Cristina pierde imagen
El grado de soledad política que demostró estar viviendo por estas horas Cristina Fernández le dio un tono patético a su exaltado discurso del último jueves. Sus gestos, sus tonos, sus miradas y toda su bronca vociferada por sentirse incomprendida la dejaron sobre el escenario desnuda de toda desnudez.

Daniel Scioli estaba en primera línea y se llevó todos los cachetazos, pero no sólo el gobernador bonaerense es quien hoy "no aguanta los trapos" del actual cristinismo, tal como ha dicho la nueva jefa de la bancada kirchnerista en Diputados, Juliana Di Tullio, ya que son muchos los políticos y hasta los gobernadores que empiezan a mirar para otro lado. O bien porque calculó al milímetro el paso que iba a dar o quizás porque se fue de boca, el grado de arrojo y dramatismo que mostró la Presidenta para clamar ayuda ante lo que considera que son ataques de la oposición y los medios por los hechos que salieron a la luz a partir del caso Lázaro Báez en Santa Cruz, que aluden por inevitable cercanía al ex presidente Néstor Kirchner, le otorga a ese discurso características de bisagra. En una frase, Cristina señaló: "Pese a que a mí no me defienden algunos dirigentes y que cuando dicen las cosas que dicen de mí o de mi compañero, miran para otro lado; yo no me hago más la estúpida, no crean que soy estúpida". Y en esa línea de adjetivación agregó: "De lo que estoy cansada es de que algunos se hagan los idiotas o me tomen a mí por idiota".

Mientras la cara de Scioli se desencajaba y la TV oficial no paraba de mostrarlo, en este punto, la Presidenta la emprendió contra aquellos que dicen "palabras de ocasión" como algo "fácil y cómodo" para "quedar bien con todos y tener un millón de amigos", a quienes nunca la prensa les "pega" y los contrapuso con su valoración personal hacia "aquellos compañeros, no que defienden al Gobierno, sino que defienden un proyecto político".

Para marcar un estilo de cercanía hacia la gente, Cristina se entusiasmó y dijo que "cuando hay otro argentino que sufre, ahí voy a estar siempre, sin especulaciones, sin borrarme, sin mirar para otro lado, defendiendo a la gente", quizás recordando que en las inundaciones de La Plata ella llegó antes que el gobernador y el intendente, aunque la inconveniente mención irritó mucho a los familiares de la tragedia de Once, un hecho muy notorio en el que CFK se mostró más que distante.

En cuanto a las ingratitudes que se empeñó en facturar, como "peronista de toda la vida" la Presidenta no desconoce, por haber sido parte ella y su marido de volteretas históricas, que la dirigencia del peronismo o se corrió o se va a correr de su influjo en la medida que se siga verificando el acelerado desgaste que la aqueja. Sabe muy bien que a ningún peronista le place entrar a los cementerios y que sólo acompaña a los dirigentes en desgracia hasta la puerta. Por estas horas, Scioli ha dicho elípticamente que no va a "romper" con el Gobierno y que sólo lo hará con "las injusticias, el paco y la inseguridad", aunque se sigue mostrando crítico contra las formas kirchneristas de la confrontación y el corto plazo, lo que demuestra que el gobernador aún no cree que se esté en el tramo final del último viaje. Otros ya han salido corriendo para armar algo para sí mismos o para acomodarse detrás de quien sea el sucesor del finado.

Incondicionales

Para resistir toda esta ingrata situación e intentar una levantada que la aleje de ese crucial momento, a Cristina sólo parecen quedarle algunos incondicionales que sobreactúan para seguir medrando, mucha militancia juvenil, idealista o rentada, y agradecidos resabios de aquel 54%, que como tal ya no existe más, debido a la lealtad de mucha gente que la considera, junto a Néstor, su salvadora. Es precisamente "el pueblo" la carta más fuerte que tiene, a la que trata de recurrir de modo directo (a "empoderar" en su lenguaje), para convencerlo sobre la necesidad de darle continuidad no a ella, en principio, sino a su proyecto político más allá de 2015, un ideal que tiene como basamento un modelo económico que es justamente uno de sus salvavidas de plomo porque está pasando por tensiones casi imposibles de remontar.

Si ya es complicado hacer de todo ello un dogma, cuanto más es a estas alturas intentar tapar el sol con las manos en nombre de un progresismo que hace agua por los cuatro costados, con pobres cada vez más desesperanzados, con la droga en la puerta de las casas, con mafias y sicarios por las calles, con la inseguridad que le llega a todos, con un deterioro creciente en materia de infraestructura.

En primer término, hay que considerar la inflación, la madre de todos los desaguisados, una lacra que ataca más que a nadie a los humildes y sobre el cual los argentinos parecen haber perdido la memoria. En un rapto de realismo, de a poco el fenómeno empezó a ser reconocido por el Gobierno, aunque sea mediante la puesta en marcha del arcaico y nunca efectivo control de precios, aderezado en estos tiempos de protagonismo militante, con el ruido de patrullas juveniles que por ahora serán sólo una decoración, pese a los verborrágicos anuncios presidenciales.

También hay que anotar como ciertamente positivo la admisión de economistas cercanos al Gobierno de números de suba de precios cercanos a 20% por año, aunque por ahora no quieran dar el brazo a torcer sobre que ello ha sido la consecuencia directa del patrón de consumo que se impuso, como si fuera la verdad revelada, con el combustible del gasto público y la emisión casi descontrolada. Ellos prefieren susurrarle al oído a la Presidenta que todo se trata de una puja por la distribución del ingreso y darle letra para que diga, cada vez que puede, que los que ponen los valores son los empresarios que buscan enriquecerse a costa de los consumidores.

Luego, hay que apuntar, como correlato de la suba de los costos locales, el atraso cambiario, que le quita competitividad a las empresas. Y están los subsidios que han mantenido las tarifas deprimidas, pero que a la vez dejaron sin incentivos a la inversión privada, sobre todo en el área energética, lo que generó por su lado importaciones crecientes de gas que, junto a la fuga de capitales y a la decisión de pagar la deuda con reservas generan pérdida de divisas. Todo este dislate derivó en el cepo cambiario, en la trepada del dólar blue y en la ampliación de la brecha, mientras la economía se frenó y empezaron a declinar los empleos.

En tercer lugar, está el modo exacerbado en que el Estado se ha metido con la vida de la gente, a partir de una presión impositiva que llega hasta los asalariados, junto al avasallamiento que le impuso a las empresas, más su obsesión por recuperar YPF, Aerolíneas, el manejo de las jubilaciones, capitanear los proyectos de infraestructura y reducir el peso del sector privado.

En este capítulo de las libertades ha sido casi lógico que los medios que no siguen los designios gubernamentales hayan sido catalogados como enemigos a vencer y, por lo tanto, dignos de ser silenciados, mientras que se consideró a la Justicia, que trata de cumplir su rol constitucional de equilibrio, como merecedora de una reforma correctiva para que no entorpezca. Ciertamente, los medios y la justicia independiente han sido dos escollos muy bravos para el cristinismo en estos años, a partir del remedio de las cautelares con que los jueces han parado los avances del Estado. El odio que ha generado en la Presidenta la situación la llevó a tratar de desmembrar al Poder Judicial con una ley que propone atar el nombramiento y la remoción de jueces al mundo de la política, orquestado con la instauración de mayorías simples en el Consejo de la Magistratura y con otra ley que reduce los amparos a la nada.

En los últimos dos días, ya los jueces han empezado a declarar la inconstitucionalidad de estos avances gubernamentales y será la Corte Suprema la que deberá decir en las próximas semanas si lo que aprobaron las mayorías del oficialismo en el Congreso es viable. Estos fallos serán clave, porque si le resultan adversos, podrían profundizar el estado de soledad que se vislumbró en la Presidenta. Y por último, entre los derrapes estructurales hay que anotar la decisión política del kirchnerismo de aislarse de la comunidad internacional, de "vivir con lo nuestro", de evitar todo contacto con los organismos internacionales, de no seguir los patrones del resto del mundo, ni siquiera de los vecinos más exitosos.

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