30 Julio 2013
EL FESTEJO. Lenci acaba de convertir y sale disparado al banderín para celebrar.
Promediaba 2010. A los 26 años, Fabricio Lenci había perdido la motivación para seguir jugando al fútbol. Su fuego se había extinguido. El fallecimiento de Carlos, su papá, le había quitado las ganas de hacer lo que él mismo le había inculcado: jugar al fútbol y meter goles.
"Él siempre está. Antes de los partidos le pido que me ayude porque jugar al fútbol es difícil. Jugar bien es difícil y meter goles es difícil", dice en el sillón de su nueva casa Lenci, que superó esa depresión y fue uno de los héroes de la revancha del clásico con San Martín. Jugando para Deportivo Morón se enteró de la noticia y no quiso saber más nada de nada.
"Se me nubló todo", confiesa. Intentó solo por la inercia que traía su carrera seguir jugando. Probó un tiempo en Wilstermann de Cochabamba (Bolivia), pero simplemente no pudo.
"Sentía que algo me faltaba", confiesa. Entonces, con ese vacío a cuestas volvió a Argentina con objetivos diferentes. Su "nuevo" desafío había pasado a ser un laburo con horario de oficina en el negocio de Hugo Bigatti, su suegro. "Todas las condiciones que yo tengo me las enseñó él. Era muy seguidor mío. Me decía, sin mentirme, si había jugado bien o mal", recuerda Fabricio cómo era la relación con Carlos, cuando se fútbol se trataba.
El "Gallego" también fue jugador de fútbol y, aunque su techo fueron las divisiones inferiores de Boca, le alcanzó para transmitirle toda la pasión necesaria por el fútbol a su hijo.
Por ellas
En medio de la charla con LG Deportiva, Federica, su hija, se pasea por todo el living e incluso entre su papá y el grabador. Nada parece importarle más que acomodar sus muñecas en un orden que solo ella entiende. Lenci se altera, pero no se olvida de algo: esa inocencia característica en ella fue el motor de su "vuelta" al fútbol.
"Mi mamá, mi esposa y ella (Federica) me hicieron dar un clic en la cabeza", revela. "Saber que puedo darles una buena vida a ellas me pudo. El fútbol tiene sueldos muy altos cuando llegás", explica. Además de su suegro, claro está, que teniéndolo cerca, supo aconsejarle qué hacer de su vida: "volvé, arrancá de cero. Probá por última vez", le decía mientras trabajaba. Y así fue. Aceptó una oferta de Sport Ancash de la segunda división de Perú, prácticamente la primera de las que recibió, y empezó a llenar el vacío que sentía con goles.
"No podía defraudar a mi viejo. Él quería que juegue al fútbol y meta goles", admite. A pesar de que Huaraz, la ciudad peruana donde hacía de local su equipo, no era de sus favoritas, se concentró en el arco y terminó como el goleador histórico del club con 36 goles. En 2012, era momento de un desafío mayor: volver a Argentina y jugar un partido transmitido por la TV, otro viejo anhelo de su padre. Crucero del Norte lo ayudaría a cumplirlo.
"Pude jugar contra Central en Rosario (NdlR: él nació en San Nicolás, muy cerca de Rosario), y ahora, si Dios quiere, jugaré contra Independiente. A él le hubiese gustado", dice. Seguramente también le hubiese gustado a Carlos presenciar el gol del domingo.
"Después del gol sabía que no iba a perder ninguna pelota. Tenía toda la confianza". Palabras y un estado anímico muy diferente al de mediados de 2010.
La paz y las ganas de jugar al fútbol volvieron a Lenci y los hinchas de Atlético se lo agradecen.
"Él siempre está. Antes de los partidos le pido que me ayude porque jugar al fútbol es difícil. Jugar bien es difícil y meter goles es difícil", dice en el sillón de su nueva casa Lenci, que superó esa depresión y fue uno de los héroes de la revancha del clásico con San Martín. Jugando para Deportivo Morón se enteró de la noticia y no quiso saber más nada de nada.
"Se me nubló todo", confiesa. Intentó solo por la inercia que traía su carrera seguir jugando. Probó un tiempo en Wilstermann de Cochabamba (Bolivia), pero simplemente no pudo.
"Sentía que algo me faltaba", confiesa. Entonces, con ese vacío a cuestas volvió a Argentina con objetivos diferentes. Su "nuevo" desafío había pasado a ser un laburo con horario de oficina en el negocio de Hugo Bigatti, su suegro. "Todas las condiciones que yo tengo me las enseñó él. Era muy seguidor mío. Me decía, sin mentirme, si había jugado bien o mal", recuerda Fabricio cómo era la relación con Carlos, cuando se fútbol se trataba.
El "Gallego" también fue jugador de fútbol y, aunque su techo fueron las divisiones inferiores de Boca, le alcanzó para transmitirle toda la pasión necesaria por el fútbol a su hijo.
Por ellas
En medio de la charla con LG Deportiva, Federica, su hija, se pasea por todo el living e incluso entre su papá y el grabador. Nada parece importarle más que acomodar sus muñecas en un orden que solo ella entiende. Lenci se altera, pero no se olvida de algo: esa inocencia característica en ella fue el motor de su "vuelta" al fútbol.
"Mi mamá, mi esposa y ella (Federica) me hicieron dar un clic en la cabeza", revela. "Saber que puedo darles una buena vida a ellas me pudo. El fútbol tiene sueldos muy altos cuando llegás", explica. Además de su suegro, claro está, que teniéndolo cerca, supo aconsejarle qué hacer de su vida: "volvé, arrancá de cero. Probá por última vez", le decía mientras trabajaba. Y así fue. Aceptó una oferta de Sport Ancash de la segunda división de Perú, prácticamente la primera de las que recibió, y empezó a llenar el vacío que sentía con goles.
"No podía defraudar a mi viejo. Él quería que juegue al fútbol y meta goles", admite. A pesar de que Huaraz, la ciudad peruana donde hacía de local su equipo, no era de sus favoritas, se concentró en el arco y terminó como el goleador histórico del club con 36 goles. En 2012, era momento de un desafío mayor: volver a Argentina y jugar un partido transmitido por la TV, otro viejo anhelo de su padre. Crucero del Norte lo ayudaría a cumplirlo.
"Pude jugar contra Central en Rosario (NdlR: él nació en San Nicolás, muy cerca de Rosario), y ahora, si Dios quiere, jugaré contra Independiente. A él le hubiese gustado", dice. Seguramente también le hubiese gustado a Carlos presenciar el gol del domingo.
"Después del gol sabía que no iba a perder ninguna pelota. Tenía toda la confianza". Palabras y un estado anímico muy diferente al de mediados de 2010.
La paz y las ganas de jugar al fútbol volvieron a Lenci y los hinchas de Atlético se lo agradecen.
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