Algunos niños llevan agendas tan exigentes que no tienen tiempo de jugar

Algunos niños llevan agendas tan exigentes que no tienen tiempo de jugar

No sólo los adultos sufren estrés. Los pequeños también lo padecen, y muchos no saben cómo comunicarlo. No tironean la falda de su mamá para decirle: "no doy más". Ellos lo manifiestan en síntomas físicos: dolores, insomnio, fiebres e irritabilidad. Algunos padres suplen su ausencia con miles de actividades extras que no llenan el vacío sino que agotan

08 Septiembre 2013
A Andrea se le prendió la luz de alerta cuando su hijo, de 8 años, comenzó a tener pesadillas de noche. Le costaba conciliar el sueño y dormir solo. Tenía dolores de estómago y de cabeza sin causa aparente. Pero lo que más le preocupaba era que no lo veía feliz. "Había bajado el rendimiento escolar y el colegio se le presentaba como una carga", cuenta su mamá. Además de los dos deportes que practicaba y del apoyo extra que necesitaba en inglés, los directores del colegio le pidieron que lo llevara a una psicopedagoga y a una psicóloga porque había comenzado a "comerse letras" mientras escribía. "Se convirtió en una agenda imposible, hasta el sábado tenía todos sus horarios cubiertos y el único día libre era el domingo", recuerda.

Frente a este panorama tomó la decisión de cambiarlo a un colegio que no tuviera doble jornada, resignando la educación a la que ella aspiraba para su único hijo. "Creo que en definitiva la educación no nos hace como personas y a él se lo ve mejor", reconoce. Ganar esas tres horas diarias y organizar mejor los horarios fueron un alivio. Su hijo comenzó a dormir tranquilo y solo como lo había hecho antes. "Pero sobre todo le di tiempo para jugar, que antes no lo tenía", cuenta. Mercedes observaba cómo su hija lloriqueaba y hacía berrinches. Después de la doble escolaridad la llevaba, dos veces por semana, a danza clásica y los viernes y sábado a hockey. "Aunque pocas veces le daban tarea para la casa, cuando tenía que hacerla era un problema", cuenta. La jornada había comenzado a las 7.30 y recién terminaba a las 21 -con suerte- los días que no tenía deberes. Un ritmo agotador que a mitad de semana hacía crisis en toda la familia. "Decidí no llevarla más a danzas y reemplazarlo por un día o dos para que una amiga vaya a mi casa a jugar", explica. Su humor cambió mucho.

En las aulas

Los chicos están estresados -aunque no lo digan con estas palabras- y los adultos pensamos: "¿qué sabrán ellos lo que es el estrés?". Con esta reflexión la psicopedagoga, Silvia Bono, se refiere a la poca conciencia que tienen muchos padres sobre lo que les está pasando a sus hijos. "Me pregunto si queremos que vivan a mil como nosotros o es que no tenemos tiempo para ellos y por eso los llenamos de actividades", dice.

La escuela es uno de los ámbitos en donde el niño o adolescente manifiesta esta carga que lo está superando. "Vienen los papás y plantean que la maestra les dijo que su hijo está disperso", comenta Bono. Esta palabra se ha extendido y muchas veces no acarrea nada neurológico. Tiene que ver con que al chico no se le da tiempo para una cosa y ya pasa a otra: del colegio al deporte, de ahí a estudiar geografía, luego inglés... "Pregunto: ¿A esa dispersión no se la estamos generando?", agrega.

Los días siguen teniendo 24 horas y los chicos siguen siendo eso, chicos. Sin embargo viven tironeados, con la presión de que los tiempos se acortaron y ya no hay espacios para jugar. "Antes a la multiplicación se la desmenuzaba, se entendía el procedimiento y cómo se llegaba al resultado. Había un tiempo para 'aprehender', que es cuando lo masticás y lo tragás. Luego se evaluaba; en cambio, ahora casi no hay explicación y se va a la evaluación", ejemplifica. Esto de entender poco o nada los temas obligan a pedir asistencia extra, pero también es una fuente de estrés. Los cambios de programas y sistemas -añade Bono- obligaron a incluir contenidos y la bajada a los alumnos es desordenada. "Ellos te dicen: me pidieron una monografía, pero no me dijeron qué ni cómo se hace'", explica.

Somatizan a veces con fiebres altas sin causa y es solo porque su cuerpo dice lo que ellos no pueden. Una llamada de atención que los padres no deberían menospreciar.

DÍAS AGITADOS
Una semana de locos en la que no había tiempo para jugar


7.30: suena el despertador
8 a 12.30: clase en el colegio
12.40 a 13.30: almuerzo en casa
14 a 17: doble escolaridad todos los días
17.30 a 18.30: profesora de inglés
19 a 20: clase de taekwondo
20.30: cenar y bañarse
El resto de la semana por la tarde se alternaban visitas a la psicóloga y a la psicopedagoga, de una hora cada una, más otra clase de taekwondo y también de un segundo deporte, que incluía los sábados. También recibía apoyo en lengua y en matemática.

ALGUNOS SÍNTOMAS Y CÓMO AYUDARLOS
Dolores de cabeza, de estómago, cambios e insomnios pueden ser señales de que un chico está pasando por un cuadro de estrés


La adolescencia es una etapa que produce estrés -explica Martha Falú, médica hebiatra- y que es una etapa que puede durar entre 9 y 10 años hasta que se completa su desarrollo psicológico, biológico e intelectual. "Antes se daba a partir de los 12 y ahora es frecuente entre los 9 y 10 años, lo que le llamamos pubescencia", explica la especialista. Estos cambios ya son una fuente de estrés en los niños-adolescentes. Si además se le suman otros factores pueden presentar síntomas físicos de distinta índole. Son muy comunes los dolores sin causa orgánica, muchas veces por no ser comprendidos o porque están demasiado exigidos. "Hay que tener paciencia y tratarlos bien. Explicarles los cambios que están atravesando puede ser una manera de disminuirles el estrés", añade la médica.

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