Por Gabriela Baigorrí
17 Junio 2013
"No me quedó nadie de mi familia. No quedó nadie…". Las palabras de Claudia Fote estrujaron la garganta de muchos de los que se encontraban en la sala. Durante las últimas audiencias de la megacausa "Arsenales II-Jefatura II", que se sustancia en el Tribunal Oral Federal, declararon dos testigos que fueron las únicas sobrevivientes de sus grupos familiares numerosos. Si bien se trata de casos extremos y emblemáticos, los relatos de Fote y de Marta Rondoletto permitieron vislumbrar otras de las facetas del terrorismo de Estado: los ataques contra la familia.
El matrimonio de Pedro Rondoletto y María Cenador; sus hijos Silvia y Jorge y su nuera Azucena Bermejo (embarazada) fueron secuestrados el 2 de noviembre de 1976. Los más jóvenes tenían actividades públicas en la política universitaria y pertenecían a la Juventud Peronista. Se cree que todos habrían estado en el Arsenal. Permanecen desaparecidos. Leandro Fote, su esposa Luisa Pacheco y sus tres hijos José, Enrique y Claudia sufrieron atentados y allanamientos en su casa desde principios de los 70. Habían huido a Buenos Aires, donde el 1º de diciembre de 1976 el jefe de la familia fue detenido ilegalmente. El era ex legislador y dirigente del ingenio San José y de la CGT. Habría sido trasladado al Arsenal. Un año después, atraparon al resto. También se llevaron a la esposa de José (Mónica García tenía 16 años, estaba embarazada) y a su suegra. Claudia fue entregada a una tía. Los demás no aparecieron más. Entre familiares directos y lejanos, una veintena de miembros del clan Fote están desaparecidos.
Desde el inicio del proceso oral -en noviembre- se escucharon testimonios que describieron cómo se actuó sobre las familias de los detenidos: los secuestros que se efectuaron mediante operativos en las propias casas familiares, las amenazas y golpes a los que presenciaron el allanamiento, el uso de allegados como rehenes, los llamados extorsivos y los saqueos posteriores. El informe de la Comisión Bicameral Investigadora de las violaciones de los Derechos Humanos en Tucumán recopiló estas prácticas en un anexo llamado "Represión y política de exterminio contra la familia". "El ímpetu represivo excedió el uso de familiares y rehenes y el desprecio total hacia los valores del núcleo familiar. Constan denuncias que atestiguan la desaparición de familias enteras, sin que existan indicios ciertos de los motivos -por tortuosos que sean- que puedan haber influido en tales hechos", concluyó por su parte el informe "Nunca Más", elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.
El porqué del uso de esta "estrategia" aparece tan claro como el objetivo mismo del terrorismo. Según los testimonios, el miedo devastó emocionalmente el entorno de los detenidos y generó terror en otras familias.
Las víctimas que pasaron frente a los jueces mostraron las consecuencias del accionar contra los grupos familiares: la incertidumbre y el peso de la ausencia. Sucede que la desaparición física de un familiar suele ser una experiencia dolorosa, pero habitual. Pero si esa desaparición es forzada y el destino del ser querido, incierto, el dolor se convierte en inconmensurable. La angustia enhebra las historias y "el no saber qué fue de ellos" se convierte en una frase coincidente. Por ello, el valor de los testimonios orales. Cada nombre o descripción física que se pronuncian generan expectativas en los que aún esperan saber. Como contrapartida, también están aquellos que mostraron la capacidad de convertir el dolor en un motor de lucha. "(Los represores) se equivocaron. Lo único que lograron con las desapariciones forzadas es que ellos estén más presentes que nunca. Como familiares, seguimos buscando Justicia", selló Rondoletto en su testimonio.
El matrimonio de Pedro Rondoletto y María Cenador; sus hijos Silvia y Jorge y su nuera Azucena Bermejo (embarazada) fueron secuestrados el 2 de noviembre de 1976. Los más jóvenes tenían actividades públicas en la política universitaria y pertenecían a la Juventud Peronista. Se cree que todos habrían estado en el Arsenal. Permanecen desaparecidos. Leandro Fote, su esposa Luisa Pacheco y sus tres hijos José, Enrique y Claudia sufrieron atentados y allanamientos en su casa desde principios de los 70. Habían huido a Buenos Aires, donde el 1º de diciembre de 1976 el jefe de la familia fue detenido ilegalmente. El era ex legislador y dirigente del ingenio San José y de la CGT. Habría sido trasladado al Arsenal. Un año después, atraparon al resto. También se llevaron a la esposa de José (Mónica García tenía 16 años, estaba embarazada) y a su suegra. Claudia fue entregada a una tía. Los demás no aparecieron más. Entre familiares directos y lejanos, una veintena de miembros del clan Fote están desaparecidos.
Desde el inicio del proceso oral -en noviembre- se escucharon testimonios que describieron cómo se actuó sobre las familias de los detenidos: los secuestros que se efectuaron mediante operativos en las propias casas familiares, las amenazas y golpes a los que presenciaron el allanamiento, el uso de allegados como rehenes, los llamados extorsivos y los saqueos posteriores. El informe de la Comisión Bicameral Investigadora de las violaciones de los Derechos Humanos en Tucumán recopiló estas prácticas en un anexo llamado "Represión y política de exterminio contra la familia". "El ímpetu represivo excedió el uso de familiares y rehenes y el desprecio total hacia los valores del núcleo familiar. Constan denuncias que atestiguan la desaparición de familias enteras, sin que existan indicios ciertos de los motivos -por tortuosos que sean- que puedan haber influido en tales hechos", concluyó por su parte el informe "Nunca Más", elaborado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas.
El porqué del uso de esta "estrategia" aparece tan claro como el objetivo mismo del terrorismo. Según los testimonios, el miedo devastó emocionalmente el entorno de los detenidos y generó terror en otras familias.
Las víctimas que pasaron frente a los jueces mostraron las consecuencias del accionar contra los grupos familiares: la incertidumbre y el peso de la ausencia. Sucede que la desaparición física de un familiar suele ser una experiencia dolorosa, pero habitual. Pero si esa desaparición es forzada y el destino del ser querido, incierto, el dolor se convierte en inconmensurable. La angustia enhebra las historias y "el no saber qué fue de ellos" se convierte en una frase coincidente. Por ello, el valor de los testimonios orales. Cada nombre o descripción física que se pronuncian generan expectativas en los que aún esperan saber. Como contrapartida, también están aquellos que mostraron la capacidad de convertir el dolor en un motor de lucha. "(Los represores) se equivocaron. Lo único que lograron con las desapariciones forzadas es que ellos estén más presentes que nunca. Como familiares, seguimos buscando Justicia", selló Rondoletto en su testimonio.
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