Por Roberto Delgado
14 Junio 2013
Vestidos con vistoso traje nuevo, los policías inundaron las calles desde la semana pasada, con la idea de mostrar presencia, movilidad y patrullaje. Nunca se vieron tantos: dos por esquina céntrica, combinando un agente experimentado con un novato, de modo de asegurar efectividad en la tarea. Son 480 en el centro y 644 en los barrios. Pero, paradójicamente, ha sido la semana más violenta del año, a juzgar por las cifras de homicidios: desde el sábado 8 hasta el martes 11 hubo seis asesinatos en la provincia, atribuidos a distintas causas: un femicidio en Concepción; un asalto seguido de muerte de un almacenero en barrio Murga; un balazo mortal a un cosechero por una discusión de tránsito al este del parque 9 de Julio; y tres asesinatos de jóvenes (un supuesto beberaje en Tafi Viejo y dos ajustes de cuentas, según la Policía, en barrio 11 de Marzo y en Lules). Dos son episodios que no se suelen atribuir a delitos, pero cuatro sí; y la violencia describe a una sociedad. Da la casualidad de que los seis ocurrieron en lugares periféricos, donde no se desplegó el operativo policial.
Se trata de dos caras del mismo fenómeno. La visible es la intención del Gobierno de mostrar lo que Lawrence Sherman (estadounidense experto en "Lo que funciona en la tarea policial") considera un punto importante: la presencia. Por eso el secretario de Seguridad, Paul Hofer, les hizo poner nuevo traje a los agentes y los envió a la calle. Pero el mismo Sherman advierte que además hace falta ubicar los policías en "puntos calientes", cambiar la idea de que más detenciones equivalen a más seguridad (Tucumán es un ejemplo en ese sentido, con cárceles llenas y calles violentas) y combatir la corrupción. Y acá entra la cara invisible del problema. En esta semana también se conocieron revelaciones de un preso que contaba casos de policías de la Brigada que enviaban a detenidos a delinquir y se detuvo a dos comisarios acusados de explotar a agentes con servicio adicional trucho. Esto es la punta de un sistema oscuro y discrecional que reina en el mundo policial. Cientos de empresas públicas y privadas contratan a los agentes, supervisados por los comisarios.
Otra punta invisible ha sido el allanamiento al supuesto prostíbulo de España 815, denunciado en el programa de Jorge Lanata del domingo. En la provincia de los "prostíbulos cero" nadie hizo nada hasta que tuvo difusión mediática; pero todo había sido denunciado hace siete meses por el parlamentario opositor Juan Casañas. Y permanecía en la zona invisible.
Hay una brecha demasiado grande entre lo que se ve y lo que no. Otro experto, David Bayley ("Policía para el futuro") dice que una fuerza de seguridad que se plantee realmente hacer prevención debería analizar si está dispuesta al cambio organizativo y cultural. Porque, haciendo números, suena difícil que en el actual modelo se pueda mantener mucho tiempo dos policías con tres turnos de ocho horas en las esquinas, sólo para el centro y algunos barrios. La lógica dice que en algún momento habrá menos vigilantes o que deberán concentrarse en los "puntos calientes".
Otra cuestión se vincula con la capacitación para resolver conflictos en la calle. ¿Cuánto de psicólogos o de coachers tienen agentes con apenas tres semanas de entrenamiento en la Escuela de Policía? Un ejemplo triste ha sido, el jueves pasado, el operativo contra dos motociclistas en la ruta 9: el video mostró a ocho policías que recurrieron a la violencia para lidiar con dos adolescentes infractores.
El problema excede lo positivo de la experiencia de sacar los policías a la calle y se vincula con conocer mejor lo que está oculto. No es el traje, sino pensar qué Policía tenemos, cómo queremos que cambie y qué haremos para lograrlo.
Se trata de dos caras del mismo fenómeno. La visible es la intención del Gobierno de mostrar lo que Lawrence Sherman (estadounidense experto en "Lo que funciona en la tarea policial") considera un punto importante: la presencia. Por eso el secretario de Seguridad, Paul Hofer, les hizo poner nuevo traje a los agentes y los envió a la calle. Pero el mismo Sherman advierte que además hace falta ubicar los policías en "puntos calientes", cambiar la idea de que más detenciones equivalen a más seguridad (Tucumán es un ejemplo en ese sentido, con cárceles llenas y calles violentas) y combatir la corrupción. Y acá entra la cara invisible del problema. En esta semana también se conocieron revelaciones de un preso que contaba casos de policías de la Brigada que enviaban a detenidos a delinquir y se detuvo a dos comisarios acusados de explotar a agentes con servicio adicional trucho. Esto es la punta de un sistema oscuro y discrecional que reina en el mundo policial. Cientos de empresas públicas y privadas contratan a los agentes, supervisados por los comisarios.
Otra punta invisible ha sido el allanamiento al supuesto prostíbulo de España 815, denunciado en el programa de Jorge Lanata del domingo. En la provincia de los "prostíbulos cero" nadie hizo nada hasta que tuvo difusión mediática; pero todo había sido denunciado hace siete meses por el parlamentario opositor Juan Casañas. Y permanecía en la zona invisible.
Hay una brecha demasiado grande entre lo que se ve y lo que no. Otro experto, David Bayley ("Policía para el futuro") dice que una fuerza de seguridad que se plantee realmente hacer prevención debería analizar si está dispuesta al cambio organizativo y cultural. Porque, haciendo números, suena difícil que en el actual modelo se pueda mantener mucho tiempo dos policías con tres turnos de ocho horas en las esquinas, sólo para el centro y algunos barrios. La lógica dice que en algún momento habrá menos vigilantes o que deberán concentrarse en los "puntos calientes".
Otra cuestión se vincula con la capacitación para resolver conflictos en la calle. ¿Cuánto de psicólogos o de coachers tienen agentes con apenas tres semanas de entrenamiento en la Escuela de Policía? Un ejemplo triste ha sido, el jueves pasado, el operativo contra dos motociclistas en la ruta 9: el video mostró a ocho policías que recurrieron a la violencia para lidiar con dos adolescentes infractores.
El problema excede lo positivo de la experiencia de sacar los policías a la calle y se vincula con conocer mejor lo que está oculto. No es el traje, sino pensar qué Policía tenemos, cómo queremos que cambie y qué haremos para lograrlo.
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