05 Agosto 2013
PURO AMOR. Cuatro de sus animales le muestran su cariño, entre
LA GACETA / FOTO DE INéS QUINTEROS ORIO
Nunca olvidará ese par de ojitos verdes. Carolina era muy pequeña todavía para salir a socorrerlos. A los ocho años, su mamá la apuró tironeándola de la mano y siempre se quedó con las ganas de rescatar de la vereda a ese gatito que la miraba desde una caja de cartón.
Esa imagen la persigue desde entonces. Hoy, la madre de Carolina Sal piensa si no hubiese sido mejor quedarse con el minino abandonado a convertirlo en un deseo siempre insatisfecho. De todos modos, ya es demasiado tarde. Su casa se volvió una suerte de Pequeño Cottolengo de animales.
El huésped fundador fue Oaki, un perro descaderado una mañana cuando intentaba cruzar la avenida Benjamín Aráoz al 800. Aquel día, los alumnos de la Facultad de Filosofía que advirtieron el incidente le hicieron un cordón humano para evitar que otros autos lo siguieran chocando. "El veterinario dijo que había que sacrificarlo, pero decidimos curarlo y le pusimos un carrito en las patas traseras para que pudiera caminar ¡Fue el perro más feliz!", cuenta esta futura veterinaria de 24 años, creadora de "De patitas en la calle", junto a Pablo Toledo y a Cynthia Luján.
Como una madre rodeada de hijos, Caro no para. Tiene siete perros en la casa, todos escapados de la espada facilista del sacrificio. Lina se impulsa con las patas delanteras y arrastra el pañal, con el que se corta abruptamente su cuerpo. No necesita mover la cola para responder a una caricia; lo hace como si fuera un gato, deslizando su cabeza por las piernas de quien la mima. Su mirada es de cachorro, dulce, de miel, como el color de sus ojos.
"Estuvo dos meses tirada cerca de la Expo. Todos decían ¡pobrecita!... La típica. Pero no hacían nada para ayudarla", reniega. Raquel o la "Panzona", como le dicen en casa, pide con el hocico que le conviden un poco de cariño. Ella es una perrita menuda, que parió tantas veces que se le hizo una hernia. Pero después, esa hernia se convirtió en una bolsa del tamaño de una pelota de fútbol, donde fueron a parar todos sus órganos. "El veterinario dice que es muy vieja y que no va a resistir una operación. Está para adopción, como todos los que tenemos aquí".
Alta y flaca, con su pelo largo y negro, Carolina le agrega una dosis de sensualidad a su corazón sensible. Pero confiesa que no es fácil para ella conseguir novio. "El último se cansó de los perros. 'Si me cuidaras como lo hacés con ellos ...', me reclamaba", cuenta la chica. Su hermano menor también se hartó y se fue a vivir con su abuela. Su padre, a regañadientes, la ayuda (fabrica patinetas) gracias a los ruegos de su madre, y su hermana Victoria, hace un esfuerzo por comprenderla.
"Si no fuera porque la quiero tanto la pondría de patitas a la calle", ironiza su madre.
Desde el fondo se escucha ladrar a Sarmiento, que no se lleva bien con los demás. "Estaba tirado en la avenida Sarmiento. No sabíamos cómo levantarlo. Una amiga que vive cerca arrancó las cortinas de su casa y así lo llevamos. ¡Pero ningún taxi nos quería subir! Tuvimos que hacer una trampita: yo lo hice parar y cuando el auto se detuvo apareció mi amiga corriendo con el perro", recuerda entre risas.
Orni, que ha estado callada todo el tiempo, toma coraje y se acerca. Su hocico es chato y grande como el de un pato. Es pequeña y peluda como un pequinés. "¡Venga mi chiquita!", le llama con voz dulce su salvadora. "La dueña había decidido sacrificarla por ese tumor que le creció, pero logramos salvarla". De lejos, observan Pupi, un anciano rescatado de un canal; Lorenza, un experimento fallido entre cocker y batata que causó decepción en su dueño, que la terminó abandonando; y Lobo, un siberiano que casi pierde los oídos por una infección. Por los techos y ventanas andan 12 gatos que retozan al sol o se acercan a curiosear.
Esa imagen la persigue desde entonces. Hoy, la madre de Carolina Sal piensa si no hubiese sido mejor quedarse con el minino abandonado a convertirlo en un deseo siempre insatisfecho. De todos modos, ya es demasiado tarde. Su casa se volvió una suerte de Pequeño Cottolengo de animales.
El huésped fundador fue Oaki, un perro descaderado una mañana cuando intentaba cruzar la avenida Benjamín Aráoz al 800. Aquel día, los alumnos de la Facultad de Filosofía que advirtieron el incidente le hicieron un cordón humano para evitar que otros autos lo siguieran chocando. "El veterinario dijo que había que sacrificarlo, pero decidimos curarlo y le pusimos un carrito en las patas traseras para que pudiera caminar ¡Fue el perro más feliz!", cuenta esta futura veterinaria de 24 años, creadora de "De patitas en la calle", junto a Pablo Toledo y a Cynthia Luján.
Como una madre rodeada de hijos, Caro no para. Tiene siete perros en la casa, todos escapados de la espada facilista del sacrificio. Lina se impulsa con las patas delanteras y arrastra el pañal, con el que se corta abruptamente su cuerpo. No necesita mover la cola para responder a una caricia; lo hace como si fuera un gato, deslizando su cabeza por las piernas de quien la mima. Su mirada es de cachorro, dulce, de miel, como el color de sus ojos.
"Estuvo dos meses tirada cerca de la Expo. Todos decían ¡pobrecita!... La típica. Pero no hacían nada para ayudarla", reniega. Raquel o la "Panzona", como le dicen en casa, pide con el hocico que le conviden un poco de cariño. Ella es una perrita menuda, que parió tantas veces que se le hizo una hernia. Pero después, esa hernia se convirtió en una bolsa del tamaño de una pelota de fútbol, donde fueron a parar todos sus órganos. "El veterinario dice que es muy vieja y que no va a resistir una operación. Está para adopción, como todos los que tenemos aquí".
Alta y flaca, con su pelo largo y negro, Carolina le agrega una dosis de sensualidad a su corazón sensible. Pero confiesa que no es fácil para ella conseguir novio. "El último se cansó de los perros. 'Si me cuidaras como lo hacés con ellos ...', me reclamaba", cuenta la chica. Su hermano menor también se hartó y se fue a vivir con su abuela. Su padre, a regañadientes, la ayuda (fabrica patinetas) gracias a los ruegos de su madre, y su hermana Victoria, hace un esfuerzo por comprenderla.
"Si no fuera porque la quiero tanto la pondría de patitas a la calle", ironiza su madre.
Desde el fondo se escucha ladrar a Sarmiento, que no se lleva bien con los demás. "Estaba tirado en la avenida Sarmiento. No sabíamos cómo levantarlo. Una amiga que vive cerca arrancó las cortinas de su casa y así lo llevamos. ¡Pero ningún taxi nos quería subir! Tuvimos que hacer una trampita: yo lo hice parar y cuando el auto se detuvo apareció mi amiga corriendo con el perro", recuerda entre risas.
Orni, que ha estado callada todo el tiempo, toma coraje y se acerca. Su hocico es chato y grande como el de un pato. Es pequeña y peluda como un pequinés. "¡Venga mi chiquita!", le llama con voz dulce su salvadora. "La dueña había decidido sacrificarla por ese tumor que le creció, pero logramos salvarla". De lejos, observan Pupi, un anciano rescatado de un canal; Lorenza, un experimento fallido entre cocker y batata que causó decepción en su dueño, que la terminó abandonando; y Lobo, un siberiano que casi pierde los oídos por una infección. Por los techos y ventanas andan 12 gatos que retozan al sol o se acercan a curiosear.
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