"Sus labios informes formaban una boca de línea excesivamente dura que se abría en su rostro como una cuchillada. La mandíbula era agresiva, voluminosa, brutal. Los ojos, de movimientos lentos y párpados pesados, carecían casi de expresión bajo las cejas pobladas y muy juntas. Todo en él era puro animal, pero los ojos eran lo más animal de todo". Así describió Jack London a Tom King, el protagonista de "Por un bistec".
La cita está tomada casi al azar entre los fascinantes perfiles literarios trazados al borde de rings de fantasía. En esa cruza riquísima que conforman el boxeo y las letras. Puro placer por la lectura.
London integra la extensa hilera de escritores que se enamoraron del pugilismo. Algunos, como Ernest Hemingway o Abelardo Castillo, lo vivieron sobre el cuadrilátero. Otros quedaron conmovidos por las historias, por lo queribles y frágiles que resultan los boxeadores detrás de los disfraces de tosca humanidad que los reviste. London se sacó el traje de novelista y se calzó el de cronista para escribir "El combate del siglo", un registro sobre la pelea entre Jack Johnson y James Jeffries, allá por 1910. "El boxeo es una pasión instructiva de nuestra raza", afirma London allí.
Hablando de Johnson, el primer campeón de peso pesado de raza negra, es imposible no relacionarlo con Arthur Cravan. El excéntrico sobrino de Oscar Wilde, director de la revista de culto "Maintenant", se animó a subir al ring para enfrentar a Johnson. Fue en Barcelona, por una bolsa de 50.000 pesetas. La pelea fue una farsa y el campeón la resolvió con una cachetada en el sexto round.
"En la novela se puede ganar por puntos, en el cuento por nocaut", metaforizó Julio Cortázar. La pasión de Cortázar por el boxeo fue irrefrenable desde que escuchó por radio -a los nueve años- el choque entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey. Narró esa experiencia en "El noble arte", pero sin dudas su mejor cuento sobre el tema es "Torito", basado en el acenso y la caída del ídolo popular Justo Suárez, "El Torito de Mataderos". Cortázar no veía violencia ni crueldad en el pugilismo. " A mí me parece un enfrentamiento muy honesto, muy noble", sostenía.
Hemingway no concebía la vida sin generosas dosis de alcohol y de boxeo. Hay una anécdota genial. Uno de sus rivales habituales era el escritor canadiense Morley Callaghan, y en una ocasión Hemingway invitó al gimnasio nada menos que a Francis Scott Fitzgerald para que llevara el tiempo de un combate. El problema es que Fitzgerald se olvidó de marcar los tres minutos y en el "alargue" Callaghan mandó a la lona al autor de "El viejo y el mar" con un derechazo. Hemingway nunca se lo perdonó a Fitzgerald.
"Cincuenta de los grandes" es un cuento insoslayable de Hemingway, si de boxeo hablamos, por supuesto.
Castillo se jactaba de que nunca había bajado derrotado de un ring. Claro que también aceptaba que sólo había peleado en una decena de ocasiones. "Requiem para Marcial Palma" es uno de sus cuentos sobre boxeo. A otro -"Negro Ortega"- él lo definió como un relato borgeano de cómo vive una pelea un boxeador, mezclado con diferentes discursos: la voz de un relator deportivo, los pasajes bíblicos y la voz interior de Ortega.
Lord Byron y Arthur Conan Doyle fueron grandes aficionados al boxeo, así como Victor Hugo, William Faulkner y John Dos Passos incluyeron viñetas pugilísticas en sus relatos. Charles Bukowski escribió "Ya me han contado hasta ocho", un gran relato, al igual que las novelas "Nunca llega la mañana", de Nelson Algren; y "Fat City", de Leonard Gardner.
Una pluma capaz de poner sobre el tapiz las aristas más turbias y lacerantes del ambiente fue la de Budd Schulberg. "Más dura será la caída" fue llevada al cine, con Humphrey Bogart, y "Nido de ratas" -otra gran novela de Schullberg- le reportó un papel consagratorio a Marlon Brando. Y no olvidemos que Ring Lardner escribió "El campeón", otra historia repicada en la pantalla (y por partida doble): y que "Million Dollar Baby", de Jerry Boyrd, terminó brillando en la noche del Oscar.
Aquellas inolvidables crónicas de London encontraron un correlato moderno en el talento de Norman Mailer. "El combate" es su mirada sobre el choque entre Muhamad Ali y George Foreman. El libre acceso de Mailer a la intimidad de Ali enriqueció esta soberbia pieza.
Como Ali, en la Argentina hubo ídolos que merecieron idéntica dedicación. Enrique Medina abordó a uno de ellos en "Gatica", mientras que Jorge Montes escribió "Gatica y yo". En tanto, Raúl Argemí alumbró "El ángel de Ringo Bonavena". Ezequiel Fernández Moores había abordado al personaje en "Díganme Ringo". En un libro de reciente aparición, Carlos Piñeiro Iñíguez utiliza la primera persona para narrar "Luis Ángel Firpo, soy yo".
"Los que vieron la zarza" (Liliana Heker), "Un boxeador" (Pedro Orgambide), "El Laucha Benítez cantaba boleros" (Ricardo Piglia) y "Regreso al cuadrilátero" (Roberto Fontanarrosa) son admirables contactos de la literatura argentina con el boxeo. Tanto como el personaje creado por Osvaldo Soriano en "Cuarteles de invierno".
No obstante, y más allá de esta galería, tal vez antes de abordar semejante colección de obras de arte, hay un libro que penetra en el universo del pugilismo como pocos. Se titula, simplemente, "Del boxeo", y la autora es la consagrada Joyce Carol Oates. Escribió ella: "la vida es como el boxeo en muchos e incómodos sentidos, pero el boxeo sólo se parece al boxeo".
Protagonistas
Ernest Hemingway
"Mi escritura es nada; el boxeo lo es todo (...) El hombre no está hecho para la derrota; un hombre puede ser destruido pero no derrotado (...) Nunca fui capaz de enseñarle a Ezra Pound cómo lanzar un gancho".
Joyce Carol Oates
"Si el ring es un altar, no lo es sólo para el sacrificio sino también para la consagración y la redención (...) El silencio terrible en el ring es el de la naturaleza antes del hombre, antes del lenguaje, cuando el solo ser físico era Dios".
Julio Cortázar
"Detesto el fútbol así como me gusta el boxeo. Bueno, no es que deteste el fútbol, pero me es indiferente. Ocurre que esta afirmación, en boca de un argentino, es algo grave… Me gustan los deportes donde se enfrentan dos individuos".
Abelardo Castillo
"Entre la cara, el hecho de que papá sí era boxeador y que yo siempre elogiara el boxeo, se creó este mito, como si fuera una cosa muy extraña: ¿cómo algo tan brutal como el box puede producir un escritor?"