Por Nora Jabif
23 Abril 2013
En el paisaje de yunga y maizales de El Puestito de arriba, el módulo habitacional construido por el gobierno parece fuera de foco. Eso, si se lo compara con la casa de bloque cemento, bambú y totora que integra el proyecto de desarrollo local que impulsan la UNT y la Unidad de Cambio Rural del Ministerio de Agricultura de la Nación, y que por ahora es un prototipo a replicar. El contraste entre ambas construcciones es tanto material como simbólico. Aunque bienvenida por los propietarios del terreno (una habitación, cocina y baño), la solución habitacional standard que provee el gobierno no refleja las particularidades ambientales de la zona. A la casa prototipo, en cambio, la han construido los lugareños, con materiales de la región y técnicas constructivas sencillas y económicas que aportó una tesis doctoral de la Facultad de Arquitectura de la UNT. Por ahora, esa casa ecológica es una de las acciones más tangibles de un proyecto que busca introducir el agroturismo como valor agregado en la actividad económica del lugar.
En El Puestito, el contrato en la comuna o las changas son la fuente central de supervivencia. Y el contacto entre ese mundo y el de la Universidad (en este caso, la UNT, pero podría ser otra) no es frecuente: en palabras de los pobladores, los universitarios los están ayudando a redescubrir el potencial productivo del campo tucumano, no sólo con diagnósticos, sino con soluciones que ellos desconocían hasta ahora.
Eva, una adolescente nacida en el lugar lo resume así: "nunca nos hubiéramos imaginado que alguien esté dispuesto a pagar por trabajar un día en el campo, por ordeñar una vaca". Si se hurga un poco en la historia productiva de la zona, tal vez sea posible comprender por qué para los adolescentes que crecieron rodeados de naturaleza, el campo no sea ahora un destino deseado.
En el departamento Burruyacu, las grandes extensiones de soja hegemonizan el paisaje. Por eso, para un viajero no avisado resultan incomprensibles el pésimo estado de la ruta 304 y la pobreza material en la que están sumidos los lugareños.El antropólogo californiano Stephen Brush ayuda a explicar esas tensiones. En una entrevista que se publicó la semana pasada en LA GACETA, Brush defiende la importancia de los recursos naturales nativos, porque entiende que son parte de la cultura de esas comunidades.
Cuando habla del impacto de la soja como cultivo no nativo, recuerda que no es la oleaginosa en sí, sino el sistema de producción industrializado lo que ha cambiado la vida de poblados que comparten características como El Puestito, sea en México o en Perú. En el mapa que traza el antropólogo californiano, el pequeño productor campesino es un David que no puede competir contra un Goliat que abarata sus costos gracias a su acceso a las nuevas tecnologías y a su contacto con el sistema científico, al que no siempre le paga por su aporte.
En el equipo de la UNT que desembarcó en El Puestito hay investigadores y becarios del Conicet, que es el corazón del sistema científico argentino.Un sistema que en los últimos años ha sido particularmente beneficiado: el presupuesto del Conicet para este año es de $ 4.000 millones, y los sueldos promedio de sus investigadores son de $ 17.000). En ese contexto, el desembarco de científicos e investigadores en El Puestito es una acción de compromiso con esa comunidad; pero también es un acto de resarcimiento hacia una comunidad que estaba olvidando el valor de su entorno.
En El Puestito, el contrato en la comuna o las changas son la fuente central de supervivencia. Y el contacto entre ese mundo y el de la Universidad (en este caso, la UNT, pero podría ser otra) no es frecuente: en palabras de los pobladores, los universitarios los están ayudando a redescubrir el potencial productivo del campo tucumano, no sólo con diagnósticos, sino con soluciones que ellos desconocían hasta ahora.
Eva, una adolescente nacida en el lugar lo resume así: "nunca nos hubiéramos imaginado que alguien esté dispuesto a pagar por trabajar un día en el campo, por ordeñar una vaca". Si se hurga un poco en la historia productiva de la zona, tal vez sea posible comprender por qué para los adolescentes que crecieron rodeados de naturaleza, el campo no sea ahora un destino deseado.
En el departamento Burruyacu, las grandes extensiones de soja hegemonizan el paisaje. Por eso, para un viajero no avisado resultan incomprensibles el pésimo estado de la ruta 304 y la pobreza material en la que están sumidos los lugareños.El antropólogo californiano Stephen Brush ayuda a explicar esas tensiones. En una entrevista que se publicó la semana pasada en LA GACETA, Brush defiende la importancia de los recursos naturales nativos, porque entiende que son parte de la cultura de esas comunidades.
Cuando habla del impacto de la soja como cultivo no nativo, recuerda que no es la oleaginosa en sí, sino el sistema de producción industrializado lo que ha cambiado la vida de poblados que comparten características como El Puestito, sea en México o en Perú. En el mapa que traza el antropólogo californiano, el pequeño productor campesino es un David que no puede competir contra un Goliat que abarata sus costos gracias a su acceso a las nuevas tecnologías y a su contacto con el sistema científico, al que no siempre le paga por su aporte.
En el equipo de la UNT que desembarcó en El Puestito hay investigadores y becarios del Conicet, que es el corazón del sistema científico argentino.Un sistema que en los últimos años ha sido particularmente beneficiado: el presupuesto del Conicet para este año es de $ 4.000 millones, y los sueldos promedio de sus investigadores son de $ 17.000). En ese contexto, el desembarco de científicos e investigadores en El Puestito es una acción de compromiso con esa comunidad; pero también es un acto de resarcimiento hacia una comunidad que estaba olvidando el valor de su entorno.