Por Ezequiel Fernández Moores
16 Junio 2013
Hace 45 años, el fútbol argentino vivía una de sus páginas más negras, el llamado Desastre de Suecia 58, la goleada humillante 6-1 de Checoslovaquia que la eliminó en primera rueda de un Mundial al que había llegado sintiéndose campeona.
El 15 de junio de 1958, el centrodelantero checoslovaco Vaclav Hovorka anotó a los 89 minutos el 6-1 definitivo ante 16.418 espectadores en el Olympia Stadium, de Helsingborg. Argentina quedó eliminada porque en el debut había perdido 3-1 ante Alemania, que venía de ganar el Mundial 54 y sumaba apenas tres puntos (triunfo 3-1 ante Irlanda del Norte).
"Los checos son pan comido", se cuenta que dijo un dirigente tras verlos jugar contra Alemania. "La lección es dura, hasta cruel", escribió en "El Gráfico" Borocotó, uno de los pocos periodistas argentinos que estuvo ese día en la cancha. Y apuntó tres aspectos: 1) la preparación física (contó que a las 9 de la mañana del día siguiente de un partido los alemanes se entrenaban mientras los argentinos dormían); 2) la falta de remate de media distancia como recurso cuando se cierra el camino al arco rival; 3) los delanteros son los primeros defensores rivales pues cumplen "funciones distintas que las que marca su número", algo que no sucede en la selección argentina.
La sorpresa, en realidad, fue mayúscula porque un año antes Argentina había ganado el Sudamericano de Lima con apenas una derrota ante el anfitrión (1-2, último partido y con el título ya asegurado) pero con goleadas de 8-2 a Colombia, 3-0 a Ecuador, 4-0 a Uruguay, 6-2 a Chile y 3-0 al Brasil que se coronaría campeón en Suecia. Se cuenta que en el desfile inaugural la selección marchó con ropa de jugador pues carecía de otra vestimenta y que en la última práctica los suplentes golearon 6-0 a los titulares, pero que todo se olvidó porque a la hora de jugar aparecieron la magia de Oreste Corbatta (algo así como el Garrincha argentino) y los lujos y eficacia del trío de ataque Humberto Maschio, Antonio Angelillo y Enrique Omar Sívori. El éxito aumentó egos y desprolijidades y la Selección, era la creencia generalizada, volvería a brillar en Suecia aún cuando quedaban apenas tres "sobrevivientes" del plantel de Lima y el trío atacante fuera vendido a Italia (antes los jugadores que partían al exterior no eran citados a la Selección).
¿Para qué llamarlos si estaban el gran Amadeo Carrizo en el arco, "Pipo" Rossi en el medio y volvía al ataque el gran Ángel Labruna, casi con 40 años sí, pero con unos 300 goles en la Selección? "Llegamos a Suecia pensando que ganábamos de taquito", llegó a confesar años después Amadeo.
Pero Argentina, por diversas razones, venía de estar ausente en los tres últimos Mundiales (1938, 1950 y 54) y no jugaba ante europeos desde 1956. ¿Para qué recordar la derrota 3-2 contra Suecia si sucedió en el lejanísimo Mundial 34 y la Selección fue allí sin sus mejores jugadores? Tuvieron que pasar 17 años para volver a jugar contra un europeo (derrota 2-1 en Wembley contra Inglaterra). Tampoco se pensó en jugar contra europeos en la preparación final hacia el Mundial, que se completó con partidos ante Uruguay Paraguay.
Del Mundial 34 al 58, en 24 años, Argentina jugó apenas 11 partidos contra europeos, rivales inútiles, se decía, si ni siquiera sabían pegarle a la pelota. La soberbia y el aislamiento se pagaron caro. Y acaso peor fue lo que se hizo después.
"Los hechos evidenciaron la necesidad de rectificar conceptos, modificar sistemas y adecuar la marcha al ritmo que fijan nuevas concepciones sobre el fútbol", escribió la AFA en sus Memorias tras el Mundial. Por un lado pasó a tener importancia fundamental el aspecto físico por sobre el técnico (para qué trabajar con la pelota si eso venía desde la cuna, se decía) y, por el otro, Boca y River, los dos grandes, compraron el "fútbol-espectáculo" del nuevo campeón, Brasil, pero fichando a brasileños discretos, que no eran precisamente los primos de Pelé y de Garrincha.
El DT Guillermo Stábile, en el cargo desde 1940, fue despedido, acusado de no controlar supuestas indisciplinas de algunos jugadores; Carrizo fue señalado como el "cabeza de turco" y pasó cinco años sin volver a la Selección. El plantel fue recibido con insultos y monedazos en Ezeiza; los dirigentes ahora empresarios siguieron con sus abusos (una huelga de jugadores en el 48 provocó un éxodo masivo, liderado por Alfredo Di Stéfano) y el equipo nacional perdió jerarquía.
Tuvieron que pasar dos décadas para que la selección argentina recobrara prestigio. El Mundial 78, en Argentina, obligó a un trabajo más serio. César Menotti exigió a la AFA contratos mínimos de cuatro años, prioridad de la Selección ante los clubes y el título -más allá de los militares- sirvió para convalidar un camino.
Luego fue el turno de Diego Maradona. Si él viajaba ida y vuelta desde Europa para jugar con la Selección, todos debían hacerlo. Y si a alguien se le ocurrió que Carlos Bilardo debía irse porque la Selección no jugaba bien antes de México, allí la AFA mantuvo la nueva política iniciada con Menotti, de defensa a ultranza al técnico de turno.
Los últimos años, hay que decirlo, marcaron un cambio profundo en esa política y la Selección, ya sin títulos, perdió continuidad de técnicos y línea de juego. La identidad pasó a ser el resultado, aunque hoy, como en el 58, nos siga siendo esquivo ante potencias europeas cada vez que llegamos a instancias decisivas en un Mundial. Alejandro Sabella inició un camino absolutamente alejado de la soberbia de aquellos tiempos, aunque muchos crean que con Lionel Messi basta y sobra para pensar en un "Maracanazo" en Brasil 2014. Sabella tiene un plantel rico en ataque y más discreto en defensa. Y él no es un técnico audaz en materia ofensiva. Pero tiene a Messi.
Leo obligó a jugar con más atacantes. Y, acaso sin tiempo para trabajar un buen ordenamiento colectivo, entonces la fragilidad defensiva se hizo más evidente. La dependencia, está claro, se hace inevitable cuando se tiene al mejor jugador del mundo.
Sin Messi, o con él a media máquina, la Selección cosechó apenas dos de seis puntos y su único gol fue de penal en la ultima doble fecha de una eliminatoria en la que Sabella parecía ir encontrando al equipo. Lo que se ha encontrado, parece, es un buen grupo, sin celos ni pujas internas. Pero el equipo, aunque Messi siga batiendo récords personales, todavía no está.
El 15 de junio de 1958, el centrodelantero checoslovaco Vaclav Hovorka anotó a los 89 minutos el 6-1 definitivo ante 16.418 espectadores en el Olympia Stadium, de Helsingborg. Argentina quedó eliminada porque en el debut había perdido 3-1 ante Alemania, que venía de ganar el Mundial 54 y sumaba apenas tres puntos (triunfo 3-1 ante Irlanda del Norte).
"Los checos son pan comido", se cuenta que dijo un dirigente tras verlos jugar contra Alemania. "La lección es dura, hasta cruel", escribió en "El Gráfico" Borocotó, uno de los pocos periodistas argentinos que estuvo ese día en la cancha. Y apuntó tres aspectos: 1) la preparación física (contó que a las 9 de la mañana del día siguiente de un partido los alemanes se entrenaban mientras los argentinos dormían); 2) la falta de remate de media distancia como recurso cuando se cierra el camino al arco rival; 3) los delanteros son los primeros defensores rivales pues cumplen "funciones distintas que las que marca su número", algo que no sucede en la selección argentina.
La sorpresa, en realidad, fue mayúscula porque un año antes Argentina había ganado el Sudamericano de Lima con apenas una derrota ante el anfitrión (1-2, último partido y con el título ya asegurado) pero con goleadas de 8-2 a Colombia, 3-0 a Ecuador, 4-0 a Uruguay, 6-2 a Chile y 3-0 al Brasil que se coronaría campeón en Suecia. Se cuenta que en el desfile inaugural la selección marchó con ropa de jugador pues carecía de otra vestimenta y que en la última práctica los suplentes golearon 6-0 a los titulares, pero que todo se olvidó porque a la hora de jugar aparecieron la magia de Oreste Corbatta (algo así como el Garrincha argentino) y los lujos y eficacia del trío de ataque Humberto Maschio, Antonio Angelillo y Enrique Omar Sívori. El éxito aumentó egos y desprolijidades y la Selección, era la creencia generalizada, volvería a brillar en Suecia aún cuando quedaban apenas tres "sobrevivientes" del plantel de Lima y el trío atacante fuera vendido a Italia (antes los jugadores que partían al exterior no eran citados a la Selección).
¿Para qué llamarlos si estaban el gran Amadeo Carrizo en el arco, "Pipo" Rossi en el medio y volvía al ataque el gran Ángel Labruna, casi con 40 años sí, pero con unos 300 goles en la Selección? "Llegamos a Suecia pensando que ganábamos de taquito", llegó a confesar años después Amadeo.
Pero Argentina, por diversas razones, venía de estar ausente en los tres últimos Mundiales (1938, 1950 y 54) y no jugaba ante europeos desde 1956. ¿Para qué recordar la derrota 3-2 contra Suecia si sucedió en el lejanísimo Mundial 34 y la Selección fue allí sin sus mejores jugadores? Tuvieron que pasar 17 años para volver a jugar contra un europeo (derrota 2-1 en Wembley contra Inglaterra). Tampoco se pensó en jugar contra europeos en la preparación final hacia el Mundial, que se completó con partidos ante Uruguay Paraguay.
Del Mundial 34 al 58, en 24 años, Argentina jugó apenas 11 partidos contra europeos, rivales inútiles, se decía, si ni siquiera sabían pegarle a la pelota. La soberbia y el aislamiento se pagaron caro. Y acaso peor fue lo que se hizo después.
"Los hechos evidenciaron la necesidad de rectificar conceptos, modificar sistemas y adecuar la marcha al ritmo que fijan nuevas concepciones sobre el fútbol", escribió la AFA en sus Memorias tras el Mundial. Por un lado pasó a tener importancia fundamental el aspecto físico por sobre el técnico (para qué trabajar con la pelota si eso venía desde la cuna, se decía) y, por el otro, Boca y River, los dos grandes, compraron el "fútbol-espectáculo" del nuevo campeón, Brasil, pero fichando a brasileños discretos, que no eran precisamente los primos de Pelé y de Garrincha.
El DT Guillermo Stábile, en el cargo desde 1940, fue despedido, acusado de no controlar supuestas indisciplinas de algunos jugadores; Carrizo fue señalado como el "cabeza de turco" y pasó cinco años sin volver a la Selección. El plantel fue recibido con insultos y monedazos en Ezeiza; los dirigentes ahora empresarios siguieron con sus abusos (una huelga de jugadores en el 48 provocó un éxodo masivo, liderado por Alfredo Di Stéfano) y el equipo nacional perdió jerarquía.
Tuvieron que pasar dos décadas para que la selección argentina recobrara prestigio. El Mundial 78, en Argentina, obligó a un trabajo más serio. César Menotti exigió a la AFA contratos mínimos de cuatro años, prioridad de la Selección ante los clubes y el título -más allá de los militares- sirvió para convalidar un camino.
Luego fue el turno de Diego Maradona. Si él viajaba ida y vuelta desde Europa para jugar con la Selección, todos debían hacerlo. Y si a alguien se le ocurrió que Carlos Bilardo debía irse porque la Selección no jugaba bien antes de México, allí la AFA mantuvo la nueva política iniciada con Menotti, de defensa a ultranza al técnico de turno.
Los últimos años, hay que decirlo, marcaron un cambio profundo en esa política y la Selección, ya sin títulos, perdió continuidad de técnicos y línea de juego. La identidad pasó a ser el resultado, aunque hoy, como en el 58, nos siga siendo esquivo ante potencias europeas cada vez que llegamos a instancias decisivas en un Mundial. Alejandro Sabella inició un camino absolutamente alejado de la soberbia de aquellos tiempos, aunque muchos crean que con Lionel Messi basta y sobra para pensar en un "Maracanazo" en Brasil 2014. Sabella tiene un plantel rico en ataque y más discreto en defensa. Y él no es un técnico audaz en materia ofensiva. Pero tiene a Messi.
Leo obligó a jugar con más atacantes. Y, acaso sin tiempo para trabajar un buen ordenamiento colectivo, entonces la fragilidad defensiva se hizo más evidente. La dependencia, está claro, se hace inevitable cuando se tiene al mejor jugador del mundo.
Sin Messi, o con él a media máquina, la Selección cosechó apenas dos de seis puntos y su único gol fue de penal en la ultima doble fecha de una eliminatoria en la que Sabella parecía ir encontrando al equipo. Lo que se ha encontrado, parece, es un buen grupo, sin celos ni pujas internas. Pero el equipo, aunque Messi siga batiendo récords personales, todavía no está.
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