01 Septiembre 2013
Para el viceministro de Seguridad, Sergio Berni, decir "cambio, cambio..." no es delito. Aunque él se refirió a los arbolitos de la calle Florida, si se piensa en el concepto a modo de metáfora en relación a las señales que mandó el Gobierno desde el resultado de las PASO para acá, nadie debería rasgarse las vestiduras. En política no hay traiciones, sólo reacomodamientos ideológicos y cambiar uno u otro principio ni siquiera es una agachada. Y más cuando el veredicto de la gente vino casi de paliza. Sin embargo, al oficialismo estos virajes le cuestan mucho más, no porque no los esté ensayando por estos días, sino porque un relato tan estructurado, como el que ha construido desde épicas tan diversas, lo condiciona gravemente. El kirchnerismo tiene antecedentes de puestas en escena que se armaron para jugar el rol de dócil tras otras encerronas que, cuando cambiaron los vientos, terminaron en apuestas redobladas. La cosa se complica aún más para el mundo K, ya que como es un gobierno que se cree fundacional y que suele decir "después de mí, el diluvio", las rectificaciones de algunos tópicos centrales de la "década ganada" se les hacen más difícil de encarar. Aunque recula cuando es necesario, lo más importante para un kirchnerista de ley es que los pasos para atrás no se noten.
En ese sentido, hubo en la semana historias de amagues y concreciones, de promesas y realidades, de avances y negaciones y se observó con nitidez un desorientado protagonismo de varios miembros del oficialismo, que, con bastante pánico, parecen haber comprobado que, a la hora de sostener un modelo que cada vez tiene más fisuras estructurales, aunque muchas de ellas hayan sido exacerbadas por la propia impericia de la gestión, han quedado gravemente atrapados en una triple tenaza: pérdida de poder, desbande electoral y una economía decadente.
Pero, al kirchnerismo le está pasando políticamente lo que ocurre en todos los sistemas orgánicos: una descompensación provoca la otra y el paciente se va agravando de a poco. Así, los enfermos pasan de la infección pulmonar, a la no metabolización hepática, a la insuficiencia renal y al fallo cardíaco. Son tantas las contradicciones del oficialismo que es imposible que no haya flancos abiertos que compliquen el cuadro. Nunca falta un curandero luego, que abone las teorías conspirativas.
Fueron al menos cuatro las veces más notorias en las que diversos habitantes del poder usaron en la última semana los argumentos de la desestabilización o el golpe. O realmente son sinceros y en su interior creen en los fantasmas, lo que significa desde ya todo un problema o bien, desde la subestimación de los ciudadanos, todavía suponen que hay gente que, ante dificultades más notorias como la falta de seguridad o la inestabilidad económica compra ese tipo de explicaciones y que la victimización sirve para sumar votos.
El viceministro de Economía, Axel Kicillof, abrumó en el Congreso con sus letanías ideológicas sobre el canje de la deuda puesto en marcha de apuro y sobre la maldad intrínseca de acreedores que sólo quieren ver a la Argentina arrodillada para hacerle cambiar el rumbo. Un día antes, una Presidenta más mansa en postura e impostada en su tono de voz, dijo por cadena nacional que la Argentina es "un pagador serial", pero que a los holdouts no se les va a pagar y, a riesgo que la Justicia de los Estados Unidos crea que se les mojó la oreja, hizo una verónica, reabrió el canje que había jurado no reabrir y dispuso hacer un "reemplazo" de títulos pagaderos en Nueva York bajo esa legislación, por otros "con la misma moneda y a los mismos plazos", pero a ser abonados en jurisdicción nacional "para evitar eventuales embargos". Y el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, imputó los incidentes que llevaron a la represión en Neuquén "a la ultraizquierda y a la derecha" que, protestando por el acuerdo con YPF-Chevron, buscaron a su juicio dar "un golpe institucional". La justificación oficial, todo un retroceso en la postura de no criminalización de la protesta, que también se dio en Jujuy con miembros de la agrupación Tupac Amaru, llevó al CELS a decir que "la valiosa política de no represión instrumentada desde 2003 por el gobierno presenta importantes debilidades desde 2010".
Si de fantasmas se habla, la propia Presidenta mencionó en un discurso "las balas de plomo que derrocaron a Perón" y las comparó con "las balas de tinta que por ahí intentan derrocar o destituir gobiernos populares". Y ya que el periodismo que dispara ese tipo de balas de opinión es el mayor enemigo a vencer, nunca más desafortunado el alegato casi amenazante, que pronunció el titular del Afsca, Martín Sabatella, frente a los miembros de la Corte Suprema, en medio de la transparente audiencia pública que es para celebrar, para que los jueces apuntalen un sistema que se promociona como antimonopólico y pluralista, pero que en realidad tiende a borrar la libertad de expresión, en nombre de una democracia que probablemente no sea la de la Constitución.
"Está en sus manos si la democracia a nuestro entender puede seguir avanzando o si retrocedemos", les dijo textualmente el funcionario al tribunal en relación a la objetada Ley de Medios y a la necesidad de cambiar una situación que "nos está lesionando" y que identificó como "un problema en relación a la concentración mediática". "Necesitamos solucionarlo", agregó Sabatella en un rapto de honestidad brutal. Claramente, el funcionario se refería al grupo Clarín, pero si en la Argentina de hoy existe un sistema de "concentración mediática" importante, ese es el cartel de medios gubernamentales y paragubernamentales, aunque sean muy pocos los ciudadanos que presten atención a sus bajadas de línea. Esos medios no tienen audiencias que se coman el repiqueteo edulcorante de las buenas noticias que pretende dar el Gobierno y éste se vuelve loco por eso y quizás no tanto por el dinero que está poniendo para sostenerlo.
Es más que probable que el Gobierno no haya querido advertir que está bancando proyectos más comprometidos con la pauta publicitaria y no tanto con el modelo pero, además, la gente tiene un olfato muy especial para escaparle a la manipulación. Es muy difícil hacer oficialismo y mucho más lo es con la "concentración" de opinión que exige el kirchnerismo. No es la primera vez que títulos de diarios o zócalos televisivos iguales denuncian con luces de neón su pertenencia a los medios del conglomerado oficialista y eso hace huir al público. Es lo mismo que con la historia de los golpes desestabilizadores: el menosprecio a la calidad intelectual de la gente no aporta rating, ni venta de perioídico ni mucho menos suma voluntades.
En el Gobierno, suelen decir que la culpa de todos los males la tiene el repiqueteo de la prensa no oficialista sobre ciertos temas que son sólo sensación y no evidencia: precios, cepo cambiario, corrupción, inseguridad. Sin embargo, en otro de sus destapes de la semana, Berni dijo que estas últimas cuestiones "no está influenciada por los medios, son objetivas y palpables y la gente las padece permanentemente" y añadió, como si se hubiese cambiado de River a Boca, que "obviamente existe la difusión y la amplificación. Pero, si no existieran hechos concretos, no habría noticias policiales".
¿Es consciente la Presidenta de todo este rulo en el que se ha metido? En su entorno dicen que sí, que es la más lúcida al respecto y aunque es lícito pensar que ahora mismo ella teme por la gobernabilidad, no ayuda para nada a esa legítima preocupación la ideología que la ha cooptado durante los últimos años y los prejuicios que ella y su esposo le han sabido inyectar a la tropa, algunos de ellos tan insustanciales, que es muy difícil volver sin daños. Los hechos indican que, aún con el mandoble del 26% de las primarias, la propia Cristina Fernández ha intentado gestos para mantener viva la agenda, como parte de la vocación que siempre ha tenido el kirchnerismo de no ceder protagonismo. En primer término, cuando llamó a un "debate en serio", algo que ella nunca se permitió llamar diálogo, aunque la cadena oficial de medios fue impelida a bautizarlo así con el aditamento de "social", a empresarios y sindicalistas del palo.
El experimento tuvo un segundo round durante la semana que pasó, cuando la Presidenta volvió a citarlos en la Casa Rosada para hacer un anuncio que sólo había dialogado con su almohada. Con la cabeza gacha, muchos fueron con cuadernos, para tomar nota de lo que les iba a decir. Y entonces les contó cómo había cocinado el impuesto a las Ganancias que se le aplica a los trabajadores, con una transferencia hacia los bolsillos de las empresas. Si hay un déficit grave en el kirchnerismo es que, sin jugadores de ajedrez entre sus estrategas, parece que poco le importan las consecuencias de lo que hace. La escalada de descompensaciones sistémicas bien podría ser mitigada mirando tres jugadas adelante. Sin embargo, la pasión por el aquí y ahora puede más que la previsión. Si hay algo que falta en el país son inversiones y cada paso que se da parece que es para ahuyentarlas, antes que para atraerlas.
Si no que lo diga el CEO de YPF, Miguel Galuccio, quien defendió con uñas y dientes la inversión de Chevron y hablo de "confidencialidades" y no de cláusulas secretas en el contrato. Pero, también el ejecutivo protagonizó una insólita admisión para los estándares kirchneristas, propio del desbande de estos días: "En la Argentina, tenemos un déficit energético que es serio", blanqueó como si ese rojo fuese de los '90 y no hubiese sido producto de las equivocadas políticas de la década.
En ese sentido, hubo en la semana historias de amagues y concreciones, de promesas y realidades, de avances y negaciones y se observó con nitidez un desorientado protagonismo de varios miembros del oficialismo, que, con bastante pánico, parecen haber comprobado que, a la hora de sostener un modelo que cada vez tiene más fisuras estructurales, aunque muchas de ellas hayan sido exacerbadas por la propia impericia de la gestión, han quedado gravemente atrapados en una triple tenaza: pérdida de poder, desbande electoral y una economía decadente.
Pero, al kirchnerismo le está pasando políticamente lo que ocurre en todos los sistemas orgánicos: una descompensación provoca la otra y el paciente se va agravando de a poco. Así, los enfermos pasan de la infección pulmonar, a la no metabolización hepática, a la insuficiencia renal y al fallo cardíaco. Son tantas las contradicciones del oficialismo que es imposible que no haya flancos abiertos que compliquen el cuadro. Nunca falta un curandero luego, que abone las teorías conspirativas.
Fueron al menos cuatro las veces más notorias en las que diversos habitantes del poder usaron en la última semana los argumentos de la desestabilización o el golpe. O realmente son sinceros y en su interior creen en los fantasmas, lo que significa desde ya todo un problema o bien, desde la subestimación de los ciudadanos, todavía suponen que hay gente que, ante dificultades más notorias como la falta de seguridad o la inestabilidad económica compra ese tipo de explicaciones y que la victimización sirve para sumar votos.
El viceministro de Economía, Axel Kicillof, abrumó en el Congreso con sus letanías ideológicas sobre el canje de la deuda puesto en marcha de apuro y sobre la maldad intrínseca de acreedores que sólo quieren ver a la Argentina arrodillada para hacerle cambiar el rumbo. Un día antes, una Presidenta más mansa en postura e impostada en su tono de voz, dijo por cadena nacional que la Argentina es "un pagador serial", pero que a los holdouts no se les va a pagar y, a riesgo que la Justicia de los Estados Unidos crea que se les mojó la oreja, hizo una verónica, reabrió el canje que había jurado no reabrir y dispuso hacer un "reemplazo" de títulos pagaderos en Nueva York bajo esa legislación, por otros "con la misma moneda y a los mismos plazos", pero a ser abonados en jurisdicción nacional "para evitar eventuales embargos". Y el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, imputó los incidentes que llevaron a la represión en Neuquén "a la ultraizquierda y a la derecha" que, protestando por el acuerdo con YPF-Chevron, buscaron a su juicio dar "un golpe institucional". La justificación oficial, todo un retroceso en la postura de no criminalización de la protesta, que también se dio en Jujuy con miembros de la agrupación Tupac Amaru, llevó al CELS a decir que "la valiosa política de no represión instrumentada desde 2003 por el gobierno presenta importantes debilidades desde 2010".
Si de fantasmas se habla, la propia Presidenta mencionó en un discurso "las balas de plomo que derrocaron a Perón" y las comparó con "las balas de tinta que por ahí intentan derrocar o destituir gobiernos populares". Y ya que el periodismo que dispara ese tipo de balas de opinión es el mayor enemigo a vencer, nunca más desafortunado el alegato casi amenazante, que pronunció el titular del Afsca, Martín Sabatella, frente a los miembros de la Corte Suprema, en medio de la transparente audiencia pública que es para celebrar, para que los jueces apuntalen un sistema que se promociona como antimonopólico y pluralista, pero que en realidad tiende a borrar la libertad de expresión, en nombre de una democracia que probablemente no sea la de la Constitución.
"Está en sus manos si la democracia a nuestro entender puede seguir avanzando o si retrocedemos", les dijo textualmente el funcionario al tribunal en relación a la objetada Ley de Medios y a la necesidad de cambiar una situación que "nos está lesionando" y que identificó como "un problema en relación a la concentración mediática". "Necesitamos solucionarlo", agregó Sabatella en un rapto de honestidad brutal. Claramente, el funcionario se refería al grupo Clarín, pero si en la Argentina de hoy existe un sistema de "concentración mediática" importante, ese es el cartel de medios gubernamentales y paragubernamentales, aunque sean muy pocos los ciudadanos que presten atención a sus bajadas de línea. Esos medios no tienen audiencias que se coman el repiqueteo edulcorante de las buenas noticias que pretende dar el Gobierno y éste se vuelve loco por eso y quizás no tanto por el dinero que está poniendo para sostenerlo.
Es más que probable que el Gobierno no haya querido advertir que está bancando proyectos más comprometidos con la pauta publicitaria y no tanto con el modelo pero, además, la gente tiene un olfato muy especial para escaparle a la manipulación. Es muy difícil hacer oficialismo y mucho más lo es con la "concentración" de opinión que exige el kirchnerismo. No es la primera vez que títulos de diarios o zócalos televisivos iguales denuncian con luces de neón su pertenencia a los medios del conglomerado oficialista y eso hace huir al público. Es lo mismo que con la historia de los golpes desestabilizadores: el menosprecio a la calidad intelectual de la gente no aporta rating, ni venta de perioídico ni mucho menos suma voluntades.
En el Gobierno, suelen decir que la culpa de todos los males la tiene el repiqueteo de la prensa no oficialista sobre ciertos temas que son sólo sensación y no evidencia: precios, cepo cambiario, corrupción, inseguridad. Sin embargo, en otro de sus destapes de la semana, Berni dijo que estas últimas cuestiones "no está influenciada por los medios, son objetivas y palpables y la gente las padece permanentemente" y añadió, como si se hubiese cambiado de River a Boca, que "obviamente existe la difusión y la amplificación. Pero, si no existieran hechos concretos, no habría noticias policiales".
¿Es consciente la Presidenta de todo este rulo en el que se ha metido? En su entorno dicen que sí, que es la más lúcida al respecto y aunque es lícito pensar que ahora mismo ella teme por la gobernabilidad, no ayuda para nada a esa legítima preocupación la ideología que la ha cooptado durante los últimos años y los prejuicios que ella y su esposo le han sabido inyectar a la tropa, algunos de ellos tan insustanciales, que es muy difícil volver sin daños. Los hechos indican que, aún con el mandoble del 26% de las primarias, la propia Cristina Fernández ha intentado gestos para mantener viva la agenda, como parte de la vocación que siempre ha tenido el kirchnerismo de no ceder protagonismo. En primer término, cuando llamó a un "debate en serio", algo que ella nunca se permitió llamar diálogo, aunque la cadena oficial de medios fue impelida a bautizarlo así con el aditamento de "social", a empresarios y sindicalistas del palo.
El experimento tuvo un segundo round durante la semana que pasó, cuando la Presidenta volvió a citarlos en la Casa Rosada para hacer un anuncio que sólo había dialogado con su almohada. Con la cabeza gacha, muchos fueron con cuadernos, para tomar nota de lo que les iba a decir. Y entonces les contó cómo había cocinado el impuesto a las Ganancias que se le aplica a los trabajadores, con una transferencia hacia los bolsillos de las empresas. Si hay un déficit grave en el kirchnerismo es que, sin jugadores de ajedrez entre sus estrategas, parece que poco le importan las consecuencias de lo que hace. La escalada de descompensaciones sistémicas bien podría ser mitigada mirando tres jugadas adelante. Sin embargo, la pasión por el aquí y ahora puede más que la previsión. Si hay algo que falta en el país son inversiones y cada paso que se da parece que es para ahuyentarlas, antes que para atraerlas.
Si no que lo diga el CEO de YPF, Miguel Galuccio, quien defendió con uñas y dientes la inversión de Chevron y hablo de "confidencialidades" y no de cláusulas secretas en el contrato. Pero, también el ejecutivo protagonizó una insólita admisión para los estándares kirchneristas, propio del desbande de estos días: "En la Argentina, tenemos un déficit energético que es serio", blanqueó como si ese rojo fuese de los '90 y no hubiese sido producto de las equivocadas políticas de la década.
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