Una carcajada se escapa de las tiendas de campaña que funcionan como camerinos. Ese será -arbitrariamente hablando- el primer sonido que Andrés Calamaro (AC en adelante) emita en Tucumán. Y no está solo: ríe con otros, despacio, como en coro, como si en 30 minutos no fuese a empezar su enésimo show de dos horas y media de extensión.
Resabios de lo que parece una merienda pernoctan en el "comedor" con alfombra roja -de estreno- de Central Córdoba (CC). Ver comida y bebida en abundancia, y, en el acto, sucumbir a la inercia de sacar conclusiones sobre el caché del artista a partir de lo que la mesa expone. Pero allí no hay nada que valga la pena recordar. Los antojos de AC y su banda a AC y su banda pertenecen. Qué pena... ¡con lo que vende ventilar excentricidades y caprichos!
En cambio, la risa se prolonga contagiosamente. Resulta inevitable imaginar que comparten anécdotas del más allá, como esa vez en 1999 que AC hizo las veces de telonero de Bob Dylan, en la época en que el rumano Cioran era su autor de cabecera y en los días previos a la presentación del disco doble que casi titula "Aterrizaje forzoso" en lugar de "Honestidad brutal" (la posteridad debe el registro de estos y otros detalles al escritor Rodrigo Fresán y a Página/12). Tal vez los propios Dylan y AC, con sus respectivas poses oficiales, contribuyeron a construir el estereotipo del rockero adusto y provocador, y poco dado a las alegrías. Error: en este terreno las apariencias también engañan.
"Very important"
Mientras el estadio se llena de almas que sueñan con escuchar "Flaca", un ejército de técnicos, "plomos" y agentes de seguridad se encarga de poner a punto lo que haga falta para que AC y su público pasen una velada agradable. De este lado del mostrador (de la valla del sector para "very important people" o VIP hacia el escenario) casi todos visten de negro y calzan alguna especie de bota. Imposible saber quién hace qué cosa en el desfile incesante de trabajadores de la Gira Bohemio (Argentina, Chile, Ecuador, Perú, Colombia, México...), salvo por la moza que provee al personal de botellas con agua mineral y Coca-Cola Light, y latas de energizante Red Bull.
A diferencia de la comida y la bebida, que no dicen mucho, el escenario sí proporciona una idea acabada sobre la alta calidad del recital que AC se propone brindar. A simple vista es un edificio dentro del área techada de CC, el club de los Urueña: una estructura inmensa de por lo menos dos metros de alto con por lo menos tres entradas distintas cuya superficie presenta infinitos rollos de cable y equipos. La consabida tela negra envuelve ese ring coronado por una pantalla de diodos emisores de luz o LED. Este abigarramiento contrasta con la austeridad espartana de abajo: celdas simétricas vacías sostienen el circo recordando al pasar que lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado (la paradoja pertenece a un soneto de Francisco Luis Bernárdez).
A desenvainar
AC tiene previsto treparse al cuadrilátero a las 22 del domingo 12 de mayo. A medida que se acerca la hora señalada, crecen en intensidad y frecuencia los gritos y cantos de seguidores a los que evidentemente les resbalan las polémicas que activa el músico desde su cuenta de Twitter (el último episodio de la serie de estridencias está disponible en Google con la fórmula "Calamaro + Matías Garfunkel"). Ellos son fans incondicionales; él, un cincuentón que no se hace esperar.
Y así, en tromba, aparece AC con un Ventolín en la mano junto con cinco hombres -también de negro y botas- decididos a tomar los instrumentos y "desenvainar las espadas del texto", como dice la canción "Carnaval de Brasil". Se abrazan, suben a escena y se acomodan arropando los teclados de la figura estelar que, a diferencia de su troupe, viste de azabache y petróleo; sujeta los rulos con pañuelo y lleva anteojos oscuros posiblemente Ray-Ban.
Hablan por los ojos
Desde las bambalinas se ve todo lo que pasa en el escenario, incluso el toro que AC se tatuó en el antebrazo, y el mate que se ceba a sí mismo entre canción y canción (¡después inevitablemente se le caerá sobre las partituras!). Se ve también que los músicos mantienen el gesto risueño y que hablan entre ellos por medio de los ojos. En cambio, la multitud queda en un punto ciego. No se ve, pero se escucha. El aplauso alumbra como un sol nocturno: vaya fuente de energía y poder, y qué difícil debe ser volver a la tierra después de tanta altura.
AC pasa de la quietud y el silencio a la locuacidad y el histrionismo. En el medio escupe sin pudor; da dos besos al "suelo tucumano"; se tira una vez más al piso; se toca insistentemente la nariz, y se saca y pone los anteojos al mejor estilo tic nervioso.
Pronto es un ser bañado en transpiración y así sigue hasta el final, en un recital con magnífica puesta audiovisual y ningún cambio de vestuario. Un libreto profesional sin fisuras conduce con naturalidad hacia el último bis. La cosa acaba en paz y contentos tras un negocio donde AC canta sus clásicos ("Paloma", "Flaca", "Sin documentos", etcétera) y el público delira. Está bien, ya no es aquel líder de los gloriosos Los Rodríguez y hace rato que no regala discos de la categoría de "Alta suciedad" (1997), pero su estrella afortunadamente no se ha apagado con el tiempo. Así que carcajadas para todos, buena suerte y hasta luego.
PREMIO A LOS LECTORES
Ganaron las entradas de La Gaceta para ver a Calamaro
Pía Torres, Florencia Ponce, Iván Alderete, Darío Pérez Díaz, Eduardo Alejandro Agüero, Pablo Alberto Escobar, Cecilia Bertikian, Flavio Gallo Urueña, Analía Argañaraz, Ariel Angulo, Lucía Marina, Diego Morales, Fabiana González, Noelia Tortola y Verónica Durand estuvieron entre los miles de espectadores que el domingo a la noche fueron a Central Córdoba para escuchar a Andrés Calamaro. Ellos fueron los ganadores del sorteo de LA GACETA, gracias al cual se llevaron cada uno un par de entradas, una remera y otros regalos.