Cuando sólo importan los nombres
Una de las acepciones de la palabra política se refiere al ejercicio del poder, pero ese que procura un fin trascendente. Para cumplir con ese objetivo, el político debe promover la participación ciudadana con el fin de alcanzar el bien común. Generalmente, el gobernante -en particular- o el político -en general- presentan a la sociedad los instrumentos y las estrategias que adoptarán para alcanzar la meta. Esas propuestas son evaluadas por el ciudadano que, a su vez, lo traduce en un voto de confianza a la iniciativa con la que mejor se identifique.

Sin embargo, la discusión actual no pasa por los proyectos o las plataformas electorales. Se concentra sólo en los nombres, con candidaturas testimoniales y de las otras. Con un gobernador que un día define que encabezará la lista de postulantes a la Cámara de Diputados y a los meses dice que no por la sencilla razón de que las encuestas le han revelado que sólo hay cuatro puntos de diferencias en la intención de voto siendo Alperovich el primer apellido de la nómina oficialista. Del otro lado de la vereda, la oposición se debate acerca de la conveniencia de que el actual senador, José Cano (UCR), sea el rival del partido gobernante. Da la sensación que sólo importan los nombres y que las propuestas cumplen un rol secundario. Colmo que las apetencias personales son más fuertes que las propuestas del conjunto.

Todo deriva en ocupar espacios de poder. "Antes se discutían las ideas; ahora, sólo quién es más potable que el otro para el electorado", comenta la analista política Gretel Ledo. Lo central debería ser que, antes de entrar a una mesa de diálogo, se depongan las ambiciones personales. Pero eso, hoy, es ficción.

El oficialismo se monta en la millonaria estructura estatal para hacer política. ¿Qué hay de malo en eso? Nada, absolutamente nada. Desde tiempos remotos, el oficialismo ha usado ese aparato para hacer política. Es la costumbre hecha ley. Pero lo negativo es que, cuando ganan elecciones, la mayoría de los representantes tucumanos en el Congreso se convierten en levantamanos. El oficialismo impone la fuerza de los números. El federalismo es el gran ausente en el recinto de sesiones. De allí la falta de propuestas. Es más fácil sumarse al bloque que pelear por los intereses de la provincia que los eligió. Y eso sucede de un lado como del otro de las aguas políticas. Del oficialismo y también de la oposición. En mayor o en menor grado.

A muchos jóvenes y no tantos les cuesta, actualmente, decir de corrido quiénes son sus representantes en el Congreso. Ledo afirma que todo pasa por una cuestión de maduración política, en la que todos (políticos y ciudadanos) estemos dispuestos a dar un paso al costado y discutir las verdaderas políticas que requiere Tucumán -en particular- y la Nación -en su conjunto-. Diseñar la verdadera agenda de problemas a resolver, desde la energética, pasando por la política internacional, hasta la más doméstica de las medidas económicas para combatir la inflación.

El año electoral invita a un repaso sobre dónde estamos parados. Podemos observar, por caso, que todo está acotado a las mismas fichas y que la renovación es una cuestión inalcanzable. Los jóvenes que aspiran a convertirse en los sucesores son expulsados del sistema por la sencilla razón de que no tienen la experiencia o la militancia suficiente para cubrir tal o cual cargo. El trasvasamiento generacional debe esperar, según la concepción política vigente.

Las tácticas o estrategias para ganar las elecciones siguen siendo las mismas. Las ideas deben esperar. Por eso da la sensación que, en cada elección, siempre están los mismos porque, en este contexto, sólo importan los nombres.

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