Por Patricia Vega
21 Abril 2013
BUENOS AIRES.- Aunque durante la última semana ha sido cascoteada a granel por la realidad, Cristina Kirchner sigue siendo la referente número uno de la política en la Argentina y, para bien o para mal, aún no hay quien le haga sombra en materia de atención pública, ni por adentro ni por afuera de la elite gobernante.
Sin embargo, la Presidenta está encapsulada en la manipulación de un relato que alimenta cada vez más con referencias cuasi autistas y no se entiende muy bien si lo hace porque no sabe, porque no quiere o porque ya no puede dimensionar los hechos, sobre todo aquellos que le explotan en la cara y van a contramano de sus deseos, como han sido en estos días las denuncias sobre su amigo Lázaro Báez, el fallo por la Ley de Medios y la movilización del 18A.
Habrá que ver si le ocurre porque ha perdido el timing político que tuvo en otros tiempos o porque quienes deben aconsejarla la alientan en vez de moderarla. Aislada en sus pensamientos y lejos del espíritu de diálogo fraterno que pareció haberle insuflado el papa Francisco en aquellos pocos días de aparente conversión ideológica rumbo al diálogo, en esta carrera contra las cosas que suceden, que ella parece mirar desde las alturas y verbaliza de modo errático, quizás Cristina no se da cuenta de algunas cosas que más que enamorar, irritan.
Pero, además, la Presidenta no sólo no se hace eco de la indignación que mucha gente expresó el jueves 18 en todo el país, sino que básicamente desproteje a sus militantes bajándoles una línea más bien hueca que no le sirve para que estos elaboren un retruque, cada vez que la "contra" los vapulea con sus demandas.
Con sus silencios y sobre todo con sus ninguneos hacia la otra parte de la sociedad, usando argumentos que quedan flagrantemente expuestos como una venta de "gato por liebre" (motivos de los cambios en la Justicia, Ley de Medios, inflación, bondades del modelo, etcétera) progresivamente la Presidenta misma le ha ido quitando mística a su propia tropa, a la que termina mandando al muere dialéctico.
También en materia de comunicación, la sociedad le ha tomado el tiempo al kirchnerismo. La operación para deslegitimar la denuncia del periodista Jorge Lanata contra Báez, que incluyó a personajes ligados con la farándula, motorizó una operación que buscó banalizar el caso en los programas de chimentos, haciendo eje en el arrepentido Leonardo Fariña, esposo de Karina Jelinek y en Fabián Rossi, marido de Iliana Calabró. Por ser tan evidente, esa bajada de línea ayudó para que la audiencia se desplazara hacia otros canales que mostraban mayor independencia de criterio y otro tanto, pasó con los diarios del día después y con algunos conductores radiales, quienes quedaron en evidencia porque, como autómatas, repitieron el mismo concepto.
Pese al fracaso, la reflexión que provoca un hecho como el descripto no pasa por hacer una crítica hacia el modo de encarar la información, ya que la libertad de expresión es sagrada, sino que permite pensar qué difícil sería para los ciudadanos conseguir información certera si todo el espectro de los medios respondiera al mismo cerebro.
Todos estos avances, que dejan en claro la voluntad hegemónica del Gobierno, se han manifestado informativamente en estos últimos días en situaciones que han ocurrido en el Congreso y en los Tribunales, dos ámbitos que le dieron al Gobierno en general y a Cristina en particular alguna alegría y muchos sinsabores.
Es innegable que el país está irremediablemente dividido y que la Presidenta es aún la única báscula política que existe, pero esa responsabilidad o la necesidad de mostrarse como la más "terca" de los tercos le está jugando en contra en materia de imagen y eventualmente de caudal de votos. No hay peor paciente, dicen los sicólogos, que aquellos que no reconocen su propio mal como preludio de la sanación.
Del otro lado, en la política formal, los opositores no daban pie con bola hasta el jueves para buscar cercanías electorales, con el argumento que no se necesitan liderazgos, ya que las próximas elecciones se cuentan en bancas y lo que se necesitará es hacerle perder las mayorías legislativas al kirchnerismo.
Todo esto funcionaba así, hasta que las demandas de la gente apuró los tiempos y la dirigencia comenzó a darle forma a conglomerados casi naturales. Dentro del PJ no kirchnerista, con dudas sobre todo con el proceder futuro de Daniel Scioli y de Sergio Massa, quien jugó con sus diputados como dador de quórum al kirchnerismo durante la última semana, hay movimientos claros de unión y en este esquema aparece el PRO como apéndice probable. Por el lado de los partidos de centroízquierda hay también convergencias y es probable que buena parte de los dirigentes acerquen posiciones para el armado de listas comunes.
Ha tenido una semana brava la Presidenta, es verdad, pero ella la ha resuelto fugándose a Venezuela, a tratar de copar la parada y ser la difusora del pedido de reconocimiento a Nicolás Maduro de parte de los EE.UU., una causa externa que resulta bastante ajena a las necesidades más perentorias de la gente de por acá.
Sin embargo, la Presidenta está encapsulada en la manipulación de un relato que alimenta cada vez más con referencias cuasi autistas y no se entiende muy bien si lo hace porque no sabe, porque no quiere o porque ya no puede dimensionar los hechos, sobre todo aquellos que le explotan en la cara y van a contramano de sus deseos, como han sido en estos días las denuncias sobre su amigo Lázaro Báez, el fallo por la Ley de Medios y la movilización del 18A.
Habrá que ver si le ocurre porque ha perdido el timing político que tuvo en otros tiempos o porque quienes deben aconsejarla la alientan en vez de moderarla. Aislada en sus pensamientos y lejos del espíritu de diálogo fraterno que pareció haberle insuflado el papa Francisco en aquellos pocos días de aparente conversión ideológica rumbo al diálogo, en esta carrera contra las cosas que suceden, que ella parece mirar desde las alturas y verbaliza de modo errático, quizás Cristina no se da cuenta de algunas cosas que más que enamorar, irritan.
Pero, además, la Presidenta no sólo no se hace eco de la indignación que mucha gente expresó el jueves 18 en todo el país, sino que básicamente desproteje a sus militantes bajándoles una línea más bien hueca que no le sirve para que estos elaboren un retruque, cada vez que la "contra" los vapulea con sus demandas.
Con sus silencios y sobre todo con sus ninguneos hacia la otra parte de la sociedad, usando argumentos que quedan flagrantemente expuestos como una venta de "gato por liebre" (motivos de los cambios en la Justicia, Ley de Medios, inflación, bondades del modelo, etcétera) progresivamente la Presidenta misma le ha ido quitando mística a su propia tropa, a la que termina mandando al muere dialéctico.
También en materia de comunicación, la sociedad le ha tomado el tiempo al kirchnerismo. La operación para deslegitimar la denuncia del periodista Jorge Lanata contra Báez, que incluyó a personajes ligados con la farándula, motorizó una operación que buscó banalizar el caso en los programas de chimentos, haciendo eje en el arrepentido Leonardo Fariña, esposo de Karina Jelinek y en Fabián Rossi, marido de Iliana Calabró. Por ser tan evidente, esa bajada de línea ayudó para que la audiencia se desplazara hacia otros canales que mostraban mayor independencia de criterio y otro tanto, pasó con los diarios del día después y con algunos conductores radiales, quienes quedaron en evidencia porque, como autómatas, repitieron el mismo concepto.
Pese al fracaso, la reflexión que provoca un hecho como el descripto no pasa por hacer una crítica hacia el modo de encarar la información, ya que la libertad de expresión es sagrada, sino que permite pensar qué difícil sería para los ciudadanos conseguir información certera si todo el espectro de los medios respondiera al mismo cerebro.
Todos estos avances, que dejan en claro la voluntad hegemónica del Gobierno, se han manifestado informativamente en estos últimos días en situaciones que han ocurrido en el Congreso y en los Tribunales, dos ámbitos que le dieron al Gobierno en general y a Cristina en particular alguna alegría y muchos sinsabores.
Es innegable que el país está irremediablemente dividido y que la Presidenta es aún la única báscula política que existe, pero esa responsabilidad o la necesidad de mostrarse como la más "terca" de los tercos le está jugando en contra en materia de imagen y eventualmente de caudal de votos. No hay peor paciente, dicen los sicólogos, que aquellos que no reconocen su propio mal como preludio de la sanación.
Del otro lado, en la política formal, los opositores no daban pie con bola hasta el jueves para buscar cercanías electorales, con el argumento que no se necesitan liderazgos, ya que las próximas elecciones se cuentan en bancas y lo que se necesitará es hacerle perder las mayorías legislativas al kirchnerismo.
Todo esto funcionaba así, hasta que las demandas de la gente apuró los tiempos y la dirigencia comenzó a darle forma a conglomerados casi naturales. Dentro del PJ no kirchnerista, con dudas sobre todo con el proceder futuro de Daniel Scioli y de Sergio Massa, quien jugó con sus diputados como dador de quórum al kirchnerismo durante la última semana, hay movimientos claros de unión y en este esquema aparece el PRO como apéndice probable. Por el lado de los partidos de centroízquierda hay también convergencias y es probable que buena parte de los dirigentes acerquen posiciones para el armado de listas comunes.
Ha tenido una semana brava la Presidenta, es verdad, pero ella la ha resuelto fugándose a Venezuela, a tratar de copar la parada y ser la difusora del pedido de reconocimiento a Nicolás Maduro de parte de los EE.UU., una causa externa que resulta bastante ajena a las necesidades más perentorias de la gente de por acá.