cuando yo llegué, hace casi 30 años, no había ni countries ni pavimento, pero a mí siempre me subyugó", cuenta. Y eso se nota en sus obras. Es decir, la presencia de Yerba Buena puede adivinarse en una perfecta combinación de aquellos colores que abundan en su jardín y que también forman parte del paisaje de la ciudad.

Licenciado en Artes y también en Psicología, Fernández investigó a fondo los procesos creativos y, a mediados de los 80, realizó numerosos talleres sobre creatividad. "Es que la pintura no se puede desprender de lo emocional. Los pintores somos manos, mirada y corazón", agrega.

Autenticidad
En su taller, Fernández se mueve con rapidez. Sabe exactamente dónde está lo que necesita para apoyar con imágenes sus relatos. De golpe, detrás de un cortinado negro, encuentra un par de paletas rectangulares, que usa para mezclar colores a la manera de un alquimista. "Mirá, un ejemplo de que la inspiración acecha cuando uno menos lo espera es esto", dice mientras estira las manos y enseña una de las paletas. Allí, entre manchas de varios tonos pastel, se impone la imagen difusa de un caballo. "Es la primera vez que lo muestro. Cuando vi lo que había quedado dibujado, no quise tocarla más. Sólo el tiempo dirá si esta paleta finalmente se convierte en una obra más grande. Pero yo siento que aquí está el germen de un cuadro", señala.

Enrolado dentro de la corriente figurativa, Fernández jura que no le preocupa el estilo porque lo que en realidad le interesa es transmitir autenticidad. "Lo peor que uno puede hacer es seguir un camino por mandato de la moda. Por ejemplo, el famoso mingitorio de Duchamp tenía, en su época y en su contexto histórico, un sentido concreto. Pero cuando se expone por segunda o tercera vez, esa obra vuelve a ser un simple mingitorio; pierde atractivo, deja de ser transgresor. Y eso pasa con todo el arte. Lo convencional carece de creatividad. Pero aún así es bueno que se haga", afirma.

Y mientras lo dice, revuelve entre sus obras y encuentra el retrato de uno de sus nietos. "En el arte, como en la vida, lo que más importa es transmitir sensaciones. Y la sensibilidad forma parte de mi vida artística", concluye.

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