08 Junio 2013
ALBERTO LOMBANA. Un destacado profesional vinculado al mundo de la televisión y a la cultura. ARCHIVO LA GACETA
Conocí a Alberto Lombana a través de la pantalla en blanco y negro de Canal 10 a fines de los años 60, cuando la televisora universitaria transmitía de manera casi experimental unas pocas horas por día. No sabía entonces que, en 1982, se iba a convertir en el responsable de mi primer trabajo en televisión, en la conducción de un magazine semanal que salió al aire con el nombre de "Guía Visión". Después tuve la oportunidad de trabajar con él infinidad de veces en teatro y en TV, y de habituarme a ese rostro adusto y a esa expresión ceñuda y seria que daba paso casi sin transición a una risotada franca y estentórea.
La mayor parte de mis encuentros con Alberto transcurrieron en esa zona entre mágica e irreal que proponen los escenarios vacíos o los estudios de televisión mientras las cámaras están apagadas. Me tocó trabajar en innumerables escenografías diseñadas por él: desde aquel ambiente sobrecogedor que imaginó aprovechando al máximo las soberbias medidas del escenario del Alberdi en “Rosencrantz y Guildenstern han muerto” (Teatro Universitario, 1972) hasta la espectacular producción de “Cyrano de Bergerac” (Teatro Estable, 1981), dirigida por Carlos Olivera, en la que se incluyó la proyección de escenas filmadas en cinemascope como separadores de los cuadros escénicos.
Pero las vivencias más ricas que experimenté en su compañía fueron las interminables charlas de las que fui testigo en las que él y Olivera discutían proyectos fantásticos, fascinantes por lo irrealizables, tan seductores como atrevidos, y en los que siempre le correspondía a Alberto la tarea ímproba de imaginar los escenarios, corporizarlos, ponerles medidas precisas, dibujarlos o representarlos en delicadas maquetas a escala y elegir los materiales precisos para realizarlos. Creaba así el marco ideal para que los actores, guiados por la dirección, intentáramos el milagro de transportar a los espectadores a los mundos fantásticos ideados por el autor. Es decir, hacer teatro.
La mayor parte de mis encuentros con Alberto transcurrieron en esa zona entre mágica e irreal que proponen los escenarios vacíos o los estudios de televisión mientras las cámaras están apagadas. Me tocó trabajar en innumerables escenografías diseñadas por él: desde aquel ambiente sobrecogedor que imaginó aprovechando al máximo las soberbias medidas del escenario del Alberdi en “Rosencrantz y Guildenstern han muerto” (Teatro Universitario, 1972) hasta la espectacular producción de “Cyrano de Bergerac” (Teatro Estable, 1981), dirigida por Carlos Olivera, en la que se incluyó la proyección de escenas filmadas en cinemascope como separadores de los cuadros escénicos.
Pero las vivencias más ricas que experimenté en su compañía fueron las interminables charlas de las que fui testigo en las que él y Olivera discutían proyectos fantásticos, fascinantes por lo irrealizables, tan seductores como atrevidos, y en los que siempre le correspondía a Alberto la tarea ímproba de imaginar los escenarios, corporizarlos, ponerles medidas precisas, dibujarlos o representarlos en delicadas maquetas a escala y elegir los materiales precisos para realizarlos. Creaba así el marco ideal para que los actores, guiados por la dirección, intentáramos el milagro de transportar a los espectadores a los mundos fantásticos ideados por el autor. Es decir, hacer teatro.
Temas
Canal 10 de Tucumán