Un paseo entre cuatro columnas de humo
Ramón Imbert, jefe de guardaparques, habló de las consecuencias de la sequía. El fuego se instaló en el cerro San Javier. Tres dotaciones de bomberos trabajaron junto a los guardaparques. Dos periodistas de LA GACETA volaron ayer en parapente guiados por los expertos Ariel Fara y Elías Pérez para mostrar el problema.
A bordo de un parapente, 500 metros por encima de San Javier, salta a la vista lo mal que vivimos los tucumanos. No hay horizonte, sólo una interminable cortina de polvo. "¿Ves esa estructura amarilla?", pregunta el piloto Elías Pérez. "Es el Easy". Más allá, nada. De San Pablo y Lules, ni rastros. Las partículas en suspensión son las dueñas del aire y apenas encuentran descanso en nuestros pulmones. En los míos, en los suyos. Más allá queda al desnudo la incesante extracción de áridos del río Muerto. La franja seca del cauce va devorando el verde. Y más acá, sobre un morro, cuatro columnas de humo delantan el incendio desatado el lunes.
Dos aviones fumigadores, readaptados para oficiar de hidrantes, van y vienen con su exigua carga de agua. Son figuritas amarillas que zumban muy, muy abajo. Es que Elías ha encontrado una térmica y volamos en tirabuzón hacia arriba. El Club Sol y Loma Bola se hacen muy chiquitos. Es la oportunidad de ver el cuadro completo. Cerca se desplaza otro parapente, distinguido por la vela roja. Lo conduce Ariel Fara y el pasajero, Alvaro Medina, saca fotos y filma. Son los registros publicados en esta edición y disponibles en LAGACETA.com.
Ellos partieron desde el Club Sol (cortesía de Héctor Viñuales); nosotros desde el despegue de Los Pinos. Debido al corte de la ruta a San Javier hubo que subir por Villa Nougués. El verde y la exuberancia de la vegetación engañan; la sequía se palpa en el crujir de las hojas, en la aridez del suelo. Al pasto le falta esa vitalidad tan propia del cerro.
Llegamos a 1.350 metros sobre el nivel mar, toda una sorpresa, porque este invierno sofocante conspira contra las corrientes ascendentes. Elías se entusiasma y sobrevuela el morro en varias direcciones. Hay fuego en las laderas este (el foco más intenso) y oeste. Los árboles impiden ver las llamas, hay que guiarse por esos túneles de humo que dejan la ropa impregnada. Sí, como cuando nos acercamos excesivamente a la parrilla durante un asado.
En la cima del morro hay pruebas evidentes del paso del fuego. El piso es una capa cenicienta y yacen tronquitos carbonizados. Entre las copas de los árboles se divisa el manto grisáceo.
Otro giro y de pronto nos acercamos a la zona de yungas. El martes fue posible controlar el incendio que parecía acercarse al country. Ya no hay rastros de esas lenguas amarillas que tanto asustaron a los yerbabuenenses.
Elías se aleja un poco más del cerro y subraya la velocidad con la que avanza la urbanización hacia el sur. "Antes aterrizábamos ahí, en el más allá. Ahora no se puede porque están haciendo otros barrios", explica. "¿Y por qué lo de más allá?" "Porque está atrás del cementerio San Agustín".
En un parapente no hay azafatas, pero sí instrumentos. El piloto conduce pendiente del aparato que va marcando la altura y la velocidad del viento. Se viaja en una silla que permite mantener las manos libres y girar la cabeza en todas las direcciones. Perfecto para llevar una cámara, por ejemplo. Y hasta para tomar apuntes. Es irónico, pero la sensación es de mayor comodidad que en nuestro transporte público de pasajeros.
Ahora enfilamos al norte. En el Aero Club los avioncitos repostan y se lanzan nuevamente al aire. La Olla está desierta. Las nubes brillaron en todo momento por su ausencia, pero la opresiva capa de smog invita a pensar que habitamos en una gruta, aplastados por el granítico techo de la contaminación. La sequedad se percibe con más fuerza. ¿Cuándo lloverá?
El vuelo de una hora va terminando. No habrá sol capaz de derretir estas alas. Otro paso por el morro. Imposible apreciar a los bomberos desde tan arriba. Pero están ahí. Da la impresión de que la humareda empieza a ceder.
Aterrizamos en el pasto seco e hirviente del pequeño descampado vecino a la rotonda de El Corte. La bajada tiene un poco de montaña rusa, es el único momento en el que se siente la velocidad. Pero casi no hay tiempo para que la adrenalina haga de las suyas. Los pies están sobre la tierra. Nada mal para un primer vuelo.
"Por una colilla empieza todo"
"Un simple descuido, como arrojar por la ventanilla del auto la colilla de un cigarrillo, es suficiente para que el cerro San Javier arda otra vez en llamas. Se debe a que la abundante vegetación de la zona se encuentra sumamente perjudicada por la sequía que afecta en este momento a la provincia". Así lo explicó a LA GACETA el jefe de Guardaparques de San Javier, Ramón Imbert.
El experto junto a sus compañeros y las diferentes dotaciones de bomberos que se sumaron a colaborar, se encuentra trabajando desde el lunes para impedir el avance del fuego. La tarea es ardua y muchos están cansados. Sin embargo, no pueden descuidarse ni un segundo.
"Todavía quedaron dos o tres focos pequeños por el sector sur y hay que seguir trabajando", contó anoche Imbert. Si bien remarcó que la situación no era preocupante, aclaró que durante la madrugada permanecería una guardia en la zona. "Tendremos que tratar de extinguirlo mañana (por hoy) -agregó- porque de noche se hace difícil y es peligroso".
A las 7 de hoy, bomberos, guardaparques y otros colaboradores estarán nuevamente en el cerro, listos para continuar con su tarea.
"Hay que ver si las condiciones meteorológicas nos acompañan", comentó Imbert, con tono de preocupación. Es que si la temperatura continúa en ascenso y el viento cobra fuerza -explicó- será difícil acabar con el fuego y evitar que se propague. El jefe de Guardaparques quiso llevar tranquilidad a las personas que habitan al pie del cerro y aseguró que las pequeñas llamas que quedan se encuentran en sectores alejados a las casas.