14 Junio 2013
Menhir es una palabra celta que significa, simplemente, piedra larga. Son las que cargaba Obelix cuando no estaba dedicado a azotar romanos junto con Asterix. ¿Por qué utilizamos un término europeo para denominar esas piezas que tallaron en el Valle de Tafí hace 2000 años? Es una de las tantas contradicciones de nuestra cultura. De paso, ejemplifica el destrato al que solemos someter a nuestro patrimonio. A los menhires, precisamente, no se los trató nada bien durante el siglo XX. He aquí uno de los tantos desafíos en la agenda del Bicentenario: tener listo en 2016 el museo a cielo abierto que merece semejante legado.
La base está, diría un verborrágico DT de fútbol. Hay 124 menhires concentrados frente a la plaza de El Mollar. Hasta el año pasado fue una reserva arqueológica, situación que impedía cualquier tipo de intervención. El decreto que convirtió al predio -propiedad del Estado provincial- en un museo a cielo abierto habilita los trabajos imprescindibles para transformarlo en un imán capaz de cambiarle la vida a la villa.
A las comunidades originarias no les cierra del todo el proyecto. Sienten que las piedras les pertenecen y por eso reclaman su distribución por Casas Viejas, Potrerillo y El Rincón, donde estaban emplazadas. El problema es que no hay registros precisos, no se sabe dónde estaba cada menhir. Y si se los dispersa alrededor de La Angostura, ¿cómo se valoriza el conjunto? ¿Y cómo se lo protege? Otro dato es más contundente: los bloques ya no resisten más traslados.
Cuando la experta chilena Mónica Bhamondez Prieto encabezó en 2010 el proceso de limpieza, restauración y preservación de los monolitos aconsejó que no se los mueva más. Estamos hablando de piedras que en algunos casos miden entre cuatro y cinco metros (entre el 30 y el 35% queda enterrado). Un golpe puede traducirse en una quebradura sin vuelta atrás.
El Ente de Cultura propone la integración de las comunidades en el plan del museo a cielo abierto. De hecho, el tema se está discutiendo en los foros que promueve el otro Ente, el de Turismo, con miras a cambiarle la cara a El Mollar.
Es que el futuro de los menhires está atado al de la villa. La intrincada geografía de El Mollar fue enmarañándose a medida que las construcciones invadieron calles y veredas. Es tarde para planificar, pero no para ordenar.
Manos a la obra
Hay que cerrar los ojos e imaginar. Ahí van los aspectos básicos del proyecto:
• Se cerrará la entrada actual. El acceso al predio se realizará por la calle paralela al espejo de agua, donde hay suficiente espacio para que estacionen autos, combis y colectivos.
• Ese espacio en la zona de ingreso contará con tres terrazas, ubicadas junto a la biblioteca que hoy está funcionando, y que será remodelada.
• En ese sector los artesanos de las comunidades podrán vender sus productos, en especial de cerámica y de tela.
• El objetivo es provocar un efecto sorpresa en el visitante, ya que detrás de esta área se despliega el predio con los menhires. Antes de recorrerlo se pasará por el centro en el que se distribuirá la folletería. Allí estarán los sanitarios (uno para discapacitados) y el depósito. La idea es utilizar la plataforma que alguna vez sirvió para albergar la Fiesta de la Verdura: vidriar y compartimentar esa estructura.
• En torno al predio se profundizará la forestación, de modo de enmarcarlo con una cortina verde. Sin tocar las pircas, claro. Ideal para las fotos.
• Otra iniciativa: iluminar las piedras con reflectores.
• Será fundamental revalorizar la Avenida de los Menhires, que es la que conduce hasta el centro de la villa. Para eso habrá una señaléctica más clara y atractiva.
• Y también resulta interesante la idea de peatonalizar la calle por la que hoy se ingresa al predio. Eso permitiría su integración con la plaza. Un buen espacio para programar actividades como recitales o desfiles.
No se trata de una obra faraónica; más bien es una solución de fondo para un tema discutido. La predisposición a consultar con todos los actores que saben del tema y/o están interesados en él es un rasgo valorable. Lo subraya Merecedes Aguirre, directora de Patrimonio. Se refiere a la UNT, a los colegios profesionales, a los expertos y a las propias comunidades.
Para que a las cuentas del proyecto no se las devore ni el olvido ni la inflación el próximo paso es establecer los plazos y objetivos de la ejecución de la obra.
La base está, diría un verborrágico DT de fútbol. Hay 124 menhires concentrados frente a la plaza de El Mollar. Hasta el año pasado fue una reserva arqueológica, situación que impedía cualquier tipo de intervención. El decreto que convirtió al predio -propiedad del Estado provincial- en un museo a cielo abierto habilita los trabajos imprescindibles para transformarlo en un imán capaz de cambiarle la vida a la villa.
A las comunidades originarias no les cierra del todo el proyecto. Sienten que las piedras les pertenecen y por eso reclaman su distribución por Casas Viejas, Potrerillo y El Rincón, donde estaban emplazadas. El problema es que no hay registros precisos, no se sabe dónde estaba cada menhir. Y si se los dispersa alrededor de La Angostura, ¿cómo se valoriza el conjunto? ¿Y cómo se lo protege? Otro dato es más contundente: los bloques ya no resisten más traslados.
Cuando la experta chilena Mónica Bhamondez Prieto encabezó en 2010 el proceso de limpieza, restauración y preservación de los monolitos aconsejó que no se los mueva más. Estamos hablando de piedras que en algunos casos miden entre cuatro y cinco metros (entre el 30 y el 35% queda enterrado). Un golpe puede traducirse en una quebradura sin vuelta atrás.
El Ente de Cultura propone la integración de las comunidades en el plan del museo a cielo abierto. De hecho, el tema se está discutiendo en los foros que promueve el otro Ente, el de Turismo, con miras a cambiarle la cara a El Mollar.
Es que el futuro de los menhires está atado al de la villa. La intrincada geografía de El Mollar fue enmarañándose a medida que las construcciones invadieron calles y veredas. Es tarde para planificar, pero no para ordenar.
Manos a la obra
Hay que cerrar los ojos e imaginar. Ahí van los aspectos básicos del proyecto:
• Se cerrará la entrada actual. El acceso al predio se realizará por la calle paralela al espejo de agua, donde hay suficiente espacio para que estacionen autos, combis y colectivos.
• Ese espacio en la zona de ingreso contará con tres terrazas, ubicadas junto a la biblioteca que hoy está funcionando, y que será remodelada.
• En ese sector los artesanos de las comunidades podrán vender sus productos, en especial de cerámica y de tela.
• El objetivo es provocar un efecto sorpresa en el visitante, ya que detrás de esta área se despliega el predio con los menhires. Antes de recorrerlo se pasará por el centro en el que se distribuirá la folletería. Allí estarán los sanitarios (uno para discapacitados) y el depósito. La idea es utilizar la plataforma que alguna vez sirvió para albergar la Fiesta de la Verdura: vidriar y compartimentar esa estructura.
• En torno al predio se profundizará la forestación, de modo de enmarcarlo con una cortina verde. Sin tocar las pircas, claro. Ideal para las fotos.
• Otra iniciativa: iluminar las piedras con reflectores.
• Será fundamental revalorizar la Avenida de los Menhires, que es la que conduce hasta el centro de la villa. Para eso habrá una señaléctica más clara y atractiva.
• Y también resulta interesante la idea de peatonalizar la calle por la que hoy se ingresa al predio. Eso permitiría su integración con la plaza. Un buen espacio para programar actividades como recitales o desfiles.
No se trata de una obra faraónica; más bien es una solución de fondo para un tema discutido. La predisposición a consultar con todos los actores que saben del tema y/o están interesados en él es un rasgo valorable. Lo subraya Merecedes Aguirre, directora de Patrimonio. Se refiere a la UNT, a los colegios profesionales, a los expertos y a las propias comunidades.
Para que a las cuentas del proyecto no se las devore ni el olvido ni la inflación el próximo paso es establecer los plazos y objetivos de la ejecución de la obra.
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