Por Claudia Nicolini
12 Abril 2013
La arquitectura no viene en los genes, así que no puedo hablar de su obra. Mi admiración por él viene de otro lugar, y en ese lugar se junta con el agradecimiento. Aunque en su momento yo no lo supe, a Clorindo Testa le debo en parte ser la periodista que soy. Lo conocí porque, a veces, soy un poco caradura. En esos años colaboraba con una revista tucumana de arquitectura, y estábamos preparando una nota sobre su Ciudad Konex. Como debía viajar a Buenos Aires por razones familiares, me envalentoné y llamé por teléfono al estudio para ver si existía la remota posibilidad de que "dios" me recibiera. La secretaria que me atendió me pidió que esperara en línea y el "hola" del otro lado me estremeció: era él. Me pidió perdón por no poder recibirme esa tarde y me dijo que fuera a la mañana siguiente. ¿Hace falta que les diga que no pegué un ojo? Era mi primera vez y debutaba con un genio... Me lo imaginé subido a un pedestal, pero no: solo era tímido. Me abrió la puerta (con los anteojos sobre la frente), me mostró el estudio; y contestando, según su muy parco estilo, me enseñó a preguntar y repreguntar (para lo cual tuvo mucha paciencia). Cuando me despedí iba flotando en aire fresco. Un par de años después lo visité de nuevo, ya más tranquila. Me habría gustado que no hubiera sido la última. Hubiera querido contarle todo esto y darle las gracias.
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