Está tronando otra reforma
El pronóstico del clima político indica altísima probabilidad de reforma constitucional en Tucumán. Todos los elementos para que se desate esa tormenta institucional están suscitándose en la provincia. Fundamentalmente, el ingreso de una masa de candidaturas testimoniales provenientes del oficialismo, que encuentra un sistema de muy baja presión opositora.
Claro que tienen que darse una serie de fenómenos concatenados para que, finalmente, precipite un nuevo ultraje contra la Carta Magna tucumana. Para que el alperovichismo vuelva a manosear la Constitución a la que ya le metió mano en 2006. Para que, sobre llovido, mojado. Pero el primero de los elementos que necesita ese tifón ya se cierne sobre este subtrópico: la intención de José Alperovich de presentarse, falsamente, como candidato a diputado nacional.
Sobre esa postulación (que él niega públicamente y que los legisladores ratifican masivamente a LA GACETA), el gobernador habló el jueves, y mucho, con los intendentes. Estaban invitados todos, menos el simoqueño y radical Luis González. Y fueron todos los convidados, incluyendo al tafinisto y ex radical Jorge Yapura Astorga, que sorprendió a propios y extraños al ser uno de los primeros en comprometer, con fervor, su apoyo incondicional para lograr un contundente triunfo del binomio Alperovich - Domingo Amaya. El gobernador se cuidó de usar en todo momento la misma introducción: "si se diera la fórmula Alperovich-Amaya...". Pero aunque más diplomático que de costumbre (léase, en campaña), no anduvo con vueltas. Advirtió a los jefes municipales que hay que lograr un gran triunfo en octubre, "porque lo que está en juego es la gobernabilidad". O sea, el que no trabaje a destajo durante la campaña, que después vea cómo hace para pagar los sueldos, porque quedará a la intemperie.
Amaya también habló y por pedido del gobernador. Uno de los renovados gestos de olvidada cortesía del mandatario para con quien supo ser su amigo. Una amabilidad que los "caciques" del interior no terminan de descifrar. Por eso, sólo tres jefes municipales elogiaron expresamente al intendente capitalino: Osvaldo Morelli, de Concepción; Julio Silman, de Alderetes; y Luis Campos, de Alberdi, quien llamativamente manifestó que, "para los que piden peronismo" en la lista de diputados, el "Colorado" es toda una respuesta. Amaya tuvo dos definiciones. Pidió que se trabaje para ganar las cuatro bancas en disputa. Y afirmó que gran parte de la responsabilidad del resultado electoral de octubre estará en manos de los intendentes, porque son los únicos que tienen verdadero trabajo territorial en la provincia. Es decir, Amaya apuesta por sus pares, no por los legisladores.

Dueño del paraguas
Esta lectura amayista es congruente con un apotegma alperovichista: la presión de legisladores para reformar la Constitución y habilitar más reelecciones, a la Casa de Gobierno le importa un cuerno. Sencillamente, porque el funcionariado está convencido de que los parlamentarios, en conjunto, no le suman ni un voto a Alperovich. Es decir, para los hombres del palacio, los votos son del gobernador, y todos y cada uno de los legisladores del oficialismo le deben su banca a él.
En consecuencia, si hay reforma para habilitar reelecciones consecutivas sin tope, no será para beneficio y goce de ninguno ni nadie más que de Alperovich, en primerísimo lugar. La fantasía de que el gobernador podría afrontar los costos nada menos que de una nueva enmienda constitucional para que otro (u otra) disfrute de sus nuevos términos le provoca carcajadas a los ministros. Alperovich, en términos del más rústico alperovichismo, "hace para él".
Esa misma lógica es la que reinterpreta su candidatura testimonial a diputado nacional. Es casi una ternura suponer que es un sacrificio altruista que busca que el kirchnerismo logre una buena elección en Tucumán. Alperovich se está apostando a sí mismo como gobernador. Y el premio es, por ende, él mismo como gobernador. O sea, continuidad. Es decir, recontramil-recontra-reelección. Necesariamente, re-reforma de la Carta Magna.
Por cierto, no es una conjetura sino una certeza asumida, otra vez, por los intendentes invitados por el mandatario. En concreto, Agustín Fernández, de Aguilares, lo planteó sin escalas en Casa de Gobierno. Visiblemente emocionado por la yunta Alperovich-Amaya, se manifestó en favor de anudar todo el futuro en ese instante: anunciar la reforma, habilitar la reelección consecutiva sin límite, promoverla para los intendentes y los legisladores y los concejales y los delegados comunales... El gobernador lo atajó: hablar de eso ahora sería como fabricarse el propio ataúd político. Y para 2015 falta un largo par de años. Y todavía hay que ganar en octubre...

Caen sondeos sin llover
Ganar en octubre no va a ser nada sencillo para el alperovichismo. Que la oposición en general, y el radicalismo en particular, se lo hagan fácil es otra cosa. Pero en lo que a las encuestas refiere, el panorama no presenta un cielo despejado para el Gobierno. El oficialismo está dejando filtrar algunas cifras que carecen de validez en la medida en que no se pueda acceder al estudio completo para comprobar con el cruce de cohortes que los números son rigurosos. Hecha esa aclaración, lo inquietante del asunto es que los índices que hace trascender el poder en su intento de engañar y mostrarse imbatible terminan siendo los datos que acaban por desengañarlo.
Hoy, sólo el alperovichismo y el amayismo contratan por separado estudios de opinión pública (los opositores van después a pedir que se las muestren, porque alegan no tener $ 80.000 para pagar su propia encuesta). Los resultados de los sondeos de imagen (de ninguna manera debe confundirse con intención de voto, que sólo puede medirse a 30 días de la votación, cuando se conoce toda la oferta electoral, con una pregunta directa ¿a quién va a votar?) son similares. El alperovichismo muestra que, según su consultor porteño, en Tucumán Cristina Fernández acumula 52%, Alperovich, 56%; y Amaya, 62%. El amayismo dice que, según su acostumbrada consultora tucumana, la Presidenta acumula 56%; el gobernador, 62%; y el intendente, 67%.
Pero todas estas cifras encierran un engaño: surgen de sumar ("proyectar", en el idioma de la patria encuestadora) la imagen "positiva" con la "regular". Y la imagen "regular" no es "negativa", aclaran los encuestadores. Pero tampoco es "positiva". Son, en otras palabras, los "indecisos". A esos datos no los muestran, pero tras mucho preguntar, confiesan que los porcentajes, en todos los casos, tienen dos dígitos. Es decir, la imagen "positiva" neta que obtienen los principales referentes del oficialismo en Tucumán, en el mejor caso, comprende a la mitad de la población consultada.
Los nubarrones se terminan de acumular con la imagen "negativa". Los datos del sondeo amayista (para no abundar, dado la similitud de los guarismos con la del alperovichismo) pretenden que critican la gestión del intendente el 7%; que cuestionan la tarea del gobernador el 17%; y que desaprueban la administración de la Presidenta el 27%.

Bajo el mismo techo
Si las cifras son verídicas, el sueño opositor de un escenario polarizado está al alcance de la mano. Dicho en otros términos, el terreno está abonado para germine un Henrique Capriles. Pero en Tucumán no hay. Pudo haber uno, pero temprano decidió ser el Capriles que no fue.
Enfrente, habrá que reconocer que Alperovich exhibe la inteligencia política que la oposición parece haberse prohibido. Amaya es, sin duda, un potencial disputador de poder. Pero es, también, el mayor activo del alperovichismo: un dirigente en el cual el Gobierno invirtió. Y mucho. En lugar de seguir vapuleándolo, el gobernador decidió sumarlo a su ecuación. ¿Podía desatar una guerra? Sin dudas, y si se comparan presupuestos públicos, con muchas chances de ganar. Pero aunque hay mucho poder por repartir como botín, el mandatario resolvió que mejor que una fractura temprana es un largo abrazo de oso. Si Alperovich gana, habrá calorcito del poder para él y también para un Amaya que saldrá fortalecido y revalidado. Si pierde José, tampoco habrá "feliz domingo" para Domingo. En lugar de desangrarse, el mandatario decidió atar la suerte de su enemigo íntimo a la suya. Si hay interna, que no se note. Por eso, unos gobiernan y otros le echan la culpa al pueblo.

Pájaros de agua
Pero lo que revela cuán ciegamente confía el gobernador en seguir contando con una oposición inofensiva no se encuentra en los contactos parlamentarios de las últimas horas, para analizar si el oficialismo avanza a fondo con una "cuestión de privilegio" para golpear, y con fuerza, a un bloque de la oposición.
Su fe inquebrantable en una oposición inerme quedó expuesta en el único temor que lo acechó esta semana, según lo confesó a su entorno. Un miedo inverosímil. Un verdadero fantasma, porque aunque no existe, el mandatario lo consideró real. El gobernador contó en privado que el mayor temor de presentarse como candidato testimonial es que un fallo judicial, luego, lo obligue a asumir como diputado. Por un lado, es alarmante que nadie le haya dicho que eso es simplemente imposible. Por otro, revela qué clase de espectros merodean al jefe de Estado: que lo obliguen a cumplir con lo que prometió. Porque quien se postula, en el acto mismo de aceptar la candidatura, promete cumplir con el mandato que el pueblo le dé con su voto.
Pero de eso no se consigue en estas tierras. La democracia pavimentadora ofrece candidatos que quieren ser electos para luego no convertirse en representantes del pueblo. Que después vayan por la Constitución y el fin de la periodicidad de los mandatos es parte de la misma tempestad. Una en la cual las instituciones (para tomar prestada una metáfora de Alberto "Tito" Pérez) son pájaros de agua que se van hacia otra lluvia, sin remedio.

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