Obama echó a su recaudador por presionar a la oposición
El Servicio Interno de Impuestos era muy riguroso con los grupos ultraconservadores. La relación del Presidente con el periodismo cambió drásticamente en sólo tres semanas. El mandatario no admitió el acoso de Steve Miller sobre el Tea Party de los republicanos. Espionaje a una agencia de noticias
WASHINGTON.- El presidente estadounidense, Barack Obama, echó al jefe del organismo tributario, el Servicio Interno de Impuestos (IRS por sus siglas en inglés), Steve Miller, por presunto acoso fiscal a grupos ultraconservadores, pero defendió una polémica decisión de espiar a periodistas al alegar razones de seguridad nacional, en los dos escándalos más complejos que enfrenta en esta semana.
La administración Obama (ver "De reír...") quedó en el ojo del huracán luego de que la agencia de noticias Associated Press (AP) denunciara espionaje y de que el IRS reconociera que hizo un control excesivo contra sectores duros del Partido Republicano, durante la campaña electoral del año pasado.
En un intento de cortar por lo sano con uno de los escándalos, el propio Obama anunció la destitución de Miller, por la "inexcusable" admisión del IRS sobre su acoso a los críticos de su Gobierno. "El secretario del Tesoro (Jacob) Lew dio un primer paso al solicitar la renuncia. No toleraré este tipo de comportamiento en ninguna agencia, menos del IRS dado el poder y el alcance que tiene en nuestras vidas", dijo. Ayer reiteró que no conocía del caso hasta que se publicó.
El mandatario prometió trabajar "mano a mano" con el Congreso para establecer nuevas salvaguardas legales en lo impositivo, e instó a los legisladores a evitar "agendas políticas o partidistas". El escándalo estalló en Cincinnati, por controles "demasiado agresivos" a los pedidos de exención tributaria de los sectores republicanos que usasen las palabras Tea Party o Patriot.
Sin explicación
Antes del despido de Miller, el fiscal general, Eric Holder, enfrentó durante varias horas una batería de críticas de republicanos y de sus propios compañeros demócratas por los casos de AP y el IRS. Holder justificó el espionaje por razones de seguridad nacional (filtración de información clasificada a la prensa), pero se desligó de toda culpa y señaló a su número dos, James Cole, como el responsable de la investigación. Explicó que, como él era un posible sospechoso de la filtración a AP de datos sobre un atentado frustrado, se excusó de participar de la pesquisa "desde un principio".
"No acepta ninguna responsabilidad por las cosas que salieron mal", se quejó el congresista de Wisconsin, James Sensenbrenner. El diario The New York Times afirmó en una editorial que el Gobierno "fracasó a la hora de ofrecer una justificación creíble" del espionaje. Más que nada, agregó, parece "un esfuerzo para amedrentar a informantes".
Mientras Holder daba explicaciones en el Capitolio, en la Casa Blanca el vocero presidencial, Jay Carney, anunció que Obama había contactado al senador demócrata, Chuck Schumer, quien en 2009 impulsó un proyecto de ley para garantizar la protección de los periodistas que se niegan a revelar sus fuentes ante la Justicia, para comunicarle su apoyo a la iniciativa. La iniciativa se llama Ley de Libre Flujo de Información, y sólo cede cuando la información sea requerida por un caso de interés para la "seguridad nacional". (Télam-Reuters)
De reír con la prensa a soportar su ira
Marco Mierke - DPA
No hace ni tres semanas, se vio a Barack Obama celebrando alegremente con algunos de los periodistas más conocidos de su país, durante la cena anual de corresponsales de la Casa Blanca. El Presidente contaba chistes que arrancaban carcajadas y aplausos. El champán fluía y la armonía parecía total.
La oposición republicana se quejó después de la excesiva cercanía de la prensa con el mediático político demócrata. Pero si existió alguna vez esa cercanía, no se la ha visto demasiado en Washington desde entonces. En los últimos días, Obama ha visto cómo la presión aumenta sobre su Presidencia como nunca antes. Tres temas distintos le hacen sentir la ira de los medios.
Primero resurgió la pregunta de si la Casa Blanca intentó reducir el tono al ataque terrorista de 2012 contra su consulado en la ciudad libia de Bengasi (en el cual murió el embajador Chris Stevens) por motivos electorales.
A este hecho, se une el escándalo destapado sobre la discriminación por parte de la agencia encargada de la recaudación de impuestos (IRS), que centró su labor en organizaciones conservadoras próximas a los republicanos. Y ahora le cayó al Departamento de Justicia la acusación de espionaje nada más y nada menos de la agencia de noticias estadounidense Associated Press (AP), donde investigadores recopilaron secretamente conversaciones telefónicas de más de cien de sus periodistas, incluso de sus números privados.
El presidente de AP, Gary Pruitt, denunció ese acto, en una iracunda carta de protesta, como una grave violación de la Constitución estadounidense, en la que la libertad de prensa disfruta de una protección destacada. Y la redactora jefe de la agencia, Kathleen Carroll, aseguró que nunca había vivido algo así en sus 30 años de carrera.
Las críticas llegaron del mismo Partido Demócrata de Obama. El titular del Comité Judicial del Senado, Patrick Leahy, se declaró "profundamente preocupado" por este caso. Todo hubiese estado permitido si el haber avisado previamente al medio afectado de las escuchas supusiera una "importante amenaza para la integridad de la investigación", de acuerdo a las normas del Departamento de Justicia.
En el pasado, cuando hubo una filtración a la prensa de información confidencial, Obama ordenó la búsqueda inmediata del "topo" en su Gobierno. A un reportero de The New York Times, se le confiscaron sus datos telefónicos y bancarios después de publicar una nota sobre el programa nuclear de Irán. Pero esta vez, al fiscal general, Eric Holder se le habría ido la mano.