18 Agosto 2013
ENSAYO. Luciana Tello logró, con perseverancia, ser el tercer violín de la orquesta El Divino Niño. LA GACETA / FOTO DE ANALíA JARAMILLO
- Papá, papá, ¿qué es eso?
Padre e hija están sentados frente al televisor en su casa de San Andrés, a cinco kilómetros de la capital tucumana. El índice rechoncho de la pequeña apunta a un espacio no muy preciso de la pantalla de Canal 10, donde una grandilocuente orquesta cierra la transmisión del día. Luciana Tello insiste: ha quedado embelesada con esa especie de guitarra chiquitita que sostiene uno de los músicos.
- Eso, eso, ¿cómo se llama eso?
- Ah, eso es un violín.
- Bueno, quiero tocarlo.
"Al principio pensaba que era un capricho", admite Marina, la mamá de Luciana. No puede culpársela: en ese entonces, la niña tenía apenas cinco años (hoy tiene siete) y una personalidad acelerada, como definen sus padres, que quiere decir que muchas actividades le encantaban y desencantaban en un abrir y cerrar de ojos. Pero Fabián, el papá, no pudo -tampoco ahora puede- resistirse a la voluntad de su hija, su debilidad primera. "Yo trabajo en la construcción y en ese momento estaba en una obra en Yerba Buena. Todos los días, al volver a casa, pasaba frente a la Orquesta del Divino Niño, sobre el Camino del Perú. Así que una de esas veces me paré y pregunté si allí podrían enseñarle a tocar el violín".
Sí podían. Y al sábado siguiente Luciana estuvo llegando en moto con su papá, dispuesta a convertirse en la violinista más joven de los ensayos. "Esperamos un tiempo hasta comprarle el instrumento porque hacer ese gasto (unos $ 1.000 si se cuentan los accesorios) implicaba un gran esfuerzo -relata Marina, que es ama de casa-. Pero ella se comprometió y a las dos semanas ya había aprendido canciones básicas, como 'Estrellita' y 'La lechuza'". Fabián recuerda: "no le costó nada. Al principio yo me sentaba al lado y le cantaba, para que supiera el ritmo de las canciones. Era atípico para mí, más acostumbrado a la música tropical o a los lentos. Pero nos terminó gustando lo clásico".
Pronto el violín de Luciana revolucionó a la familia, al barrio y hasta al pueblo. La pequeña se paraba frente a sus partituras en la galería aún no terminada de la casa y los vecinos recibían dosis diarias del "Himno a la alegría" -su favorito- o la Sinfonía número 40 de Mozart. "Las maestras de la Escuela Nuestra Señora del Milagro, a la que asiste, tienen chochera con ella. Le piden que toque en los actos, en las clases de música. También es la encargada de interpretar el Cumpleaños Feliz en cada fiesta", cuentan los orgullosos padres.
La familia se organizó en torno a sus ensayos: cada sábado, Marina y Luciana almuerzan temprano y caminan hasta la parada: una hora y dos ómnibus después, arriban puntuales a las prácticas. Tanto esfuerzo tuvo el mes pasado su premio: después de una clase en la que se evaluó su oído, Luciana dejó de ser una simple aspirante y se convirtió oficialmente en el tercer violín de la orquesta.
¿Con qué sueña la pequeña violinista de San Andrés? "Con vivir de la música y viajar", responde ella, en un susurro. "Quiere ir a Mar del Plata, donde nació", se explayan sus padres. ¿Y mientras tanto qué? Mientras tanto hoy espera recibir la muñeca que pidió por el Día del Niño. Junto con sus peluches, esa Barbie formará parte del público que la escuche cosquillear el violín, tarde a tarde, en el fondo de su casa.
Padre e hija están sentados frente al televisor en su casa de San Andrés, a cinco kilómetros de la capital tucumana. El índice rechoncho de la pequeña apunta a un espacio no muy preciso de la pantalla de Canal 10, donde una grandilocuente orquesta cierra la transmisión del día. Luciana Tello insiste: ha quedado embelesada con esa especie de guitarra chiquitita que sostiene uno de los músicos.
- Eso, eso, ¿cómo se llama eso?
- Ah, eso es un violín.
- Bueno, quiero tocarlo.
"Al principio pensaba que era un capricho", admite Marina, la mamá de Luciana. No puede culpársela: en ese entonces, la niña tenía apenas cinco años (hoy tiene siete) y una personalidad acelerada, como definen sus padres, que quiere decir que muchas actividades le encantaban y desencantaban en un abrir y cerrar de ojos. Pero Fabián, el papá, no pudo -tampoco ahora puede- resistirse a la voluntad de su hija, su debilidad primera. "Yo trabajo en la construcción y en ese momento estaba en una obra en Yerba Buena. Todos los días, al volver a casa, pasaba frente a la Orquesta del Divino Niño, sobre el Camino del Perú. Así que una de esas veces me paré y pregunté si allí podrían enseñarle a tocar el violín".
Sí podían. Y al sábado siguiente Luciana estuvo llegando en moto con su papá, dispuesta a convertirse en la violinista más joven de los ensayos. "Esperamos un tiempo hasta comprarle el instrumento porque hacer ese gasto (unos $ 1.000 si se cuentan los accesorios) implicaba un gran esfuerzo -relata Marina, que es ama de casa-. Pero ella se comprometió y a las dos semanas ya había aprendido canciones básicas, como 'Estrellita' y 'La lechuza'". Fabián recuerda: "no le costó nada. Al principio yo me sentaba al lado y le cantaba, para que supiera el ritmo de las canciones. Era atípico para mí, más acostumbrado a la música tropical o a los lentos. Pero nos terminó gustando lo clásico".
Pronto el violín de Luciana revolucionó a la familia, al barrio y hasta al pueblo. La pequeña se paraba frente a sus partituras en la galería aún no terminada de la casa y los vecinos recibían dosis diarias del "Himno a la alegría" -su favorito- o la Sinfonía número 40 de Mozart. "Las maestras de la Escuela Nuestra Señora del Milagro, a la que asiste, tienen chochera con ella. Le piden que toque en los actos, en las clases de música. También es la encargada de interpretar el Cumpleaños Feliz en cada fiesta", cuentan los orgullosos padres.
La familia se organizó en torno a sus ensayos: cada sábado, Marina y Luciana almuerzan temprano y caminan hasta la parada: una hora y dos ómnibus después, arriban puntuales a las prácticas. Tanto esfuerzo tuvo el mes pasado su premio: después de una clase en la que se evaluó su oído, Luciana dejó de ser una simple aspirante y se convirtió oficialmente en el tercer violín de la orquesta.
¿Con qué sueña la pequeña violinista de San Andrés? "Con vivir de la música y viajar", responde ella, en un susurro. "Quiere ir a Mar del Plata, donde nació", se explayan sus padres. ¿Y mientras tanto qué? Mientras tanto hoy espera recibir la muñeca que pidió por el Día del Niño. Junto con sus peluches, esa Barbie formará parte del público que la escuche cosquillear el violín, tarde a tarde, en el fondo de su casa.
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