01 Septiembre 2013
EL ABRAZO ETERNO. Don Augusto no imagina un día de su vida lejos de Manuela Flores; hace siete décadas le había declarado su amor por carta. LA GACETA / FOTO DE OSVALDO RIPOLL
Don Augusto Antonio Cejas, de 91 años, sacudió su modorra más temprano que otros días. Las primeras luces del alba comenzaron a filtrarse en su habitación cuando se incorporó de la cama y fijó su mirada en Manuela Flores, de 86 años, su compañera de toda la vida. Era miércoles 28 de agosto. La memoria se despachó como un rayo y lo hizo recordar que un día como ese, hacía 70 años, había consagrado su amor a la mujer que descansaba a su lado. Hoy ambos, a pesar de los años, están sanos y disfrutan de una memoria envidiable.
El miércoles pasado Augusto comenzó a desandar esa jornada de 1947 que había estado colmada de emoción y nervios, y se vio tembloroso ante el altar y de la mano de Manuela. Algunas lágrimas se soltaron de sus ojos tenues y recorrieron los surcos de arrugas que atraviesan su rostro.
"Tenía 20 años cuando me casé en la iglesia de Monteros. Antes lo había hecho en el Registro Civil -rememora-. En verdad no me quedan muchos recuerdos de ese día. Solo sé que en ese entonces empecé una nueva vida y que estaba muy contento".
Los orígenes
Augusto nació en el paraje Los Costillas (Monteros) y conoció a su esposa en León Rougés, cuando ella tenía 17 años. El noviazgo no fue prolongado: él era muy trabajador, de modo que no tardó en lograr que los padres de la novia aceptaran el enlace. Tuvieron seis hijos, pero el primero falleció a los pocos días de nacer. Antonia, la mayor, vive en Australia.
El aniversario
Desde hace décadas los dos pasan sus días en su modesta casa en León Rougés, donde los vecinos desfilaron a saludar al matrimonio, uno de los pocos -quizás el primero- que alcanza a cumplir 70 años de casados. A la tarde hubo misa: los cónyuges fueron bendecidos y sirvió de ocasión para que renovaran sus votos de amor.
Manuela contó que también ella despertó con el sacudón de saber que era una jornada especial. Miró a Augusto y le agradeció por seguir tan leal a su lado. "Es de no creer tantos años de convivencia -añadió-. Lo conseguimos antes que nada porque los dos tenemos, gracias a Dios, buena salud".
El secreto del éxito
"Después el matrimonio se mantuvo porque yo nunca fui celosa. Lo dejé salir siempre que quiso. Los celos son una enfermedad que destruye. Eso sí, nunca le permití que faltara al trabajo", advirtió.
"Él es celoso y si yo lo hubiera sido, entonces íbamos a tener las encontradas", añadió entre risas. Augusto interrumpió para reconocer que cuando joven siempre le gustó "la farra". "Era muy salidor. Me divertía con mis amigos. Disfrutaba bastante de las tabeadas y del buen vino. Eso sí, nunca falté a mi laburo", sostuvo. Y contó que ya de adolescente sus padres lo mandaban desde Los Costillas a León Rougés a vender choclos y batatas. Años después, y en esos recorridos, conoció a Manuela. La recuerda linda y risueña detrás de las rejas de una casa del ingenio Santa Rosa, donde trabajaba el padre de su pretendida y después también lo hizo él.
"En esos tiempos era muy difícil salir y andar en la calle. Entonces lo que hizo mi enamorado fue tirarme una carta. Así se me declaró", contó Manuela, que conserva orgullosa en su dedo el desgastado anillo de oro de casamiento y otro de plata que le regalaron con la reproducción milimétrica del Padre Nuestro.
Casamiento y después
"No tuvimos una gran fiesta cuando nos casamos. Se realizó un encuentro corto nomás, de la familia. El vestido de novia lo hice en San Miguel de Tucumán y me lo entregaron poco antes de la ceremonia -recordó-. Después siempre estuve entregada a mi familia, a mis hijos".
Luego enumeró los rasgos que le permitieron alcanzar esta ancianidad feliz: "además de no ser celosa, trato de ser tranquila y amable con toda la gente. No hay que ganarse enemigos".
Hoy, a 70 años de este sueño hecho realidad, Augusto no soporta ni un minuto la ausencia de Manuela a su lado. Cuando ella regresó a casa luego de ir hasta la iglesia a encargar la misa de aniversario, él no ocultó su molestia por la demora. "Los dos ya somos como uno. No podemos estar separados", explicó, enamorado aún como un adolescente.
El miércoles pasado Augusto comenzó a desandar esa jornada de 1947 que había estado colmada de emoción y nervios, y se vio tembloroso ante el altar y de la mano de Manuela. Algunas lágrimas se soltaron de sus ojos tenues y recorrieron los surcos de arrugas que atraviesan su rostro.
"Tenía 20 años cuando me casé en la iglesia de Monteros. Antes lo había hecho en el Registro Civil -rememora-. En verdad no me quedan muchos recuerdos de ese día. Solo sé que en ese entonces empecé una nueva vida y que estaba muy contento".
Los orígenes
Augusto nació en el paraje Los Costillas (Monteros) y conoció a su esposa en León Rougés, cuando ella tenía 17 años. El noviazgo no fue prolongado: él era muy trabajador, de modo que no tardó en lograr que los padres de la novia aceptaran el enlace. Tuvieron seis hijos, pero el primero falleció a los pocos días de nacer. Antonia, la mayor, vive en Australia.
El aniversario
Desde hace décadas los dos pasan sus días en su modesta casa en León Rougés, donde los vecinos desfilaron a saludar al matrimonio, uno de los pocos -quizás el primero- que alcanza a cumplir 70 años de casados. A la tarde hubo misa: los cónyuges fueron bendecidos y sirvió de ocasión para que renovaran sus votos de amor.
Manuela contó que también ella despertó con el sacudón de saber que era una jornada especial. Miró a Augusto y le agradeció por seguir tan leal a su lado. "Es de no creer tantos años de convivencia -añadió-. Lo conseguimos antes que nada porque los dos tenemos, gracias a Dios, buena salud".
El secreto del éxito
"Después el matrimonio se mantuvo porque yo nunca fui celosa. Lo dejé salir siempre que quiso. Los celos son una enfermedad que destruye. Eso sí, nunca le permití que faltara al trabajo", advirtió.
"Él es celoso y si yo lo hubiera sido, entonces íbamos a tener las encontradas", añadió entre risas. Augusto interrumpió para reconocer que cuando joven siempre le gustó "la farra". "Era muy salidor. Me divertía con mis amigos. Disfrutaba bastante de las tabeadas y del buen vino. Eso sí, nunca falté a mi laburo", sostuvo. Y contó que ya de adolescente sus padres lo mandaban desde Los Costillas a León Rougés a vender choclos y batatas. Años después, y en esos recorridos, conoció a Manuela. La recuerda linda y risueña detrás de las rejas de una casa del ingenio Santa Rosa, donde trabajaba el padre de su pretendida y después también lo hizo él.
"En esos tiempos era muy difícil salir y andar en la calle. Entonces lo que hizo mi enamorado fue tirarme una carta. Así se me declaró", contó Manuela, que conserva orgullosa en su dedo el desgastado anillo de oro de casamiento y otro de plata que le regalaron con la reproducción milimétrica del Padre Nuestro.
Casamiento y después
"No tuvimos una gran fiesta cuando nos casamos. Se realizó un encuentro corto nomás, de la familia. El vestido de novia lo hice en San Miguel de Tucumán y me lo entregaron poco antes de la ceremonia -recordó-. Después siempre estuve entregada a mi familia, a mis hijos".
Luego enumeró los rasgos que le permitieron alcanzar esta ancianidad feliz: "además de no ser celosa, trato de ser tranquila y amable con toda la gente. No hay que ganarse enemigos".
Hoy, a 70 años de este sueño hecho realidad, Augusto no soporta ni un minuto la ausencia de Manuela a su lado. Cuando ella regresó a casa luego de ir hasta la iglesia a encargar la misa de aniversario, él no ocultó su molestia por la demora. "Los dos ya somos como uno. No podemos estar separados", explicó, enamorado aún como un adolescente.
Lo más popular