Olvidamos oír, oler, tocar y saborear, y a veces sólo miramos

Olvidamos oír, oler, tocar y saborear, y a veces sólo miramos

Un comunicador mexicano alertó sobre el uso intenso de apenas un sentido

ROBERTO VINIEGRA. Es docente de la Universidad Autónoma de México.  LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI ROBERTO VINIEGRA. Es docente de la Universidad Autónoma de México. LA GACETA / FOTO DE ANTONIO FERRONI
01 Agosto 2013
La vida moderna ha llevado al hombre al uso intensivo de sólo uno de sus sentidos: la vista. Esta afirmación pertenece a Roberto Sverdrup Viniegra, comunicador y docente de la Universidad Autónoma de México, que vino a Tucumán dar una charla en la facultad de Filosofía y Letras.

En pleno siglo XX, el avance de la fotografía ya auguraba que había llegado el tiempo de las imágenes. No sólo gracias al auge del Photshop, sino todos los programas disponibles para el tratamiento de la imagen. A todo eso se suma la facilidad con la que se puede capturar una instantánea y las miles de maneras de compartirla. Todo esto ha hecho que la imagen tome fuerza y, como señala Roberto, que creamos que todos somos fotógrafos. "Se publicita la idea de una generación de la imagen y resulta que buena parte de esa generación no tiene educación visual y llegamos a la trivialización de la imagen", comenta.

En esta pérdida de los sentidos, el oído fue anulando su potencial. Estar permanentemente enchufados a los auriculares nos hizo olvidar lo importante que es el oído para alertarnos sobre posibles peligros a nuestro alrededor. A tal punto que podemos estar a la par de otra persona y no escucharla. "En una sociedad cada vez más aislada y fragmentada el consumo de música nos aleja más de los seres humanos", asegura.

Pareciera que no, pero el olfato también se fue atrofiando. Los perfumes y aromatizadores nos permiten enmascarar cualquier olor natural. No sabemos cómo huelen las cosas. "El olfato es el sentido que más rápido nos dispara la memoria, podemos oler y transportarnos en el tiempo... qué malo que Internet sea inodoro", ironiza.

Los perros huelen el miedo, pero nosotros necesitamos verlo. En las descripciones más crudas de la guerra se hablaba del olor a la muerte. "Nuestro sentido se opaca a fuerza de oler contaminación, perfumes y saborizantes artificiales", agrega. Las manos han dejado de tocar superficies naturales o lo hacen cada vez menos. Trabajamos con materiales derivados del petróleo la mayor parte del tiempo. La cercanía y el contacto en algunos lugares es hasta mal visto. "En la actualidad se aprecian más las manos finas, en hombres y mujeres. En cambio, las rasposas y con huellas de trabajo marcadas no son bien vistas. Para eso existen cremas para suavizar lo que antes era un orgullo", reflexiona.

Hasta nuestro paladar ha perdido la posibilidad de saborear lo natural de los alimentos. "A fuerza de comer comida chatarra fuimos golpeando las funciones del gusto", dice. Necesitamos el aderezo y la sal porque nos cuesta "encontrarle el gusto" a las comidas. Las verduras hervidas pareciera que son para enfermos y el té sin azúcar es una amargura.

Según el docente, las bondades de la vida moderna nos trajeron aparejados algunos riesgos, por ejemplo, desaprovechar el uso de nuestros sentidos. Olvidarnos que son nuestros aliados.

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