Pasaron los 50 años y decidieron que ya era hora de volver a viajar juntas como a los 17

Pasaron los 50 años y decidieron que ya era hora de volver a viajar juntas como a los 17

¿Para qué esperar? Cada vez son más los amigos que se animan a dejar las responsabilidades y hacer un viaje que les permita revivir los años de la adolescencia. Algunos se integran con un contingente que los lleva a Bariloche, a la gira "regresados". Otros prefieren un viaje sin tanta adrenalina para poder hablar, reírse y ponerse al día. Te contamos dos historias de quienes se lanzaron a la aventura de rescatar la juventud.

SIEMPRE JUNTAS. Carmen, Marta y Mercedes se conocieron en el colegio Santa Rosa hace 55 años y desde ese tiempo nunca se separaron. SIEMPRE JUNTAS. Carmen, Marta y Mercedes se conocieron en el colegio Santa Rosa hace 55 años y desde ese tiempo nunca se separaron.
19 Agosto 2013

Pasan de un tema a otro con total naturalidad: "¿Cómo te fue en el viaje? ¿Te acordás de alguna anécdota? ¿Sabías que nosotras fuimos las primeras en viajar a Bariloche?". Las chicas no se quedan calladas ni un segundo, pero en ese desorden se escuchan y se entienden. En 2010 decidieron hacer un viaje sin maridos ni hijos y eligieron un crucero que las llevó por las costas de Uruguay y de Brasil. Lograron reunir a 16 excompañeras del Santa Rosa, entre "las del A y las de B", como todavía se siguen identificando aunque esto no es sinónimo de rivalidades, aclaran. Todas de la promoción 1970. "No paramos de reírnos ni un minuto", aseguran. Coinciden en que el clic fueron los 50. "Dijimos, ¿por qué no empezamos a viajar solas?", explican Carmen Araujo y Marta Ahumada.

El último viaje juntas había sido la gira de quinto año. En aquella oportunidad habían elegido ir a Bariloche, porque conseguían transporte gratis: la familia de una de las chicas era dueña de El Trébol. Para rememorar ese viaje, muestran una foto en la que están en el ómnibus, de pelo largo con aires hippies y una guitarra. Fueron a los boliches -cuentan-, pero siempre acompañadas por las monjas que viajaron con ellas.

Ahora, con un par de décadas más, pero siempre juntas, se sintieron aquellas adolescentes de plataformas y hot pants. "Creo que lo más lindo fue compartir todo el día. Los camarotes eran un festival. Nos prestábamos la ropa, los accesorios, los perfumes... igual que antes", recuerda Mercedes Courel.

A los 17 se hacían la toca. Pero en el crucero varias sacaron los ruleros o necesitaron una bolsa de agua caliente. Y eso les hizo mucha gracia. "Compartimos una vida y creo que aprendimos a pensar en voz alta. Sabemos que no nos juzgamos y entre nosotras no hay dobleces", rescatan. Eso sí, reconocen que todavía siguen peleando y discutiendo.

"Uff... una pila de anécdotas", contestan cuando se les pregunta sobre el crucero. Para empezar, ese contingente de charletas no pasó inadvertido en el barco. "No se podían llevar bebidas alcohólicas, pero nosotras lo mismo llevamos un fernet... Al final, ni nos acordamos de tomarlo, así que se lo terminamos regalando a uno de los mozos", cuentan entre risas. Después una advierte: "che, ¡pero no cuenten esas cosas!". "Ay, pero si fue una picardía", se ríe otra de las chicas. También se acuerdan de cuando bajaron en una de las playas brasileñas y el sol estaba a pleno. Casi no había sombra. Entonces juntaron las toallas y armaron una especie de carpa. "¡Lo que no nos dimos cuenta es que pusimos la comida encima de un hormiguero y las hormigas se llevaron todo!".

Igual que cuando viajaron a Bariloche, para este crucero armaron un fondo común porque lo importante era que pudiera ir la mayor cantidad de compañeras. Nunca perdieron esa gimnasia de juntarse, aunque hubo épocas en las que se hizo más difícil por los hijos, explica Susana Gutiérrez. Desde hace unos años se reúnen una vez al mes. Y esas reuniones son sesiones de terapia colectiva. Todo comienza con un "¿Qué te pasa que tenés esa cara?". Es suficiente para que el debate y las confesiones comiencen. Y sí, de lo que más se habla es de la familia, los hijos, los logros y las frustraciones.

Rozan los 60 y cargan con 55 años de amistad. En cada una pueden reconocer a esa amiga que conocen desde que tenía cinco años. Charlan mucho, pero para otras cosas no les hacen falta tantas palabras.

La gira a Bariloche llegó después de la jubilación

Oscar Sosa y Reinaldo Vigiani se conocieron cuando estaban terminando el servicio militar y todavía no peinaban la segunda década. Hoy, los dos están por encima de los 70 y pico y conservan una amistad a prueba de todo.

Lejos de apagarlo, la jubilación fue para Oscar un salto hacia la libertad. A los 75 años se dedica a viajar por todas partes y hasta voló en parapente. Los dos son viudos: él desde hace 13 años; y Reinaldo, hace tres. Son más que compañeros, son compinches y compadres. Y tuvieron la suerte de que sus mujeres -como dicen ellos- respetaran esa amistad. Hace unos años decidieron viajar a Bariloche para hacer la gira "regresados", que lleva a grupos de adultos a visitar los mismos lugares que visitaron cuando terminaron la secundaria. Claro que cuando Oscar y Reinaldo eran adolescentes ese viaje de fin de curso no existía.

Pasaron las noches de boliche en boliche y durante el día hicieron las excursiones. No se perdieron nada. "Nunca nos quedábamos encerrados. Nos divertimos mucho y los jóvenes del grupo nos mimaron un montón", reconocen. A Oscar le fascinó Grisú y su arquitectura. Se ríe cuando cuenta que lo sacaron a bailar y que la música no lo aturdía para nada.

Durante su estadía nevó como hacía mucho tiempo no sucedía. Al volver de una de las excursiones la nieve los dejó varados adentro del ómnibus durante varias horas. Al final, ellos no se achicaron y decidieron caminar dos horas por la ruta hasta el hotel. Esa nevada fue uno de los mejores recuerdos que conservan del viaje. También les impresionó la gastronomía -se dedicaron a probar de todo- y el movimiento de turistas. El año pasado viajaron a Las Grutas y también a Mar del Plata. Antes de que termine este año, los inquietos septuagenarios planean irse en auto hasta Puerto Madryn.

"Hay una diferencia entre salir con él a los viajes que hacíamos con nuestras familias", reconoce Oscar. Es que con Reinaldo hablan el mismo idioma, confiesa. Y, además, de vez en cuando se les van los ojos cuando ven pasar a una señorita de curvas atractivas. Pese a que tienen distintos gustos -por ejemplo, a Reinaldo no le gusta el mar, en cambio a Oscar le fascina- se acompañan y respetan. "Yo me subo a la banana y él me espera leyendo el diario", explica Oscar, un aventurero nato.

En este dúo, uno es el audaz y el otro el serio y recatado. "Lo que valoro es que siempre está enseñándome cosas. Remarcándome lo que le parece que hago mal y a mí me gusta escucharlo y mejorar", reconoce Oscar con respecto a Reinaldo. De esta manera, los dos amigos la pasan bomba en cada lugar al que van.

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