22 Abril 2013
EN LA CASA DE MAR DEL PLATA. Alejandro Ambertín, en su biblioteca, muestra un cuadro con fotografías de sus épocas de marino en la Armada. FOTOS GENTILEZA LA GACETA MARINERA
La pasión por el mar lo llevó lejos de la provincia, hasta llegar a la Antártida, donde en 1968 marcó un hito histórico junto a otros compañeros de la Armada: participó del primer buceo científico que se hizo en el continente blanco. Alejandro Ambertín, de 75 años, oriundo de Juan Bautista Alberdi y radicado en Mar del Plata, recordó en una nota con "La Gaceta Marinera" aquella hazaña.
A los 18 años abandonó tierras tucumanas para ingresar la entonces Escuela de Marinería en la isla Martín García. Años después asistió a ver una exhibición de buceo en Puerto Belgrano. Se entusiasmó y se anotó para ser buzo.
"Éramos 100 los postulantes y unos 60 iniciamos el curso para buzo táctico; todas las semanas había deserciones por la exigencia, nosotros lo llamábamos 'el colador'. Hacia fin de año egresamos sólo seis -recordó-. Había varios tucumanos en la Armada, muchos de Alberdi, pero buzo táctico, uno solo".
Este tucumano ama tanto el mar como la Antártida, desde la primera vez que viajó al continente blanco en 1960. "Los paisajes son incomparables, únicos, es difícil explicar cómo el viento y la nieve aparecían y, así como llegaban, desaparecían -graficó-. El trabajo antártico es intenso y el movimiento logístico, impresionante".
Bajo cero
En el verano del 68 llegó al continente blanco un equipo de 10 militares, cuatro científicos y un oceanógrafo. Entre los buzos se encontraban Ambertín (ya era cabo principal) y los cabos primeros Jesús Páez y Luis Alberto Morales.
"Lo histórico fue sumergirnos en aguas con temperaturas bajo cero hasta los 63 metros, todo un récord de profundidad en marcas de descenso en aguas heladas -contó orgulloso-. Fuimos tapa de los principales diarios del país".
El grupo descubrió varias especies autóctonas y extrajeron muestras. Los buzos trabajaron muchas horas por días y recorrieron 513 millas marinas (unos 1.000 km). Hicieron 45 inmersiones.
De alumno a instructor
"La camaradería es muy importante a la hora de convivir en un destacamento antártico - apuntó Ambertín-. Recuerdo días sin feriados y, en particular, la guardia del aguatero. Quien cumplía esta función era el responsable de mantener lleno el tanque de agua del refugio y entregarlo de la misma forma al finalizar el día; para eso debía salir a buscar hielo y nieve para derretir. Todas las noches el grupo de buceo tomaba clases sobre flora y fauna antártica, las que debíamos buscar a distintas profundidades".
Luego de esa campaña la carrera de Ambertín como buzo táctico continuó, primero como ayudante instructor y luego como jefe de curso por ocho años.
"Tuve alumnos de marinas extranjeras, militares de todas las jerarquías y fuerzas argentinas. Un alumno emblemático fue Pedro Giachino", puntualizó, evocando al primer héroe de la patria caído en el desembarco en Malvinas.
Hacia fines del 77, Ambertín se retiró y se convirtió en marino mercante, hasta el 2001.
Nuevas raíces
Pero no volvió a su Tucumán natal, se quedó en Mar del Plata, donde se casó con Alcira. Tienen cuatro hijos: Adolfo, Erika, Guillermo y Gustavo.
"Siempre tengo presente a Tucumán; extraño el sol, la forma de ser de los tucumanos, la tonada, las empanadas, los tamales, las humitas, los chivitos, el vino norteño, el mistol y las vizcachas. ¡Hasta comer locro con 45º de calor!", enumera. Cada tanto visita a su padre, que aún vive, y a sus hermanos, en Alberdi.
A los 18 años abandonó tierras tucumanas para ingresar la entonces Escuela de Marinería en la isla Martín García. Años después asistió a ver una exhibición de buceo en Puerto Belgrano. Se entusiasmó y se anotó para ser buzo.
"Éramos 100 los postulantes y unos 60 iniciamos el curso para buzo táctico; todas las semanas había deserciones por la exigencia, nosotros lo llamábamos 'el colador'. Hacia fin de año egresamos sólo seis -recordó-. Había varios tucumanos en la Armada, muchos de Alberdi, pero buzo táctico, uno solo".
Este tucumano ama tanto el mar como la Antártida, desde la primera vez que viajó al continente blanco en 1960. "Los paisajes son incomparables, únicos, es difícil explicar cómo el viento y la nieve aparecían y, así como llegaban, desaparecían -graficó-. El trabajo antártico es intenso y el movimiento logístico, impresionante".
Bajo cero
En el verano del 68 llegó al continente blanco un equipo de 10 militares, cuatro científicos y un oceanógrafo. Entre los buzos se encontraban Ambertín (ya era cabo principal) y los cabos primeros Jesús Páez y Luis Alberto Morales.
"Lo histórico fue sumergirnos en aguas con temperaturas bajo cero hasta los 63 metros, todo un récord de profundidad en marcas de descenso en aguas heladas -contó orgulloso-. Fuimos tapa de los principales diarios del país".
El grupo descubrió varias especies autóctonas y extrajeron muestras. Los buzos trabajaron muchas horas por días y recorrieron 513 millas marinas (unos 1.000 km). Hicieron 45 inmersiones.
De alumno a instructor
"La camaradería es muy importante a la hora de convivir en un destacamento antártico - apuntó Ambertín-. Recuerdo días sin feriados y, en particular, la guardia del aguatero. Quien cumplía esta función era el responsable de mantener lleno el tanque de agua del refugio y entregarlo de la misma forma al finalizar el día; para eso debía salir a buscar hielo y nieve para derretir. Todas las noches el grupo de buceo tomaba clases sobre flora y fauna antártica, las que debíamos buscar a distintas profundidades".
Luego de esa campaña la carrera de Ambertín como buzo táctico continuó, primero como ayudante instructor y luego como jefe de curso por ocho años.
"Tuve alumnos de marinas extranjeras, militares de todas las jerarquías y fuerzas argentinas. Un alumno emblemático fue Pedro Giachino", puntualizó, evocando al primer héroe de la patria caído en el desembarco en Malvinas.
Hacia fines del 77, Ambertín se retiró y se convirtió en marino mercante, hasta el 2001.
Nuevas raíces
Pero no volvió a su Tucumán natal, se quedó en Mar del Plata, donde se casó con Alcira. Tienen cuatro hijos: Adolfo, Erika, Guillermo y Gustavo.
"Siempre tengo presente a Tucumán; extraño el sol, la forma de ser de los tucumanos, la tonada, las empanadas, los tamales, las humitas, los chivitos, el vino norteño, el mistol y las vizcachas. ¡Hasta comer locro con 45º de calor!", enumera. Cada tanto visita a su padre, que aún vive, y a sus hermanos, en Alberdi.
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