12 Agosto 2013
AVANZANDO DE PIE. José Chico es uno de los tucumanos preseleccionados para el Sudamericano de Brasil.
El marco era más o menos el que esperaba: habiendo dos destinos en juego, no era ingenuo pensar en un "serpentario" a punto caramelo. Lo que no se condecía para nada con el escenario que José Ignacio Chico había imaginado en la previa eran los dos penales que se le habían ido por fuera de la hache en esa primera media hora. En una casi final tan ceñida, seis puntos valían una vida. Pero el centro, que heredó la presión de patear a los palos tras la lesión de Franco Alves Rojano, se obligó a sí mismo a olvidarse del entorno y de su condición de juvenil.
"En la primera no estaba nervioso, siento que le pegué bien. Pero cuando erré la segunda, pensé: '¡uy, qué tarde se me viene, compadre!'. Ahí ya me entraron a jugar un poco en contra los nervios, porque no podía corregir la patada", recuerda su aflicción el "rojo", que hasta entonces sólo contaba dos partidos en el currículum: el triunfo sobre Universitario de Salta (en el que debutó con un try) y el empate ante Huirapuca.
Pero antes del entretiempo logró domar los fantasmas y se largó a jugar y a patear con más confianza. Anotó 13 de los 23 puntos que a Los Tarcos le valieron la clasificación a la Copa de Oro. "Yo lo único que hago es concentrarme en los pasos previos a la patada", simplifica José Ignacio, que con 19 años es el mayor de los cuatro jugadores de apellido Chico que hay en Los Tarcos. Tiene un hermano en la M7, otro en la M12 y un tercero en la M16, con el que entró a la cancha. "Eso fue lo que más me emocionó. Estaba mi familia, que es lo más grande que tengo. Y lo de nuestra hinchada fue impresionante. Se me puso la piel de gallina en el precalentamiento. Estaban todos mis compañeros de división ahí cantando. Fue un sentimiento extraordinario, tenía unas ganas de entrar a la cancha y tacklear a todo lo que me cruzara", ilustra.
De hecho, lo hizo, como todos sus compañeros: el "rojo" lo ganó a lo Tarcos, sometiendo con los forwards y derribando sin descanso. "Nos tackleamos todo, ya no dábamos más, hubo muchos acalambrados durante y después del partido", revela.
En terreno dorado lo espera Cardenales, que ya es un rival más que especial para los del ex aeropuerto. "Es una final y hay que ganarla como sea, porque tenemos equipo para ser campeones", avisó.
"En la primera no estaba nervioso, siento que le pegué bien. Pero cuando erré la segunda, pensé: '¡uy, qué tarde se me viene, compadre!'. Ahí ya me entraron a jugar un poco en contra los nervios, porque no podía corregir la patada", recuerda su aflicción el "rojo", que hasta entonces sólo contaba dos partidos en el currículum: el triunfo sobre Universitario de Salta (en el que debutó con un try) y el empate ante Huirapuca.
Pero antes del entretiempo logró domar los fantasmas y se largó a jugar y a patear con más confianza. Anotó 13 de los 23 puntos que a Los Tarcos le valieron la clasificación a la Copa de Oro. "Yo lo único que hago es concentrarme en los pasos previos a la patada", simplifica José Ignacio, que con 19 años es el mayor de los cuatro jugadores de apellido Chico que hay en Los Tarcos. Tiene un hermano en la M7, otro en la M12 y un tercero en la M16, con el que entró a la cancha. "Eso fue lo que más me emocionó. Estaba mi familia, que es lo más grande que tengo. Y lo de nuestra hinchada fue impresionante. Se me puso la piel de gallina en el precalentamiento. Estaban todos mis compañeros de división ahí cantando. Fue un sentimiento extraordinario, tenía unas ganas de entrar a la cancha y tacklear a todo lo que me cruzara", ilustra.
De hecho, lo hizo, como todos sus compañeros: el "rojo" lo ganó a lo Tarcos, sometiendo con los forwards y derribando sin descanso. "Nos tackleamos todo, ya no dábamos más, hubo muchos acalambrados durante y después del partido", revela.
En terreno dorado lo espera Cardenales, que ya es un rival más que especial para los del ex aeropuerto. "Es una final y hay que ganarla como sea, porque tenemos equipo para ser campeones", avisó.
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