25 Julio 2013
La presencia del Papa en Latinoamérica, continente de la esperanza, es una Buena Noticia. Él mismo afirmó al llegar a Río de Janeiro que vino a traer a Cristo. Sobre todo tratándose de las jornadas de la juventud que convoca a chicos de Latinoamérica y del mundo. Pero hay un detalle: nos dijo que los jóvenes no son una realidad fuera de la sociedad, como si formaran un cuerpo aparte, sino que hoy más que nunca hay que resaltar su lugar en la sociedad, fomentar su sentido de pertenencia a una familia, a una patria, a una sociedad, a una fe y a una cultura.
Cuando vemos jóvenes y niños en la calle, en situación de riesgo, en total indefensión, en muchos casos poniendo en riesgo a otros, nos preguntamos: ¿tienen familia?, ¿Tienen papá y mamá? ¿Quién los cuida, los educa?
Es que hay cada vez más jóvenes que no encuentran su lugar en la sociedad, tienen serias dificultades para encontrar un trabajo genuino, acosados por una cultura hedonista preparada por los adultos y para usar de ellos y descartarlos. El papa habló y habla mucho de "lo descartable", pero refiriéndose no a los bienes de consumo, sino a personas: a jóvenes, a ancianos...
Un síntoma grave de esa exclusión de nuestros jóvenes es el consumo cada vez más extendido de las drogas en edades cada vez más bajas y en todos los estratos sociales. Pero es indudable que el daño es más profundo y más cruel cuando este fenómeno está asociado a la pobreza extrema.
En nuestros barrios más pobres es donde más se perciben las consecuencias fatales del consumo de drogas: chicos y chicas que deambulan por las calles sin rumbo, en los semáforos, con rostros que reflejan el vacío y la falta de esperanzas en sus vidas. Es en estos barrios donde se consume más porque es más fácil conseguir la droga, comprarla a vendedores "chicos", punto terminal de una red que impunemente sigue enriqueciéndose a costa de la muerte de muchos jóvenes. Ellos son empujados a despreciar sus vidas en el suicidio, a ponerlas en peligro a través del delito, la propia y la ajena.
Es más grave el problema en estos lugares porque está asociado a la desnutrición de base que traen y que a muchos de ellos, un alto porcentaje, le impide terminar su escuela primaria. Es más grave porque el acceso a una educación integral, a una salud plena es muy escaso, por más que se diga lo contrario. Basta recorrer casa por casa, esquina por esquina, hablar con ellos, mirar el estado de sus casas, oler el olor nauseabundo de aguas servidas, viviendo en medio de las heces de animales para preguntarnos: ¿Qué amor y apego a la vida puede esperarse de niños y jóvenes que crecen en esos medios? ¿Por qué razón esos lugares son medio privilegiado para la venta de drogas? ¿Por qué resulta más fácil "conseguirla"? ¿Quién tiene que saber esto y combatirlo? ¿Lo saben las autoridades?
Esto es un clamor que golpea el corazón y la conciencia de todos. Pero es el Estado, a través de políticas públicas serias, exentas de todo interés electoral, quien debe responder. Sobre todo asumiendo la lucha contra el tráfico de drogas. Es una batalla que aún no ha comenzado. ¿Alguien ha visto que haya bajado la venta de drogas en los barrios más pobres?
Ojalá que esta visita del Papa sea mucho más que una visita simpática, atractiva, capaz de mover multitudes. Ojalá que en medio de esta alegría sepamos tomar el mensaje del compromiso que conlleva un testimonio tan claro de cercanía, de pobreza, de amor por los jóvenes y los pobres que nos trae Francisco. Que nos haga mejores cristianos, más honestos y responsables ciudadanos.
Cuando vemos jóvenes y niños en la calle, en situación de riesgo, en total indefensión, en muchos casos poniendo en riesgo a otros, nos preguntamos: ¿tienen familia?, ¿Tienen papá y mamá? ¿Quién los cuida, los educa?
Es que hay cada vez más jóvenes que no encuentran su lugar en la sociedad, tienen serias dificultades para encontrar un trabajo genuino, acosados por una cultura hedonista preparada por los adultos y para usar de ellos y descartarlos. El papa habló y habla mucho de "lo descartable", pero refiriéndose no a los bienes de consumo, sino a personas: a jóvenes, a ancianos...
Un síntoma grave de esa exclusión de nuestros jóvenes es el consumo cada vez más extendido de las drogas en edades cada vez más bajas y en todos los estratos sociales. Pero es indudable que el daño es más profundo y más cruel cuando este fenómeno está asociado a la pobreza extrema.
En nuestros barrios más pobres es donde más se perciben las consecuencias fatales del consumo de drogas: chicos y chicas que deambulan por las calles sin rumbo, en los semáforos, con rostros que reflejan el vacío y la falta de esperanzas en sus vidas. Es en estos barrios donde se consume más porque es más fácil conseguir la droga, comprarla a vendedores "chicos", punto terminal de una red que impunemente sigue enriqueciéndose a costa de la muerte de muchos jóvenes. Ellos son empujados a despreciar sus vidas en el suicidio, a ponerlas en peligro a través del delito, la propia y la ajena.
Es más grave el problema en estos lugares porque está asociado a la desnutrición de base que traen y que a muchos de ellos, un alto porcentaje, le impide terminar su escuela primaria. Es más grave porque el acceso a una educación integral, a una salud plena es muy escaso, por más que se diga lo contrario. Basta recorrer casa por casa, esquina por esquina, hablar con ellos, mirar el estado de sus casas, oler el olor nauseabundo de aguas servidas, viviendo en medio de las heces de animales para preguntarnos: ¿Qué amor y apego a la vida puede esperarse de niños y jóvenes que crecen en esos medios? ¿Por qué razón esos lugares son medio privilegiado para la venta de drogas? ¿Por qué resulta más fácil "conseguirla"? ¿Quién tiene que saber esto y combatirlo? ¿Lo saben las autoridades?
Esto es un clamor que golpea el corazón y la conciencia de todos. Pero es el Estado, a través de políticas públicas serias, exentas de todo interés electoral, quien debe responder. Sobre todo asumiendo la lucha contra el tráfico de drogas. Es una batalla que aún no ha comenzado. ¿Alguien ha visto que haya bajado la venta de drogas en los barrios más pobres?
Ojalá que esta visita del Papa sea mucho más que una visita simpática, atractiva, capaz de mover multitudes. Ojalá que en medio de esta alegría sepamos tomar el mensaje del compromiso que conlleva un testimonio tan claro de cercanía, de pobreza, de amor por los jóvenes y los pobres que nos trae Francisco. Que nos haga mejores cristianos, más honestos y responsables ciudadanos.
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