Por Guillermo Monti
28 Abril 2013
CON LA GENTE. En el cierre del mega festival, Sergio Martínez compartió con todos su alegría. Final feliz, luego de sufrir.
Dejemos de lado el ring-side. Esas butacas por las que se pagaron miles de pesos. Desde el resto del campo, desde las plateas, desde las lejanas cabeceras populares, a los boxeadores se los vio como a muñequitos. Por más luces que se proyectaron sobre el cuadrilátero, instalado en el centro de la cancha de Vélez, no hubo forma de apreciar el detalle del espectáculo. Los gestos, las miradas, todo lo que acompaña a una pelea. La justeza de un golpe, el arte de una finta. La elección de un estadio de fútbol implica ese pacto con el público. Y ayer fue plenamente aceptado, más allá de la lluvia que amenazó con arruinar todo. El fenómeno lo provocó "Maravilla" Martínez y lo que su figura representa.
La peregrinación a Liniers fue lenta y se concretó al compás del aguacero, que arreció a media tarde y obligó a adelantar la programación. Cuando "El Potro" Abregú subió al ring para vencer al canadiense Antonin Decarie los claros se habían reducido al mínimo. ¿Quiénes coparon los espacios? Muchas familias, parejas, chicos. Una multitud distinta a la del fútbol. Más heterogénea. Más afecta al show. Colorida, sobre todo por los pilotines que muchos compraron a las apuradas (pagaron desde $10 a $50). Hubo remeras de la Selección nacional, pero también remeras con la cara de "Maravilla". Martínez es una máquina de facturar, y el merchandising lo demostró dentro y fuera del "José Amalfitani".
Decían que pocos estaban dispuestos a pagar $ 5.000 por un ring-side VIP. Pues bien, ahí no cabía un alfiler. El clima conspiró contra el glamour. Hubo que guardar los modelitos de alta costura o taparlos con un buen piloto. Pero no faltó brillo. Tampoco figuras, simpáticas como Horacio Cabak o gritonas como Mariano Iúdica. Y hasta ese galán maduro que es el presentador Michael Buffer levantó suspiros.
La escenografía fue impecable. Seis pantallas led. Un light show extraordinario. Bajofondo, el grupo de Gustavo Santaolalla, a cargo de interpretar el Himno con una versión potente y sentida. René, el ídolo de Calle 13, junto a "Maravilla". Humo antes de la pelea central, como si se tratara de un recital de rock. El sonido, de primera. La seguridad y la atención al público dentro del estadio, a la altura de Las Vegas (la más repetida de las comparaciones durante los últimos días).
La cuestión es que se trataba de un megafestival de boxeo, no de un show de los Rolling Stones. Y fue en esos momentos cuando afloró la pasión del público "del palo". El que se unió para gritar, una y otra vez, "¡el que no salta es un inglés!". En ese sentido el espectáculo fue de menor a mayor, en relación con la calidad de las peleas. Y estalló antes de la aparición en escena de "Maravilla", al filo de las 10 de la noche.
"Parecen esos Play Mobil que usábamos cuando éramos chicos", sentenció Rafael Di Notto en la platea, muy cerca del palco de prensa. Sí, el ring y los boxeadores estaban lejos."No es el lugar adecuado para montar una pelea como esta", apuntaron los especialistas cuando avanzaba la tarde. El público fue a ver mucho más que eso. Asistió magnetizado por un fenómeno que excede el deporte. Eso es "Maravilla" Martínez hoy.
La peregrinación a Liniers fue lenta y se concretó al compás del aguacero, que arreció a media tarde y obligó a adelantar la programación. Cuando "El Potro" Abregú subió al ring para vencer al canadiense Antonin Decarie los claros se habían reducido al mínimo. ¿Quiénes coparon los espacios? Muchas familias, parejas, chicos. Una multitud distinta a la del fútbol. Más heterogénea. Más afecta al show. Colorida, sobre todo por los pilotines que muchos compraron a las apuradas (pagaron desde $10 a $50). Hubo remeras de la Selección nacional, pero también remeras con la cara de "Maravilla". Martínez es una máquina de facturar, y el merchandising lo demostró dentro y fuera del "José Amalfitani".
Decían que pocos estaban dispuestos a pagar $ 5.000 por un ring-side VIP. Pues bien, ahí no cabía un alfiler. El clima conspiró contra el glamour. Hubo que guardar los modelitos de alta costura o taparlos con un buen piloto. Pero no faltó brillo. Tampoco figuras, simpáticas como Horacio Cabak o gritonas como Mariano Iúdica. Y hasta ese galán maduro que es el presentador Michael Buffer levantó suspiros.
La escenografía fue impecable. Seis pantallas led. Un light show extraordinario. Bajofondo, el grupo de Gustavo Santaolalla, a cargo de interpretar el Himno con una versión potente y sentida. René, el ídolo de Calle 13, junto a "Maravilla". Humo antes de la pelea central, como si se tratara de un recital de rock. El sonido, de primera. La seguridad y la atención al público dentro del estadio, a la altura de Las Vegas (la más repetida de las comparaciones durante los últimos días).
La cuestión es que se trataba de un megafestival de boxeo, no de un show de los Rolling Stones. Y fue en esos momentos cuando afloró la pasión del público "del palo". El que se unió para gritar, una y otra vez, "¡el que no salta es un inglés!". En ese sentido el espectáculo fue de menor a mayor, en relación con la calidad de las peleas. Y estalló antes de la aparición en escena de "Maravilla", al filo de las 10 de la noche.
"Parecen esos Play Mobil que usábamos cuando éramos chicos", sentenció Rafael Di Notto en la platea, muy cerca del palco de prensa. Sí, el ring y los boxeadores estaban lejos."No es el lugar adecuado para montar una pelea como esta", apuntaron los especialistas cuando avanzaba la tarde. El público fue a ver mucho más que eso. Asistió magnetizado por un fenómeno que excede el deporte. Eso es "Maravilla" Martínez hoy.
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