El diariero que abraza la vida

El diariero que abraza la vida

Desde hace 46 años, Víctor Delgado tiene un puesto de diarios a metros de la esquina de Alberdi y 24 de Septiembre, en la capital. Está casado, es padre de tres hijos, disfruta de tres nietos, y le apasiona el fútbol. Hasta aquí, parece una historia más, pero el hombre de 63 años guarda en su interior peripecias de hecho imborrable: cuando era niño, una máquina para fumigar cítricos le cortó los brazos. Pese a su discapacidad, Cacho -como lo conocen en el barrio- se las ingenia para seguir adelante y para atender el kiosco. "El cliente me pide lo que quiere llevar. Yo le indico dónde está el diario o la revista y, a la hora de cobrar, confío en su buena voluntad, porque no puedo recibir la plata ni dar el vuelto", cuenta, y afirma que en los años que lleva en el puesto nunca nadie se aprovechó de su condición para llevarse un diario sin pagar. El accidente que se llevó sus brazos ocurrió mientras trabajaba con su padre, en una plantación de limones, al pie del cerro, en Yerba Buena. "Perdí el equilibrio en el tractor que tiraba la fumigadora. Me acuerdo que no tenía dolor. Mi papá me trajo en el tractor hasta el Hospital de Niños, donde estuve internado varios días. Tenía 11 años y, desde ese momento, no me quedó otra que madurar de golpe", relata.

El sacudón fue duro, pero el diariero no aflojó nunca. A los pocos meses aprendió a manejar el tractor con las piernas y volvió a trabajar con su padre. "No me iba a achicar. Con una pisaba los pedales, y con la rodilla de la otra movía el volante", recuerda. Al año siguiente, sus padres consiguieron que el Estado le permitiera estudiar en un centro de lisiados, en el barrio de Belgrano, en Buenos Aires. "Allí estuve hasta los 17 años. Los maestros y los profesores me enseñaron a enfrentar la vida. Fueron años hermosos. Cuando cumplí los 18 decidí volver a Tucumán, porque quería tener algo propio, fruto de mi esfuerzo. Y tuve suerte, porque un amigo me ofreció vender diarios y así empecé", rememora. Pero no iba a ser el único beneficio que la fortuna tenía preparado para él, porque luego de abrir el puesto de diarios, conoció a su mujer. "Vivía cerca de mi casa, en San José. Un día me acerqué y le dije que me gustaba. En esa época había que chamuyar, papá. Al poco tiempo le dije que la quería y que me iba a casar con ella. Y así pasó", sonríe.

Víctor se levanta a las 4 de la mañana y abraza el comienzo de un nuevo día. Sabe que no hay nada que pueda detenerlo, porque -según dice- en esta vida nada es imposible: "no hay que pensar en los problemas que tenemos para hacer lo que queremos. El que no se la rebusca es un gil. Hay que pelearla siempre, porque lo único que no tiene solución es la parca, amigo".

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