Por Juan Manuel Asis
15 Agosto 2013
Los comicios dicen quién es quién e instalan a la dirigencia en planos de diálogo entre pares. Por ejemplo, con los resultados puestos, la oposición ningunea a la Presidenta y establece peleas verbales con los adversarios de octubre o de 2015, según sean sus intereses. Daniel Scioli, por el caso, se las toma con Sergio Massa, porque su disputa presidencial será con el tigrense, no con Cristina. Ya verá cómo logra el respaldo que necesita del kirchnerismo y de las fuerzas peronistas disidentes no massistas. El domingo salvó un poco la ropa, porque Cristina fue la que cargó con la responsabilidad de la derrota. El acompañó en el velorio kirchnerista. Por eso mismo, en Buenos Aires ya mencionan el salto del cerco por parte de algunos intendentes "K" que huelen la cala, al decir de Hugo Moyano. En la intimidad, el cristinismo hablará de traidores, pero no puede castigarlos porque aún falta la elección de octubre. Debe sobarles el lomo, gesto que conlleva un peligro tácito y que los que tienen años caminando tiempos de recambio reconocen: no hay que hacer fuerte al que sabes que te va a castigar, sino debilitarlo para reducir sus márgenes de ira. Por eso, es más factible que la brecha entre el primero y el segundo se agrande; por lo menos en Buenos Aires, donde no está en juego su futuro institucional, sino la futura presidencia de la Nación. Es el gran partido, el resto es cháchara territorial, como para ponerle color al tiempo que falta para los comicios de octubre.
En Tucumán sucede otro tanto, casi un calco, pero con un marco más reducido. El peronismo no está pensando en el futuro de la intendencia capitalina -pese al empate técnico con el radicalismo-, sino en la disputa por la gobernación en 2015. Se habla de los que "no trabajaron fuerte" en los comicios en los diferentes circuitos, se los nombra en la Casa de Gobierno para hacerles sentir alguna presión política, pero no la suficiente como para molestarlos, y alejarlos. Hay que cuidarse de dejar nuevos heridos en los próximos dos meses. Con los que hubo hasta ahora se sintieron los efectos en la Capital y en Famaillá. Es tiempo de "abrazar" a todos y de no mojar las orejas, por lo menos es lo que le corresponde hacer a Alperovich. Está obligado, no puede hacerse el malo y practicar un terrorismo institucional para señalar culpables. Para eso está la segunda línea, donde se agarran a las trompadas. El jefe debe unir. Si es un conductor. Es su gran reto.
Ya hubo fotos y gestos en esa línea; pero también hubo conductas y frases que no pueden disimular que se está actuando en función de la sucesión gubernamental. El amayismo contragolpeó contra los que lo acusaron por la mala elección en la capital -diferente a los comicios apabullantes de otrora- y apuntó al corazón del alperovichismo: advirtió que la puerta a la reforma para la reelección se cerró. Al igual que para la Presidenta. Una manera no muy elegante de admitir que Amaya se subió al carro para pelear por el sillón de Lucas Córdoba. Los alperovichistas, aquellos que antes de la elección del domingo -ante un eventual mal resultado- ya habían determinado que el culpable sería el intendente, se anoticiaron de que el contrincante interno parece que tiene ganas de jugar en grande. Ahora le dicen el "Massa tucumano", no por ganar, sino porque decidió enfrentar a sus jefes. Es decir, lo miran más como traidor.
Sin embargo, exigidos por las circunstancias, no pueden gritarlo voz en cuello; sólo deben alinearse tras las decisiones de Alperovich, que ahora trata de "amigo" al jefe municipal. El amigo parece que decidió convertirse en adversario. Se vienen épocas de negociaciones subterráneas, de diálogos fuera de la provincia -en los cafés porteños-, de especulaciones y de asumir riesgos. Aunque falta la elección de octubre, 2015 está a la vuelta de la esquina para la dirigencia peronista.
En Tucumán sucede otro tanto, casi un calco, pero con un marco más reducido. El peronismo no está pensando en el futuro de la intendencia capitalina -pese al empate técnico con el radicalismo-, sino en la disputa por la gobernación en 2015. Se habla de los que "no trabajaron fuerte" en los comicios en los diferentes circuitos, se los nombra en la Casa de Gobierno para hacerles sentir alguna presión política, pero no la suficiente como para molestarlos, y alejarlos. Hay que cuidarse de dejar nuevos heridos en los próximos dos meses. Con los que hubo hasta ahora se sintieron los efectos en la Capital y en Famaillá. Es tiempo de "abrazar" a todos y de no mojar las orejas, por lo menos es lo que le corresponde hacer a Alperovich. Está obligado, no puede hacerse el malo y practicar un terrorismo institucional para señalar culpables. Para eso está la segunda línea, donde se agarran a las trompadas. El jefe debe unir. Si es un conductor. Es su gran reto.
Ya hubo fotos y gestos en esa línea; pero también hubo conductas y frases que no pueden disimular que se está actuando en función de la sucesión gubernamental. El amayismo contragolpeó contra los que lo acusaron por la mala elección en la capital -diferente a los comicios apabullantes de otrora- y apuntó al corazón del alperovichismo: advirtió que la puerta a la reforma para la reelección se cerró. Al igual que para la Presidenta. Una manera no muy elegante de admitir que Amaya se subió al carro para pelear por el sillón de Lucas Córdoba. Los alperovichistas, aquellos que antes de la elección del domingo -ante un eventual mal resultado- ya habían determinado que el culpable sería el intendente, se anoticiaron de que el contrincante interno parece que tiene ganas de jugar en grande. Ahora le dicen el "Massa tucumano", no por ganar, sino porque decidió enfrentar a sus jefes. Es decir, lo miran más como traidor.
Sin embargo, exigidos por las circunstancias, no pueden gritarlo voz en cuello; sólo deben alinearse tras las decisiones de Alperovich, que ahora trata de "amigo" al jefe municipal. El amigo parece que decidió convertirse en adversario. Se vienen épocas de negociaciones subterráneas, de diálogos fuera de la provincia -en los cafés porteños-, de especulaciones y de asumir riesgos. Aunque falta la elección de octubre, 2015 está a la vuelta de la esquina para la dirigencia peronista.
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