Por Fernando Stanich
16 Septiembre 2013
Llega un punto en el que la taba cae del otro lado. Porque la suerte, en algún momento, cambia. Y ese momento, aunque el alperovichismo se esfuerce por disimularlo, ha llegado.
A poco de haber cumplido dos años de una arrasadora victoria electoral, el gobernador José Alperovich exhibe muchos de los síntomas propios de la vejez. Los dolores de cabeza para el hombre que acumuló poder y más poder desde 2003 comenzaron al día siguiente de aquel 26 de agosto de 2011, en el que fue reelecto por segunda vez al frente del Poder Ejecutivo. Porque Alperovich nunca supo cómo resolver la encrucijada que le planteó la fecha de vencimiento que lleva impresa: el 29 de octubre de 2015.
El cordobés Eduardo Angeloz nunca tuvo tapujos en reconocer que su peor error político fue haber aceptado competir por un tercer mandato de gobierno. Lo dijo a LA GACETA, incluso, el 17 de agosto de 2009: "cuando mis amigos me preguntan cuál fue el error que cometí durante mi vida pública, siempre digo que haber aceptado ese tercer mandato". El radical atribuye ese error al cansancio generalizado de la gente en una misma figura, pero también a un relajamiento de la gestión. "Después de tanto tiempo uno ya no tiene control suficiente sobre quienes lo acompañan", explicó en aquella entrevista.
¿Cuál de esos síntomas que describe Angeloz aparecen en el relato alperovichista de los últimos dos años? Todos, pero ninguna de esas señales pudo ver a tiempo el oficialismo para frenar la caída. El primero y más notorio síntoma de ese decaimiento es la monotonía. El alperovichismo ya no sorprende, ni en sus respuestas ni en sus acciones. Las irregularidades expuestas según auditorías oficiales en la Dirección de Arquitectura y Urbanismo muestran un relajamiento evidente de la gestión. "Seguramente se nos pueden haber escapado cosas", rezongó a principios de la semana pasada el propio gobernador.
Desde un principio, Alperovich metió la política en la intimidad de su familia. Las improvisadas reuniones de gabinete de cada mañana en el living de su casa son una muestra de esa concepción familiar del poder. Su esposa y hasta sus hijos son parte de charlas y tertulias sobre gestión y política entre ministros, funcionarios, intendentes y legisladores. A la larga, eso permitió que el rojkesismo se sintiera con derechos para involucrarse en las decisiones públicas o que una de sus hijas jugara a ser política. Alperovich no sólo llevó la política a la alcoba, también abrió los ventanales de par en par.
Aislado y agobiado por los "infortunios" familiares, Alperovich comenzó a sentir que el viento cambió de dirección: en lugar de avanzar con él, se le vino de frente. Y quedó despeinado. El gobernador piensa en sostener las tres bancas de diputados que pondrá en juego el 27 de octubre, pero enfrenta la tormenta sin siquiera un par de botas. Hasta aquí, sólo se aprovisionó con estructuras minúsculas desperdigadas tras las PASO: las de Mariana Daher, Marcelo Baik y Luis Romano. Muy poco para enfrentar el chubasco que se avecina y pensar con tranquilidad en el camino hacia la sucesión en 2015.
Con Domingo Amaya cada vez más alejado (en Casa de Gobierno ni siquiera sabían del viaje a Roma del intendente), Alperovich necesita de una victoria en octubre para despejar los nubarrones que se posaron sobre su gestión y comenzar a perfilar al candidato que luchará para sucederlo. Pero, hasta aquí, no da indicios acerca de cómo piensa hacerlo. Enfrente, Amaya balconea en silencio el extenuante peregrinar alperovichista. Siente que, esta vez, la taba puede llegar a caer de su lado.
A poco de haber cumplido dos años de una arrasadora victoria electoral, el gobernador José Alperovich exhibe muchos de los síntomas propios de la vejez. Los dolores de cabeza para el hombre que acumuló poder y más poder desde 2003 comenzaron al día siguiente de aquel 26 de agosto de 2011, en el que fue reelecto por segunda vez al frente del Poder Ejecutivo. Porque Alperovich nunca supo cómo resolver la encrucijada que le planteó la fecha de vencimiento que lleva impresa: el 29 de octubre de 2015.
El cordobés Eduardo Angeloz nunca tuvo tapujos en reconocer que su peor error político fue haber aceptado competir por un tercer mandato de gobierno. Lo dijo a LA GACETA, incluso, el 17 de agosto de 2009: "cuando mis amigos me preguntan cuál fue el error que cometí durante mi vida pública, siempre digo que haber aceptado ese tercer mandato". El radical atribuye ese error al cansancio generalizado de la gente en una misma figura, pero también a un relajamiento de la gestión. "Después de tanto tiempo uno ya no tiene control suficiente sobre quienes lo acompañan", explicó en aquella entrevista.
¿Cuál de esos síntomas que describe Angeloz aparecen en el relato alperovichista de los últimos dos años? Todos, pero ninguna de esas señales pudo ver a tiempo el oficialismo para frenar la caída. El primero y más notorio síntoma de ese decaimiento es la monotonía. El alperovichismo ya no sorprende, ni en sus respuestas ni en sus acciones. Las irregularidades expuestas según auditorías oficiales en la Dirección de Arquitectura y Urbanismo muestran un relajamiento evidente de la gestión. "Seguramente se nos pueden haber escapado cosas", rezongó a principios de la semana pasada el propio gobernador.
Desde un principio, Alperovich metió la política en la intimidad de su familia. Las improvisadas reuniones de gabinete de cada mañana en el living de su casa son una muestra de esa concepción familiar del poder. Su esposa y hasta sus hijos son parte de charlas y tertulias sobre gestión y política entre ministros, funcionarios, intendentes y legisladores. A la larga, eso permitió que el rojkesismo se sintiera con derechos para involucrarse en las decisiones públicas o que una de sus hijas jugara a ser política. Alperovich no sólo llevó la política a la alcoba, también abrió los ventanales de par en par.
Aislado y agobiado por los "infortunios" familiares, Alperovich comenzó a sentir que el viento cambió de dirección: en lugar de avanzar con él, se le vino de frente. Y quedó despeinado. El gobernador piensa en sostener las tres bancas de diputados que pondrá en juego el 27 de octubre, pero enfrenta la tormenta sin siquiera un par de botas. Hasta aquí, sólo se aprovisionó con estructuras minúsculas desperdigadas tras las PASO: las de Mariana Daher, Marcelo Baik y Luis Romano. Muy poco para enfrentar el chubasco que se avecina y pensar con tranquilidad en el camino hacia la sucesión en 2015.
Con Domingo Amaya cada vez más alejado (en Casa de Gobierno ni siquiera sabían del viaje a Roma del intendente), Alperovich necesita de una victoria en octubre para despejar los nubarrones que se posaron sobre su gestión y comenzar a perfilar al candidato que luchará para sucederlo. Pero, hasta aquí, no da indicios acerca de cómo piensa hacerlo. Enfrente, Amaya balconea en silencio el extenuante peregrinar alperovichista. Siente que, esta vez, la taba puede llegar a caer de su lado.
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