Con un cuatro de copas
En toda negociación o acuerdo político, la debilidad de un lado constituye la fortaleza del otro. Por ejemplo, en los vínculos centrados en intereses de grupo, alguien cede y otro capitaliza, siempre. Uno se hace más fuerte, aumenta súbditos, obtiene lealtades y gana obsecuentes. En este tiempo electoral, con fuertes apuestas personales a futuro, cabe tratar de desentrañar las carencias y fortalezas de cada lado en cualquier relación política-partidaria, o institucional como en las de Nación-Provincia, o de Provincia-Municipio. En este esquema no hay vueltas, uno somete y el otro es sometido, uno dispone y el otro acata, uno manda y el otro obedece, uno dice y el otro hace, uno apuesta y el otro corre los riesgos.

Sin embargo, si bien uno es el débil y el otro el fuerte, la clave de la observación pasa por determinar quién es quién en la negociación o diálogo político, eufemismo usado para darle tintes democráticos y menos visos de concepción autoritaria a "las conversaciones" que afloran en estos tiempos. Lo cierto es que en estas épocas políticas, donde para unos está en juego "el modelo" y para otros "la derrota" de ese modelo, todos se mienten y tratan de engañar al resto diciendo lo que no deben y callando lo que debieran explicitar. Porque es un año bisagra para todos, para los de la "década ganada", de aquí y de allá, y para los que sueñan con instalar sus apellidos en otros lustros argentinos, que calificarán luego a su antojo y con poca humildad.

¿Quién es el débil hoy?, ¿quién el fuerte? Un mito del siglo pasado dice que los peronistas son buenos "olfateadores" del poder, que saben cuando un cuerpo empieza a perder glóbulos rojos, que identifican al que asoma con luz propia y que inmediatamente se verticalizan ante quien creen que será el nuevo conductor. O por lo menos al que apuestan a seguir. La horizontalidad, o transversalidad, ya fue, o comenzó a perder sentido en estas nuevas instancias de reacomodamientos. Mal que les pese a algunos, el presente no se puede eternizar -en ningún tiempo-, los cambios son inevitables. Con apellidos nuevos, en los próximos mandatos lo único que se mantendrá serán los privilegios que el sistema les brinda a los acoplados victoriosos.

Volviendo al peronismo; cabe preguntar si Daniel Scioli y Sergio Massa -cada cual con su estrategia de supervivencia, uno sometiéndose al cristinismo y el otro enfrentándolo- han percibido debilidad en Cristina como para asumir roles diferenciados intuyendo un posible recambio en 2015. Seguro, se están acomodando; como el resto de la dirigencia. Aquel que diga que no guía sus pasos pensando para dentro de dos años, miente; o es un ingenuo. Es hora de instalarse. En esta línea, ¿es un síntoma de debilidad amenazar a los intendentes bonaerenses -como lo habría hecho Julio de Vido- con no enviarles más dinero si pierden ante su par de Tigre? Poco tiene de fortaleza esta forma de hacer "terrorismo" institucional con la billetera; más que nada marca desconfianza en la propia fuerza. Es que las fidelidades compradas, tarde o temprano, se cansan o traicionan.

¿Es tanta la debilidad del Gobierno nacional que debe recurrir a estas maniobras para tratar de asegurarse un buen resultado, el suficiente como para garantizarle la gobernabilidad de los próximos dos años? (¿los últimos del kristinismo?). Si no es así, los gestos hablan en esa dirección. Aquí habría que recordarles a los compañeros que Perón en sus lecciones de conducción política decía que mejor que obligar es persuadir.

En ese marco, las acciones de gestión en elecciones intermedias -plebiscitarias, siempre- intentan mostrar fortaleza institucional para suplir -o enmascarar- debilidades políticas. Los mensajes buscan tener un sentido, pero se pueden interpretar en otro. Es el peligro que se corre en estos días, que por ir perdiendo adhesiones, se intente "adosarlas" a la fuerza, sin delicadeza y poco agradecimiento. Es un síntoma que viene con contraindicaciones para el Gobierno nacional: da a entender que a sí mismo no se ve bien. Grita fuerte, y lo ven anémico. El peligro es que todos intuyan agotamiento, y posibilidades de contagio.

Es lo que teme el oficialismo en Tucumán. Aunque no lo admita, hay miedo de que la posible caída -inmedible, por cierto; y garantizada, menos- del cristinismo termine afectando a los precandidatos alperovichistas y, por ende, al propio José Alperovich.

Aquí cabe un paréntesis para decir que hay más recelo en la Casa de Gobierno por la incidencia negativa que pueda tener la gestión nacional en el resultado de agosto que por un buen papel de la oposición local en las urnas. En otras palabras; el PE no cree que haya polarización -con la UCR- y sí que cierto contrapeso viene por el lado nacional. Inquietud por el voto bronca, voto cansancio o voto por lo nuevo, como se lo quiera llamar.

Otra vez, ¿quién es quién en los roles de fuerte y débil en esta relación Nación-Provincia? Alperovich escuchó a De Vido y no quiere que la canilla K se corte, ya que su administración mostró una fuerte dependencia de los recursos nacionales. Básicamente, el alperovichismo gestionó con dinero del poder central; esa era la regla de juego, la aceptó y la replicó en su territorio.

Entonces, ¿Alperovich es como Scioli, que se somete por necesidad? En política hoy no se habla de convicciones sino de conveniencias; la conveniencia de mostrarse fuerte, y no débil, según lo marque la hora, o el almanaque. Por lo tanto, todos se mienten, como en el truco. Como lo hicieron esta semana Alperovich y Domingo Amaya, que se cantaron de todo con un cuatro de copas.

¿Alperovich necesita de Amaya como Cristina de Scioli? O es al revés. Las respuestas revelarán debilidades y fortalezas en ambos grupos. Y como nadie querrá aparecer cediendo, se mienten, se miden, juegan roles harto conocidos y se dicen lo obvio: te quiero, me querés, jugamos juntos, trabajamos por lo mismo, somos del mismo equipo, siempre adelante. ¡Si che!, se podría decir para imitar las salidas "tuitéricas" de la Presidenta.

La reunión entre ambos era necesaria, obligada e inevitable, para enviar mensajes; cada cual atendiendo sus propio juego. Pero no hubo foto de esa charla. Epa. ¿Por qué? Porque alguien debería reconocerse como débil en la postal, y eso es inaudito. ¿Alperovich no quería aparecer rogando ayuda, o amenazando con cortar los víveres?, ¿Amaya no quería aparecer jurando lealtad, o sometiéndose?

Lo único cierto es que ambos se necesitan, el gobernador requiere del trabajo territorial del intendente; por lo menos para comprometerlo. Así, si el resultado electoral no es bueno en la capital, el jefe del Ejecutivo provincial ya tiene a quien culpar. El jefe municipal puede argüir que él, ni los suyos, estaban en la nómina. He aquí un error político, producto de la debilidad del mandatario provincial: desplazó a un grupo que se impuso en los comicios de 2011 en el municipio para aceptar la "recomendación" cristinista de llevar a un camporista en la boleta. En esto no hubo nada de fortaleza, sino más de sumisión.

Claro, en la charla se deslizó que el amayismo, sin los 10 años del alperovichismo, no hubiese germinado. No hubo un "pedime lo que quieras a cambio de ..." de parte de ningún lado, pensando en 2015, ni siquiera amagues. Cada cual cree que capitalizó la reunión, que los dos salieron fortalecidos. El papel de débil no lo asume ninguno, no reditúa. Pero hay hechos que dicen más de la mentira sobre "lo bien que estamos".

El miércoles Amaya abandonó la Casa de Gobierno; al día siguiente allí estuvo Amado Boudou en calidad de presidente en ejercicio, y al intendente ni lo invitaron. ¿Olvido? Era una buena ocasión para una engañosa "foto de unidad". Pero la familia no estaba entera. Amaya se salvó, en cambio, de escuchar las amenazas del ex ucedeísta al peronismo tucumano para que se encolumne en agosto.

Nadie está tranquilo. Heridos hay muchos, molestos más. No hay demasiada "contención" para los propios, especialmente para la dirigencia capitalina, llámense legisladores o concejales. Alguno admite que "no tienen capacidad operativa" para encarar los comicios. La mirada apunta a Alperovich, que pide a todos trabajar por una victoria contundente, para él, no para Cristina; eso será de refilón. Ciertamente hay preocupación en el gobernador, como lo hay en integrantes de la lista oficialista, que deben poner el hombro más que el primer precandidato, "que viene para mostrar la cara" -según las quejas-, pero no para el trabajo de campo. Es el precandidato ausente.

Aunque no lo reconozca públicamente, Osvaldo Jaldo debe soportar el peso de la tarea proselitista en la provincia. "Está espantado", grafica un peronista sobre el tranqueño que, si no resulta testimonial su postulación, deberá abandonar el manejo de la apetecible caja del Ministerio del Interior y dejarla en manos de otra persona.

En suma, para un improbable resultado adverso para el oficialismo ya hay muchos posibles culpables. Sin embargo, en ese caso, como en una victoria, sólo Alperovich será el responsable, porque fue él el que tomó decisiones políticas, desde su fortaleza o debilidad, frente a todos.

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