Por Carlos Páez de la Torre H
26 Abril 2013
ESPECTADORES EN 1912. En la plaza Independencia, el ministro del Interior, Indalecio Gómez (al centro), y el de Relaciones Exteriores, Ernesto Bosch, junto al anónimo señor de la izquierda, ven pasar a la gente. LA GACETA / ARCHIVO
La plaza Independencia fue, durante muchos años, el paseo por excelencia de nuestra ciudad. Así lo testimonian numerosas notas en los diarios y revistas. Por ejemplo, en 1915, un memorioso escribía en LA GACETA que, a comienzos de siglo, "la plaza era un jardín encantado; todas las niñas con sus vaporosos trajes y sus sencillos vestidos de Cambray de 20 centavos el metro, lucían su gallarda figura; y aquellas noches envidiables de luna se prestaban admirablemente para el amor y la poesía".
Vicente Martínez Cuitiño, en sus "Impresiones de Tucumán" de 1908, describía el cuadro. "A la hora crepuscular, una Banda de Música ejecuta selectos trozos de ópera en la plaza central. Se encuentran allí las más distinguidas damas de la ciudad histórica, evidenciando, en los ojos, que esta tierra -no en vano llamada Jardín de la República- ofrenda las más bellas pupilas de la patria", decía.
Elogiaba los ojos femeninos: "grandes y profundamente negros"; ojos "de un profundo terciopelo, pardos a las veces, generalmente ebrios en sus propias tinieblas, cantando a la vida bajo párpados melancólicos".
"Las damas pasean. Son hermosas, elegantes y esbeltas; van ritmando sus encantos con los azahares con que los naranjos constelan su verde generoso", escribía el viajero.
En cuanto al entorno, "un aroma especial perfuma aquel ambiente, en que se dan citas la mujer, la música y la poesía de las flores. Una infinidad de coches y automóviles establece un corso alrededor de la plaza, corso que dura hasta que los arcos voltaicos han brillado una hora sobre tanta poesía".
Vicente Martínez Cuitiño, en sus "Impresiones de Tucumán" de 1908, describía el cuadro. "A la hora crepuscular, una Banda de Música ejecuta selectos trozos de ópera en la plaza central. Se encuentran allí las más distinguidas damas de la ciudad histórica, evidenciando, en los ojos, que esta tierra -no en vano llamada Jardín de la República- ofrenda las más bellas pupilas de la patria", decía.
Elogiaba los ojos femeninos: "grandes y profundamente negros"; ojos "de un profundo terciopelo, pardos a las veces, generalmente ebrios en sus propias tinieblas, cantando a la vida bajo párpados melancólicos".
"Las damas pasean. Son hermosas, elegantes y esbeltas; van ritmando sus encantos con los azahares con que los naranjos constelan su verde generoso", escribía el viajero.
En cuanto al entorno, "un aroma especial perfuma aquel ambiente, en que se dan citas la mujer, la música y la poesía de las flores. Una infinidad de coches y automóviles establece un corso alrededor de la plaza, corso que dura hasta que los arcos voltaicos han brillado una hora sobre tanta poesía".
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