Por Guillermo Monti
13 Septiembre 2013
Se ha desvirtuado tanto el concepto de ídolo que hoy a cualquiera le cuelgan la chapa. A no confundirse: tienen los pies de barro. Ídolos auténticos, los que elevan las pulsaciones del público y estimulan la imaginación, ídolos multiplicados en pósters, los que nos hacen felices y nos enorgullecen... De esos hay unos cuantos. Pocos. El primer ídolo del deporte argentino fue Luis Ángel Firpo, "El Toro Salvaje de las Pampas". El 14 de septiembre de 1923 -hace exactamente 90 años- protagonizó uno de los combates más estremecedores de todos los tiempos. Arrojó del ring con un mazazo descomunal al gran Jack Dempsey, campeón mundial de los pesados. Dempsey volvió al ring y ganó por nocaut. Fue desde ese momento y para siempre "la pelea del siglo", y Firpo el monarca sin corona.
El retorno de Firpo desde Estados Unidos, donde se efectuó la pelea, resultó un paseo triunfal a través del continente. Venía bajando en tren, cruzando países y despertando pasiones, hasta que el 17 de noviembre hizo escala en Tucumán. Nunca se había registrado en la provincia una movilización popular de la magnitud que provocó la presencia de Firpo. Nunca los tucumanos habían salido masivamente a la calle para saludar a un ídolo del deporte. Para verlo de cerca. Tal vez para tocarlo. Para disputarse la posesión del sombrero panamá del boxeador, trofeo equivalente a una camiseta de Messi.
El fugaz paso de Firpo por la provincia marcó un antes y un después. Demostró hasta qué punto había penetrado la pasión por el deporte en el corazón de los aficionados. Las acciones de la pelea con Dempsey habían llegado a través de un relato entrecortado y por momentos incomprensible que reprodujeron los altavoces instalados por LA GACETA. La película -esa en blanco y negro que podemos ver con absoluta comodidad gracias a YouTube- viajó desde Nueva York en barco. La batalla sobre el ring de Polo Grounds se construyó entonces en el imaginario popular. Cada tucumano rodó su propio filme y lo sazonó con los condimentos que mejor se acomodaron a su paladar.
Que esa estatua legendaria cobrara vida, aunque fuera por una hora, fue cosa de magia. Y Tucumán se revolucionó. Oscar Gómez López y Juan Vargas Nievas, periodistas de LA GACETA, recibieron a Firpo en Rosario de la Frontera y lo acompañaron durante el viaje a la capital provincial. El boxeador se bajó en Benjamín Paz y se sacó una foto junto al cartel de la estación para enviársela a su amigo... Benjamín Paz, que vivía en Estados Unidos. Lo aclamaron en Tapia, y la parada en Tafí Viejo presagió lo que vendría. Había un millar de aficionados allí, con llamativa presencia de chicas emperifolladas como si de la vuelta del perro dominguera se tratara. Con Firpo venían su amigo Horacio Lavalle y el sparring Calvin Respress, un negro que también ligó los suspiros femeninos. "Y eso que es una verdadera maravilla en fealdad", ironizó la crónica del diario.
Imposible determinar cuánta gente esperaba a Firpo en la estación Sunchales (así se llamaba entonces la ubicada frente a la plaza Alberdi). El convoy arribó a las 18.10. Como pudo, entre la marea de brazos y sombreros, y gracias a la intervención de la Policía, Firpo logró subir a un auto. Marchó por Corrientes y 25 de Mayo hasta la plaza Independencia, y luego volvió por Catamarca hasta instalarse en la antigua Cervecería del Norte. Las calles rebosaban de tucumanos. Una caravana de vehículos (¿cuántos habrán sido, en pleno 1923?) lo seguía. Firpo -echando por tierra su fama de hosco- saludaba y estrechaba palmas. Sonreía, feliz.
Cuenta don Antonio Benejam en su "Historia del deporte de Tucumán" que Firpo accedió a bajar del tren y a quedarse una hora -no más- en Tucumán por invitación de la familia Remis. El doctor Guillermo Remis era un entusiasta aficionado al boxeo.
La multitud seguía aguardando al "futuro campeón del mundo" (con esa naturalidad se refería a él LA GACETA), pero Firpo los engañó y subió al tren desde el norte, cruzando las vías. Salió al balcón del coche y los pañuelos se agitaron. Silbó la locomotora y partió la formación hacia el destino final: Buenos Aires.
Gómez López y Vargas Nievas le hicieron un extenso reportaje a Firpo, un texto repleto de perlitas e incisivas repreguntas. Y hasta le arrancaron una confesión: por primera vez, el "Toro Salvaje de las Pampas" le confesó a un medio que tenía novia.
El retorno de Firpo desde Estados Unidos, donde se efectuó la pelea, resultó un paseo triunfal a través del continente. Venía bajando en tren, cruzando países y despertando pasiones, hasta que el 17 de noviembre hizo escala en Tucumán. Nunca se había registrado en la provincia una movilización popular de la magnitud que provocó la presencia de Firpo. Nunca los tucumanos habían salido masivamente a la calle para saludar a un ídolo del deporte. Para verlo de cerca. Tal vez para tocarlo. Para disputarse la posesión del sombrero panamá del boxeador, trofeo equivalente a una camiseta de Messi.
El fugaz paso de Firpo por la provincia marcó un antes y un después. Demostró hasta qué punto había penetrado la pasión por el deporte en el corazón de los aficionados. Las acciones de la pelea con Dempsey habían llegado a través de un relato entrecortado y por momentos incomprensible que reprodujeron los altavoces instalados por LA GACETA. La película -esa en blanco y negro que podemos ver con absoluta comodidad gracias a YouTube- viajó desde Nueva York en barco. La batalla sobre el ring de Polo Grounds se construyó entonces en el imaginario popular. Cada tucumano rodó su propio filme y lo sazonó con los condimentos que mejor se acomodaron a su paladar.
Que esa estatua legendaria cobrara vida, aunque fuera por una hora, fue cosa de magia. Y Tucumán se revolucionó. Oscar Gómez López y Juan Vargas Nievas, periodistas de LA GACETA, recibieron a Firpo en Rosario de la Frontera y lo acompañaron durante el viaje a la capital provincial. El boxeador se bajó en Benjamín Paz y se sacó una foto junto al cartel de la estación para enviársela a su amigo... Benjamín Paz, que vivía en Estados Unidos. Lo aclamaron en Tapia, y la parada en Tafí Viejo presagió lo que vendría. Había un millar de aficionados allí, con llamativa presencia de chicas emperifolladas como si de la vuelta del perro dominguera se tratara. Con Firpo venían su amigo Horacio Lavalle y el sparring Calvin Respress, un negro que también ligó los suspiros femeninos. "Y eso que es una verdadera maravilla en fealdad", ironizó la crónica del diario.
Imposible determinar cuánta gente esperaba a Firpo en la estación Sunchales (así se llamaba entonces la ubicada frente a la plaza Alberdi). El convoy arribó a las 18.10. Como pudo, entre la marea de brazos y sombreros, y gracias a la intervención de la Policía, Firpo logró subir a un auto. Marchó por Corrientes y 25 de Mayo hasta la plaza Independencia, y luego volvió por Catamarca hasta instalarse en la antigua Cervecería del Norte. Las calles rebosaban de tucumanos. Una caravana de vehículos (¿cuántos habrán sido, en pleno 1923?) lo seguía. Firpo -echando por tierra su fama de hosco- saludaba y estrechaba palmas. Sonreía, feliz.
Cuenta don Antonio Benejam en su "Historia del deporte de Tucumán" que Firpo accedió a bajar del tren y a quedarse una hora -no más- en Tucumán por invitación de la familia Remis. El doctor Guillermo Remis era un entusiasta aficionado al boxeo.
La multitud seguía aguardando al "futuro campeón del mundo" (con esa naturalidad se refería a él LA GACETA), pero Firpo los engañó y subió al tren desde el norte, cruzando las vías. Salió al balcón del coche y los pañuelos se agitaron. Silbó la locomotora y partió la formación hacia el destino final: Buenos Aires.
Gómez López y Vargas Nievas le hicieron un extenso reportaje a Firpo, un texto repleto de perlitas e incisivas repreguntas. Y hasta le arrancaron una confesión: por primera vez, el "Toro Salvaje de las Pampas" le confesó a un medio que tenía novia.
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