Por Natalia Viola
26 Mayo 2013
Entre hebras de colores Nilda acaricia su sanación
A Nilda Romano le diagnosticaron cáncer de mama cuando tenía 51 años. La noticia la impactó. Dejó de trabajar como mucama en un hotel de su Tafí del Valle. Se aferró a Dios y se dedicó a tejer para entretenerse. De a poco, la distracción se convirtió en un emprendimiento que hoy comparte con su familia. Ella está segura de que el valle y su colorido mundo la están sanando.
TONOS VIBRANTES. Nilda se siente cada día más fuerte en su taller. Evita los marrones y naturales "porque me deprimen, como el otoño", afirma. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL
Hay una escena que ella nunca va a olvidar. Estaba sentada en la galería de su casa de La Banda, en Tafí del Valle, y nada interrumpía la vista a los inmensos cerros verdes. Un profundo silencio respetaba su dolor. Nilda Romano, de 59 años, miró la cima y pensó: "¡Qué ganas de subir y gritarle a Dios que me cure!". Le habían detectado cáncer de mama y su cuerpo se sometía a la crudeza de la quimioterapia.
Se sentía débil. Y aunque a esos cerros se los conocía de memoria, en ese momento deseaba recorrerlos otra vez. Había tenido que dejar de trabajar como mucama en los hoteles de la zona. Entonces, su marido, Víctor Mamaní, la animó para que aprendiera a tejer en telar. Por esos días en la villa dictaban capacitaciones y él pensó que le vendría bien distraerse un poco.
No se equivocó. Poco a poco esa distracción se convirtió en un emprendimiento que comparte toda la familia. Un taller lleno de colores, hebras, olor a lana, bastidores y prendas que componen Nilda, Víctor y su hijo, Sebastián. Una terapia que le dio consuelo.
Pasaron ocho años desde que le diagnosticaron la enfermedad y todavía le quedan dos años más de tratamiento. Pero Nilda está bien, con energía y con la ilusión de que la cura está cerca. En estos años el taller fue creciendo y las lanas comenzaron a ocupar una parte importante de la vivienda, así que hubo que dedicarles una habitación. Allí teje y expone sus productos (almohadones, puff, mantas, pies de camas y ponchos). Su casa ya es un punto de venta de la Ruta del Tejido de la Provincia.
Mucho color
Es día de semana y desde temprano en la casa de los Mamaní están tiñendo las lanas crudas de oveja. En una olla de 15 litros hierve una madeja de fieltro que va tomando color amarillo oro. Víctor la revuelve con un palo de escoba. En la soga del patio cuelgan otras azules y turquesas. El fieltro servirá para hacer las "tulmas" (pompones) y la lana para tejer en telar o bastidores.
El taller se caracteriza por el color porque a Nilda los marrones y naturales la deprimen. Lo mismo que el otoño ("será que soy como una planta, no sé. Pero me pongo muy triste", cuenta). Como es previsora siempre prepara prendas en crudo para los turistas que llegan pidiendo color "a oveja". Víctor compra las lanas en Santa María (Catamarca) y arma los bastidores. Los redondos con llantas de bicicleta y los cuadrados con maderas. Los hizo de todos los tamaños y siempre tiene alguno a mano para tejer mientras mira un partido de fútbol. Y si juega River, mejor, porque teje con más ganas.
En cuatro horas puede terminar una media manta, ésas que se ponen en el pie de cama o encima del respaldo de un sillón. El mismo tiempo le lleva componer la funda de un almohadón redondo. Él conoce el significado de todos los colores y busca que nunca falten el naranja para el dinero, el rojo para el amor, el verde para la esperanza. "Mary", como llama a Nilda, es su compañera desde hace 29 años. Ella le enseñó todo lo que aprendió en los talleres.
La fe
Nilda nació en Las Carreras, otro paraje tafinisto. Se acuerda que cuando era chica su abuela cuidaba las ovejas de la estancia. "Las alimentaba, las esquilaba, hilaba la lana y tejía en un telar que tenía los troncos clavados en la tierra", cuenta. Siempre la observó, pero nunca aprendió ese arte.
Lo que sí incorporó es la fe. Un altar lleno de imágenes de la Virgen, de Jesús y de otros santos van ganándole espacio al living comedor. Sobre la pared rosa cuelgan distintas advocaciones y encima de una mesa con mantel hay velas y decenas de santos. Allí rezan todos los días un rosario. "Mis abuelos se llamaban María y Jesús, y mis bisabuelos Jesús Salvador y María del Señor", resalta Nilda. Y con eso explica todo. Ellos creen ciegamente que la oración y el tejido los ayudaron a superar los problemas de salud. "La vida nos puso una prueba y nosotros hemos luchado", dice Víctor.
La obra de su vida
El consuelo en Dios que buscaba esa mujer mirando el cerro quedó plasmado en un telar que bordó cuando el taller recién empezaba a funcionar. La obra está expuesta en su negocio, pero no tiene precio porque no se vende, aclara.
Tiene el cielo azul, el verde intenso de las montañas y en la cima se la ve a ella: vestida de rojo y con el pelo negro suelto. "La mujer desesperada" lo bautizaron sus compañeras de tejido, y así quedó. Nilda lo mira todos los días. Comprende que no hizo falta llegar a la cima para buscar sanación; la encontró en ese mismo valle, aferrada a la fe y en cada hebra que le da forma a sus productos.
Se sentía débil. Y aunque a esos cerros se los conocía de memoria, en ese momento deseaba recorrerlos otra vez. Había tenido que dejar de trabajar como mucama en los hoteles de la zona. Entonces, su marido, Víctor Mamaní, la animó para que aprendiera a tejer en telar. Por esos días en la villa dictaban capacitaciones y él pensó que le vendría bien distraerse un poco.
No se equivocó. Poco a poco esa distracción se convirtió en un emprendimiento que comparte toda la familia. Un taller lleno de colores, hebras, olor a lana, bastidores y prendas que componen Nilda, Víctor y su hijo, Sebastián. Una terapia que le dio consuelo.
Pasaron ocho años desde que le diagnosticaron la enfermedad y todavía le quedan dos años más de tratamiento. Pero Nilda está bien, con energía y con la ilusión de que la cura está cerca. En estos años el taller fue creciendo y las lanas comenzaron a ocupar una parte importante de la vivienda, así que hubo que dedicarles una habitación. Allí teje y expone sus productos (almohadones, puff, mantas, pies de camas y ponchos). Su casa ya es un punto de venta de la Ruta del Tejido de la Provincia.
Mucho color
Es día de semana y desde temprano en la casa de los Mamaní están tiñendo las lanas crudas de oveja. En una olla de 15 litros hierve una madeja de fieltro que va tomando color amarillo oro. Víctor la revuelve con un palo de escoba. En la soga del patio cuelgan otras azules y turquesas. El fieltro servirá para hacer las "tulmas" (pompones) y la lana para tejer en telar o bastidores.
El taller se caracteriza por el color porque a Nilda los marrones y naturales la deprimen. Lo mismo que el otoño ("será que soy como una planta, no sé. Pero me pongo muy triste", cuenta). Como es previsora siempre prepara prendas en crudo para los turistas que llegan pidiendo color "a oveja". Víctor compra las lanas en Santa María (Catamarca) y arma los bastidores. Los redondos con llantas de bicicleta y los cuadrados con maderas. Los hizo de todos los tamaños y siempre tiene alguno a mano para tejer mientras mira un partido de fútbol. Y si juega River, mejor, porque teje con más ganas.
En cuatro horas puede terminar una media manta, ésas que se ponen en el pie de cama o encima del respaldo de un sillón. El mismo tiempo le lleva componer la funda de un almohadón redondo. Él conoce el significado de todos los colores y busca que nunca falten el naranja para el dinero, el rojo para el amor, el verde para la esperanza. "Mary", como llama a Nilda, es su compañera desde hace 29 años. Ella le enseñó todo lo que aprendió en los talleres.
La fe
Nilda nació en Las Carreras, otro paraje tafinisto. Se acuerda que cuando era chica su abuela cuidaba las ovejas de la estancia. "Las alimentaba, las esquilaba, hilaba la lana y tejía en un telar que tenía los troncos clavados en la tierra", cuenta. Siempre la observó, pero nunca aprendió ese arte.
Lo que sí incorporó es la fe. Un altar lleno de imágenes de la Virgen, de Jesús y de otros santos van ganándole espacio al living comedor. Sobre la pared rosa cuelgan distintas advocaciones y encima de una mesa con mantel hay velas y decenas de santos. Allí rezan todos los días un rosario. "Mis abuelos se llamaban María y Jesús, y mis bisabuelos Jesús Salvador y María del Señor", resalta Nilda. Y con eso explica todo. Ellos creen ciegamente que la oración y el tejido los ayudaron a superar los problemas de salud. "La vida nos puso una prueba y nosotros hemos luchado", dice Víctor.
La obra de su vida
El consuelo en Dios que buscaba esa mujer mirando el cerro quedó plasmado en un telar que bordó cuando el taller recién empezaba a funcionar. La obra está expuesta en su negocio, pero no tiene precio porque no se vende, aclara.
Tiene el cielo azul, el verde intenso de las montañas y en la cima se la ve a ella: vestida de rojo y con el pelo negro suelto. "La mujer desesperada" lo bautizaron sus compañeras de tejido, y así quedó. Nilda lo mira todos los días. Comprende que no hizo falta llegar a la cima para buscar sanación; la encontró en ese mismo valle, aferrada a la fe y en cada hebra que le da forma a sus productos.
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