Por Marcelo Androetto
23 Junio 2013
RÍO DE JANEIRO.- El discurso de la presidenta, Dilma Rousseff, en la noche del viernes estableció un horizonte para sacar a Brasil de la crisis en que está envuelto. Pero la pregunta del millón es si la propuesta de un pacto político y las promesas de mejoras en áreas como salud, educación y transporte público, además de atacar la corrupción con mayor energía, alcanzarán para parar la ola de protestas que sacude el país, con escalada de violencia incluida.
En Río de Janeiro, donde 1,5 millón de personas se manifestaron en la semana, sus habitantes descreían que las palabras de Dilma logren desactivar la bola de nieve de las protestas. "Me puso la piel de gallina, pero no sé si algo cambiará", dice Ángela, sentada en un bar. "Fueron promesas de campaña electoral", afirma Marcelo, de compras en una óptica. "Hablar, habló bien, pero del dicho al hecho…", apunta Tabares, mientras se ejercita en un gimnasio.
Por lo pronto, las manifestaciones, que en principio habían estado circunscriptas al centro de la capital carioca, ya llegaron a las zonas turísticas: para hoy está convocada una protesta en la playa de Copacabana. Los visitantes de la cidade maravilhosa preguntan en los hoteles sobre su seguridad, después que los comercios del área cerraran el viernes durante horas por la amenaza de saqueos.
A la espera del Papa
No son los únicos preocupados: el Gobierno y la Iglesia Católica temen que las protestas persistan -o sean retomadas- durante la visita del papa Francisco a Río en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, que comienza exactamente dentro de un mes.
La FIFA, en tanto, ratificó que el Mundial 2014 se hará en Brasil (las obras costarán aproximadamente U$S 15.000 millones), pero dejó entrever que no está del todo satisfecha por algunas falencias en seguridad percibidas durante la actual Copa Confederaciones.
La marea de protestas comenzó por el aumento del boleto en el transporte público (una medida que ya fue anulada en la mayoría de las ciudades) y se fue nutriendo con el correr de los días de otros reclamos que se encontraban ocultos bajo la epidermis de una sociedad poco acostumbrada a salir a la calle para luchar por sus derechos. Pese a que se trata de la sexta economía del planeta, las desigualdades persisten y el reclamo contra la corrupción y a favor de mejores condiciones de vida, salieron a la superficie. También, como suele suceder en estos casos, aparecieron pequeños grupos dispuestos a sembrar el caos.
Ahora, en el país del futebol, reina la incertidumbre.
En Río de Janeiro, donde 1,5 millón de personas se manifestaron en la semana, sus habitantes descreían que las palabras de Dilma logren desactivar la bola de nieve de las protestas. "Me puso la piel de gallina, pero no sé si algo cambiará", dice Ángela, sentada en un bar. "Fueron promesas de campaña electoral", afirma Marcelo, de compras en una óptica. "Hablar, habló bien, pero del dicho al hecho…", apunta Tabares, mientras se ejercita en un gimnasio.
Por lo pronto, las manifestaciones, que en principio habían estado circunscriptas al centro de la capital carioca, ya llegaron a las zonas turísticas: para hoy está convocada una protesta en la playa de Copacabana. Los visitantes de la cidade maravilhosa preguntan en los hoteles sobre su seguridad, después que los comercios del área cerraran el viernes durante horas por la amenaza de saqueos.
A la espera del Papa
No son los únicos preocupados: el Gobierno y la Iglesia Católica temen que las protestas persistan -o sean retomadas- durante la visita del papa Francisco a Río en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, que comienza exactamente dentro de un mes.
La FIFA, en tanto, ratificó que el Mundial 2014 se hará en Brasil (las obras costarán aproximadamente U$S 15.000 millones), pero dejó entrever que no está del todo satisfecha por algunas falencias en seguridad percibidas durante la actual Copa Confederaciones.
La marea de protestas comenzó por el aumento del boleto en el transporte público (una medida que ya fue anulada en la mayoría de las ciudades) y se fue nutriendo con el correr de los días de otros reclamos que se encontraban ocultos bajo la epidermis de una sociedad poco acostumbrada a salir a la calle para luchar por sus derechos. Pese a que se trata de la sexta economía del planeta, las desigualdades persisten y el reclamo contra la corrupción y a favor de mejores condiciones de vida, salieron a la superficie. También, como suele suceder en estos casos, aparecieron pequeños grupos dispuestos a sembrar el caos.
Ahora, en el país del futebol, reina la incertidumbre.