Me quiero ir
Se llama Sergio Pansa y tuvo el honor de haber sido elegido por un enorme número de votantes para representar a la provincia de San Luis en la Cámara de Diputados. Entre sus actuaciones destacadas dentro del Congreso, por ejemplo, está el proyecto de resolución para "expresar pesar por la tragedia vivida por el pueblo japonés a raíz del terremoto y tsunami ocurrido el 11 de marzo de 2011". El hombre, al que sin duda conmovió lo sucedido en tierras niponas, fue el mismo que no tuvo problemas en arrojar una botella de vidrio desde más de 20 metros a uno de sus pares, nada menos que dentro de la casa de los representantes del pueblo. Es, a decir de muchos, parte de la "Opo".

Se llama Agustín Rossi, y en su caso, quienes le confiaron el alto honor de representarlos en el Congreso fueron los santafesinos. Al igual que Pansa se dice peronista, pero ambos están enfrentados. Fue a él a quien el puntano le tiró la botella. Pero Rossi vivió sus propios momentos de furia y entre al menos seis personas debieron contenerlo no una, sino cinco veces, cuando intentó agarrarse a trompadas con otros diputados. Es jefe de bloque del Frente para la Victoria. Es, a decir de muchos, uno de los líderes "K".

¿Cuál es la diferencia entre estos dos hombres elegidos bajo leyes democráticas? La misma que desde hace algunos años divide a la sociedad, con cada vez mayores picos de tensión y violencia: el modelo social que defienden.

Hoy parece imposible mantener un intercambio de palabras sin que la etiqueta aparezca sobre la frente de cada uno, como si la vida fuera una inmensa página de Facebook. Sos K, o anti K. Uno no puede pensar blanco, que los defensores del negro ya lo catalogan indefectiblemente de traidor. Y en la vida no todo es blanco y negro, y hay momentos en los que los grises son los más necesarios.

Lo sucedido en el Congreso entre el miércoles y el jueves fue otro capítulo mas de las vergonzosas peleas a las que, unos y otros, ya nos tienen acostumbrados. En el medio, se debatía un tema que en cualquier otro país hubiera demandado meses de discusión. Aquí se redujo a un debate de 20 horas, que se resolvió en medio de un escándalo como mejor nos parece a los argentinos, entre gallos y medianoche. Pero sin dudas, el Congreso, al igual que el fútbol, no es más que un espejo de lo que sucede en la sociedad.

La gran diferencia de lo que pasó en Capital Federal entre los diputados y lo que ocurre en Tucumán cada vez que sesiona la Legislatura está dada en la diferencia de porcentajes. En Diputados, el oficialismo impuso su proyecto en un ajustado 130 a 123. Las diferencias son mínimas. En Tucumán, quienes hacen lo que el gobernador José Alperovich ordena son 42 de los 49 que deciden a la hora de votar. Y, para mejor, o para peor, suelen contar con ayudas extras como la que esta semana brindó el radical Ariel García quien votó a favor de otorgar un subsidio de $ 2 millones al grito de "adelante mi general". Parece haber sido moneda de cambio para que se tratara su proyecto sobre las ciclovías en Tucumán, como pasó minutos después. Un proyecto, en principio, inaplicable. Ni Ricardo Bussi habría utilizado una frase mejor para respaldar al oficialismo.

El Gobierno se equivoca al minimizar la marchas como las del 18A. Fueron miles de personas. Algo no está bien. La oposición se equivoca en los métodos a la hora de disentir con quienes nos gobiernan. Pero los extremos aparecen como malos. Ni una denunciante consuetudinaria como Lilita Carrió ni un funcionario impresentable como Hernán Lorenzino, que balbucea cuando se le pregunta por la inflación. Así muchísimos argentinos repetirán sus palabras: "Me quiero ir".

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