18 Agosto 2013
LA GACETA / ARCHIVO
Las campanas sonaron a muerte (política) para el cristinato hacia la medianoche del domingo último. Con el veredicto de las urnas, que la Presidente a esa hora ya conocía, la consigna Cristina Eterna que agita el entorno talibán, avalado por ella con silencios y respuestas ambiguas, quedó muerta y sepultada. Y obturó el acceso a la reelección sin techo, con la cual soñaba dormida y despierta. Mal informada, en sus cálculos no figuraba la catástrofe. Se le descuajeringó feo la estantería, a dos años largos de finalizar su mandato. En el aire se olisquea el fin de época del modelo austral. Con la sangría sin freno de su poder absoluto pasó, en apenas horas, del Cristina Eterna al Chau Cristina, Chau, camino hacia un destino incierto.
La Presidente tuvo que tragar cicuta con una derrota descomunal, con cuasi segura repetición el 27 de octubre, en edición corregida y aumentada. El kirchne-cristinato fue apaleado sin piedad. En la aventura, perdió cuatro millones de votos, bajándola de su altanería del 54% a un módico 24% de adhesión. De cuatro votos, tuvo tres en contra. El mundo K acabó en el desamparo de la orfandad y está de luto, junto con su conductora, sin que se sepa quién será su reemplazantes en 2015. Otro país amaneció el lunes, esperanzado en un cambio.
En esa voluminosa expresión popular, Cristina, como Alperovich, debe leer la bronca acumulada de la sociedad, a la que dio vía libre con el sufragio. Lleva implícito el hartazgo con el modelo patagónico y sus intoxicaciones cotidianas. Pese al desastre electoral, la Presidente y su tropa festejaban, exultantes, la derrota como si fuera una epopeya homérica. Días después, en lugar de una serena autocrítica, volvió a exhibir su estado de crispación, señalando a la prensa como la generadora -en su visión-, de todos los males K, además de acusarla de ocultar el triunfo oficial en la Antártida, donde vota algo más de un centenar de almas, olvidando el aluvión de sufragantes en su contra. Una amnesia inducida. Sin comentarios.
Nadie podía descifrar el por qué de la euforia que difundía la televisión de aquella noche inolvidable para la oposición. Esa lógica inversa, incomprensible, contra toda razón, con lectura de sucesos por el revés, sólo se entiende cuando se mira con el prisma ultra K. En el ámbito autista en que vive enclaustrada, la realidad del mundo exterior no existe para ella. Y de ahí, deviene la negación. Salió con el sayo chamuscado en ocho provincias -en algunas por demolición, como Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, además de la Capital Federal, con electorados caudalosos, y la propia Santa Cruz -todo un símbolo- y otros territorios donde se creía imbatible: La Rioja y Catamarca. Cristina soltó que el triunfo era del gobierno al mantener la primera minoría. Un caso de diván, de largo tratamiento.
La derrota dejó dos conclusiones: el naufragio del gobierno K y, a la vez, el fortalecimiento del arco opositor, desde adentro del peronismo con Sergio Massa como nuevo líder, apuntándole a la Presidencia, junto con la resurrección de la UCR. Si un muro infranqueable se interpone fácticamente a la re, re de la dama de negro, a Alperovich le ocurre lo mismo. Pero por otros motivos. No se lanzará a la pileta, sin la certeza de no estrellarse. Desde la alcaldía -el mensaje no dicho es de Domingo Amaya, quién duda- se advierte que no hay espacio para su ambición de infinitud. En las entrañas del peronismo, florece una sorda y larvada resistencia a su continuidad. Si el viento cambia de cuadrante, su tribu y él mismo tendrán que buscar otra toldería donde guarecerse. ¿Sergio Massa? Experto en tránsfugismo, a nadie extrañará que recale en brazos del tigre bonaerense. Más adelante, claro.
En última consulta popular, Alperovich cosechó muchos menos votos de los que esperaba. Más de la mitad del electorado le dio la espalda. Su hija Sarita confesó lo que su padre callaba: alzar toda la parada. De los 4 diputados, obtuvo tres. Y en octubre, acaso, se le evapore uno o dos más, conforme lo que haga la oposición. Alperovich apostó a un caballo de patas lerdas. Es la peor elección de su cacicazgo con su favorito Juan Manzur. A duras penas, juntó 368.816 sufragios (43,27%), contra 452.000 (54%) de Alfredo Dato, en 2011, con un padrón de menos electores. Ahora, perdió 83.184 votos. El mismo diputado, en 2007, consiguió 392.000 (64%). El declive de Alperovich está a la vista. Ergo, no es tiempo de buscar eternidades, sino más bien pensar en el sucesor después de la pobre exhibición electoral.
A conciencia de que el resultado fue un gran chasco -como vaticinó milimétricamente esta columna-, se habla, no con demasiado entusiasmo, de que se dobló en votos a la oposición del ACyS. Es la interpretación de Manzur -ganador y perdedor-, sin reparar que él es parte del fracaso. En la escuela Miguel Lillo, Brasil al 1700, de Yerba Buena, circuito 215, mesa 2652, sacó cero votos. Ni su fiscal sufragó por él. Todas voluntades las recogió la otra lista peronista que timoneó desde las sombras Antonio Guerrero. En rigor, lo que aviesamente se esconde bajo la alfombra es que el triunfo tiene más bien la acidez de la derrota, por la magra cosecha. En paralelo, se registró la trepada del senador José Cano. La sorpresa para todos -él mismo, incluido- fue Ricardo Bussi. Nadie se explica de dónde salieron los 70.000 votos y la yapa. Es evidente que en una aldea semi feudal como la tucumana todavía anida en su sangre la nostalgia del represor. La adhesión en gran medida hay que atribuirla a él y no a su vástago.
Dentro del ACyS, Cano con la legisladora acompañante cosechó 186.817 votos (21,92%), convirtiéndose en un amenazante verdugo del zar, dispuesto a desalojarlo del palacio. En la consulta exhibió a propios y extraños los puntos que calza, con un crecimiento vertiginoso a pata y pulmón. Redujo a cuasi la nada a algunos conmilitones levantiscos y a otros a la nada absoluta con cifras que desnudan su raquitismo electoral y su ridiculez. A sus compañeros de ruta de otras banderías, metidos en la misma bolsa, también los vapuleó. Hoy, se plantó a pie firme como el referente visible de la oposición y de la sociedad. Mira al 2015.
Con el dictamen de las urnas y el desgaste de Alperovich quedó al borde de la tronera del palacio y, al empardar en la Capital, con medio cuerpo adentro de la intendencia. En 2015, tendrá que optar. En el largo lapso por delante se dedicará a afianzar su nombre dentro y fuera del radicalismo, aprovechando el inconformismo de la gente con el régimen autocrático del César, que comenzó a desmoronarse.
Antes, está el 27 de octubre, fecha clave para soldar lo conseguido y meter en el Congreso uno o más diputados. Sus socios de la coalición anticiparon ya su respaldo a Cano, con la foto de familia consabida. El gran interrogante es qué harán el PRO y Fuerza Republicana. Juntos superan las 100.000 voluntades. Ambos aumentaron exponencialmente su caudal. Para la contienda inminente sirve poco y nada, por la crueldad del sistema D'Hont. Si van separados, Bussi y Alberto Colombres Garmendia se inmolarán como bonzos en sus propios santuarios. No es fácil pedirles renunciamientos, ni juntarlos con otras ideologías, pero todos en dulce montón con Cano al frente pueden arrebatarle hasta tres parlamentarios y dejar al zar bajo la lona, maltrecho y deshilachado. En esa movida se cuenta desde ya con el apoyo del peronismo rebelde como partícipe necesario. Bussi y el macrista tendrán que cavilar qué les conviene hacer, y negociar. Esa es la añeja definición de la política: el arte de lo posible, y de lo imposible, también.
La Corte y la cortesana
El suplicio del juez Emilio Herrera Molina a lo largo de 231 días, al fin, ha concluido y ahora podrá disfrutar de la tranquilidad de su hogar, para reparar su salud. Su par, Alberto Piedrabuena, procesado igualmente por el fallo de Marita Verón -quien también renunció para jubilarse-, comienza el mismo camino al Gólgota. Aquél fue víctima de humillaciones, incompatibles con el trato a la persona humana. El objetivo de todo juicio político es separar del cargo al togado cuestionado. Herrera Molina, con su dimisión, se apartó voluntariamente. El fin buscado se cumplía y el procesamiento debía cesar, sin más ni más. Si hubiere cometido un delito, son los jueces de la Constitución quienes deben juzgarlo.
Sin embargo, en un hecho inédito y arbitrario Alperovich, por imposición ajena, rechazó su renuncia, pese a que la Fiscalía de Estado aconsejó su aceptación. Una Cámara Administrativa ordenó, después, admitir su retiro. El jefe del PE desconoció el fallo y apeló ante la Corte. Y ahí se empantanó todo, con chicanas, evasivas, dilaciones y endebles argumentaciones. La vocal Claudia Sdbar jugó un papel preponderante para no irritar al César y demoró su firma en la definición a favor del juez. La sentencia, al final, salió con un agregado sobre su estado de salud, que no correspondía. Se comenta en Tribunales que el decreto admitiendo su alejamiento, no se hizo en la Fiscalía de Estado, sino en el palacio a espaldas de Hipólito Yrigoyen, a través de un correo del zar, de reciente incorporación. Devolución de favores: otros fallos -vox dei- se hacen con el aporte gubernamental.
El camarista Piedrabuena no padece ni siquiera de un resfrío. ¿Cuál será su suerte última?, es de preguntarse.
La Presidente tuvo que tragar cicuta con una derrota descomunal, con cuasi segura repetición el 27 de octubre, en edición corregida y aumentada. El kirchne-cristinato fue apaleado sin piedad. En la aventura, perdió cuatro millones de votos, bajándola de su altanería del 54% a un módico 24% de adhesión. De cuatro votos, tuvo tres en contra. El mundo K acabó en el desamparo de la orfandad y está de luto, junto con su conductora, sin que se sepa quién será su reemplazantes en 2015. Otro país amaneció el lunes, esperanzado en un cambio.
En esa voluminosa expresión popular, Cristina, como Alperovich, debe leer la bronca acumulada de la sociedad, a la que dio vía libre con el sufragio. Lleva implícito el hartazgo con el modelo patagónico y sus intoxicaciones cotidianas. Pese al desastre electoral, la Presidente y su tropa festejaban, exultantes, la derrota como si fuera una epopeya homérica. Días después, en lugar de una serena autocrítica, volvió a exhibir su estado de crispación, señalando a la prensa como la generadora -en su visión-, de todos los males K, además de acusarla de ocultar el triunfo oficial en la Antártida, donde vota algo más de un centenar de almas, olvidando el aluvión de sufragantes en su contra. Una amnesia inducida. Sin comentarios.
Nadie podía descifrar el por qué de la euforia que difundía la televisión de aquella noche inolvidable para la oposición. Esa lógica inversa, incomprensible, contra toda razón, con lectura de sucesos por el revés, sólo se entiende cuando se mira con el prisma ultra K. En el ámbito autista en que vive enclaustrada, la realidad del mundo exterior no existe para ella. Y de ahí, deviene la negación. Salió con el sayo chamuscado en ocho provincias -en algunas por demolición, como Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba y Mendoza, además de la Capital Federal, con electorados caudalosos, y la propia Santa Cruz -todo un símbolo- y otros territorios donde se creía imbatible: La Rioja y Catamarca. Cristina soltó que el triunfo era del gobierno al mantener la primera minoría. Un caso de diván, de largo tratamiento.
La derrota dejó dos conclusiones: el naufragio del gobierno K y, a la vez, el fortalecimiento del arco opositor, desde adentro del peronismo con Sergio Massa como nuevo líder, apuntándole a la Presidencia, junto con la resurrección de la UCR. Si un muro infranqueable se interpone fácticamente a la re, re de la dama de negro, a Alperovich le ocurre lo mismo. Pero por otros motivos. No se lanzará a la pileta, sin la certeza de no estrellarse. Desde la alcaldía -el mensaje no dicho es de Domingo Amaya, quién duda- se advierte que no hay espacio para su ambición de infinitud. En las entrañas del peronismo, florece una sorda y larvada resistencia a su continuidad. Si el viento cambia de cuadrante, su tribu y él mismo tendrán que buscar otra toldería donde guarecerse. ¿Sergio Massa? Experto en tránsfugismo, a nadie extrañará que recale en brazos del tigre bonaerense. Más adelante, claro.
En última consulta popular, Alperovich cosechó muchos menos votos de los que esperaba. Más de la mitad del electorado le dio la espalda. Su hija Sarita confesó lo que su padre callaba: alzar toda la parada. De los 4 diputados, obtuvo tres. Y en octubre, acaso, se le evapore uno o dos más, conforme lo que haga la oposición. Alperovich apostó a un caballo de patas lerdas. Es la peor elección de su cacicazgo con su favorito Juan Manzur. A duras penas, juntó 368.816 sufragios (43,27%), contra 452.000 (54%) de Alfredo Dato, en 2011, con un padrón de menos electores. Ahora, perdió 83.184 votos. El mismo diputado, en 2007, consiguió 392.000 (64%). El declive de Alperovich está a la vista. Ergo, no es tiempo de buscar eternidades, sino más bien pensar en el sucesor después de la pobre exhibición electoral.
A conciencia de que el resultado fue un gran chasco -como vaticinó milimétricamente esta columna-, se habla, no con demasiado entusiasmo, de que se dobló en votos a la oposición del ACyS. Es la interpretación de Manzur -ganador y perdedor-, sin reparar que él es parte del fracaso. En la escuela Miguel Lillo, Brasil al 1700, de Yerba Buena, circuito 215, mesa 2652, sacó cero votos. Ni su fiscal sufragó por él. Todas voluntades las recogió la otra lista peronista que timoneó desde las sombras Antonio Guerrero. En rigor, lo que aviesamente se esconde bajo la alfombra es que el triunfo tiene más bien la acidez de la derrota, por la magra cosecha. En paralelo, se registró la trepada del senador José Cano. La sorpresa para todos -él mismo, incluido- fue Ricardo Bussi. Nadie se explica de dónde salieron los 70.000 votos y la yapa. Es evidente que en una aldea semi feudal como la tucumana todavía anida en su sangre la nostalgia del represor. La adhesión en gran medida hay que atribuirla a él y no a su vástago.
Dentro del ACyS, Cano con la legisladora acompañante cosechó 186.817 votos (21,92%), convirtiéndose en un amenazante verdugo del zar, dispuesto a desalojarlo del palacio. En la consulta exhibió a propios y extraños los puntos que calza, con un crecimiento vertiginoso a pata y pulmón. Redujo a cuasi la nada a algunos conmilitones levantiscos y a otros a la nada absoluta con cifras que desnudan su raquitismo electoral y su ridiculez. A sus compañeros de ruta de otras banderías, metidos en la misma bolsa, también los vapuleó. Hoy, se plantó a pie firme como el referente visible de la oposición y de la sociedad. Mira al 2015.
Con el dictamen de las urnas y el desgaste de Alperovich quedó al borde de la tronera del palacio y, al empardar en la Capital, con medio cuerpo adentro de la intendencia. En 2015, tendrá que optar. En el largo lapso por delante se dedicará a afianzar su nombre dentro y fuera del radicalismo, aprovechando el inconformismo de la gente con el régimen autocrático del César, que comenzó a desmoronarse.
Antes, está el 27 de octubre, fecha clave para soldar lo conseguido y meter en el Congreso uno o más diputados. Sus socios de la coalición anticiparon ya su respaldo a Cano, con la foto de familia consabida. El gran interrogante es qué harán el PRO y Fuerza Republicana. Juntos superan las 100.000 voluntades. Ambos aumentaron exponencialmente su caudal. Para la contienda inminente sirve poco y nada, por la crueldad del sistema D'Hont. Si van separados, Bussi y Alberto Colombres Garmendia se inmolarán como bonzos en sus propios santuarios. No es fácil pedirles renunciamientos, ni juntarlos con otras ideologías, pero todos en dulce montón con Cano al frente pueden arrebatarle hasta tres parlamentarios y dejar al zar bajo la lona, maltrecho y deshilachado. En esa movida se cuenta desde ya con el apoyo del peronismo rebelde como partícipe necesario. Bussi y el macrista tendrán que cavilar qué les conviene hacer, y negociar. Esa es la añeja definición de la política: el arte de lo posible, y de lo imposible, también.
La Corte y la cortesana
El suplicio del juez Emilio Herrera Molina a lo largo de 231 días, al fin, ha concluido y ahora podrá disfrutar de la tranquilidad de su hogar, para reparar su salud. Su par, Alberto Piedrabuena, procesado igualmente por el fallo de Marita Verón -quien también renunció para jubilarse-, comienza el mismo camino al Gólgota. Aquél fue víctima de humillaciones, incompatibles con el trato a la persona humana. El objetivo de todo juicio político es separar del cargo al togado cuestionado. Herrera Molina, con su dimisión, se apartó voluntariamente. El fin buscado se cumplía y el procesamiento debía cesar, sin más ni más. Si hubiere cometido un delito, son los jueces de la Constitución quienes deben juzgarlo.
Sin embargo, en un hecho inédito y arbitrario Alperovich, por imposición ajena, rechazó su renuncia, pese a que la Fiscalía de Estado aconsejó su aceptación. Una Cámara Administrativa ordenó, después, admitir su retiro. El jefe del PE desconoció el fallo y apeló ante la Corte. Y ahí se empantanó todo, con chicanas, evasivas, dilaciones y endebles argumentaciones. La vocal Claudia Sdbar jugó un papel preponderante para no irritar al César y demoró su firma en la definición a favor del juez. La sentencia, al final, salió con un agregado sobre su estado de salud, que no correspondía. Se comenta en Tribunales que el decreto admitiendo su alejamiento, no se hizo en la Fiscalía de Estado, sino en el palacio a espaldas de Hipólito Yrigoyen, a través de un correo del zar, de reciente incorporación. Devolución de favores: otros fallos -vox dei- se hacen con el aporte gubernamental.
El camarista Piedrabuena no padece ni siquiera de un resfrío. ¿Cuál será su suerte última?, es de preguntarse.
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